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La moral del poder

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La moral del poder

Ejercer el poder por la fuerza, con brutalidad, sin la posibilidad de esconder, siquiera, la mínima sombra de escrúpulos, es una prueba irrefutable de debilidad de los que han vaciado de fibras los poderes públicos. Eso fue lo que se vio el pasado lunes en la sede de la Asamblea Nacional, cuando una mayoría simple de diputados aplastó, no sencillamente a la otra mitad de  ese cuerpo, sino a la propia Constitución Nacional.

 

Y es en estas violaciones acumuladas donde se incuba la crisis espantosa que hoy sufre Venezuela. Como lo hemos sostenido en anteriores entregas: sin instituciones confiables el país no funcionará bien. Y eso es lo que está sucediendo. No hay justicia, y por eso la libertad es una excepción. Aquí  se utilizan los tribunales para perseguir a los que somos víctimas de la judicialización de la política nacional. Los atropellos contra los derechos humanos se escudan en la “inmaculada y todopoderosa revolución”.

 

En su nombre es posible meter presos a estudiantes, alcaldes, líderes políticos, y perseguir mediante acosos a periodistas, comerciantes y trabajadores comunitarios, que osen no comulgar con las líneas que trace el régimen. Lo que se hace es abusivo, grosero, dantesco, y sólo es posible sostener ese esquema de barbaridades, controlando los poderes públicos.

 

Así nada se fiscaliza, ni se controla, ni se rinden cuentas de nada, absolutamente de nada. Son poderes infinitos, ilimitados, que permiten utilizar los recursos públicos impúdicamente: regalarlos, robarlos, malbaratarlos, lo que sea. Es andar “rueda libre” pasando por encima de las reglas que regulan la convivencia en una sociedad, pero no en esta, la venezolana, porque aquí lo que vale y cuenta es la revolución en cuyo nombre se hace y deshace de manera caprichosa y arbitraria.

 

¿Cómo destruir a un país inmensamente rico? Es una respuesta que se busca en foros internacionales, donde se quedan boquiabiertos cuando se cercioran de lo que ocurre en una nación con inmensos recursos económicos, que ahora lo que tiene es una gigantesca deuda externa y una escasez asombrosa, para los que no atinan entender ¿qué es lo que está pasando y porque está pasando?

 

Por lo visto seguirá “el corralito institucional”, así el régimen pretenderá preservar “el poder”, mediante el debilitamiento de los poderes públicos. Lo difícil será acorralar a 30 millones de ciudadanos de férrea  naturaleza democrática y su idiosincrasia civil. En las democracias ultrajadas el voto es una institución que se resguarda en la conciencia, en los espíritus indómitos y en la irrenunciable voluntad de luchar.

 

PS. A mis amables y consecuentes lectores, y a todo el pueblo venezolano, mis fervientes votos de bienestar en el año que se avecina.

 

 

Antonio Ledezma

 

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