La maldad por su nombre
agosto 21, 2017 7:54 am

El frenesí del fanatismo. Esta semana hemos visto a los fanáticos en acción. En Venezuela ya se ha hecho usual ver y oír a los personeros del chavismo que están dispuestos a llegar donde sea y como sea con tal de permanecer en el poder. Las fuerzas de seguridad del Estado, según denuncia del gobernador Guarulla, masacraron a 37 personas en el Centro de Detención Penal de Puerto Ayacucho. Nadie se ha pronunciado, nadie se ha condolido, como sí se han pronunciado y condolido por los actos terroristas de Charlottesville, Barcelona y Cambrils. En Venezuela nos acostumbramos a la injusticia, la violencia, la muerte…

 

 

 

Estamos en el siglo XXI, la era de la comunicación instantánea, de la globalización y la tecnología de punta en todas las disciplinas de las artes y las ciencias. ¿Qué pasa que –contradictoriamente– el terrorismo ha tomado tanta fuerza?

 

 

 

La obsesión, el radicalismo, la discriminación, el dogmatismo, el autoritarismo son síntomas inequívocos del fanatismo y el origen de guerras, masacres, holocaustos, limpiezas étnicas, razzias y otras formas similares igualmente deleznables. El fanatismo marcha en sentido contrario al progreso. Los niños pequeños no discriminan. Hay una cita de Nelson Mandela en su autobiografía  “El largo camino hacia la libertad” que dice así: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su origen o su religión. Para odiar, las personas deben aprender a odiar, y si pueden aprender a odiar, se les puede enseñar a amar, porque el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario”.

 

 

 

¿Qué tiene en su cabeza –y más aún, en su corazón– alguien que acelera un vehículo para matar a un grupo de personas que jamás en su vida ha visto, personas que no le han hecho daño, porque ni siquiera saben de su existencia?… Pasó en Charlottesville, en Barcelona y en Cambrils. Un fanático es una persona con una autoestima baja o nula, que necesita consustanciarse con un grupo donde puede dar rienda suelta a sus miedos, culpas y complejos. Para ello, las religiones monoteístas y los grupos de ultraderecha son lugares idóneos para insertarse. El mal del siglo XXI es el terrorismo. Y para vencerlo el mundo de bien debe estar dispuesto a enfrentar el fundamentalismo en todas sus formas, empezando por llamar la maldad por su nombre.

 

 

Carolina Jaimes Branger

@cjaimesb