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La leche derramada

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La leche derramada

Pocos deberían tener dudas sobre el tipo de régimen que está gobernando al país. Salvo unos pocos legionarios del optimismo irredento, la mayoría de los venezolanos saben que la constitución es letra muerta, y que el gobierno ha logrado sortear una y otra vez los obstáculos del desconocimiento a través de la propaganda, la simulación y mil y una formas de compra de conciencias, bien sea a través de la extorsión, o sometidos por el engaño de que “ahora si las cosas van a cambiar”.

 

Los venezolanos además saben que sufren una debacle total. Este no es un régimen del que alguna dimensión se pueda escindir con éxito. La política socialista se decanta en una economía abyecta, y en un funcionamiento perverso de los poderes públicos. No es, por ejemplo, que podamos compensar el autoritarismo con el crecimiento económico, la seguridad ciudadana o el funcionamiento de los servicios públicos. Todo funciona de la misma mala manera, y no hay espacios de libertad en los que no quiera entrometerse el gobierno, cuyo plan, el de la patria, es la hegemonía absoluta e irreversible. Para ellos el socialismo del siglo XXI llegó para permanecer, como tantos otros delirios, como el sueño de Hitler y su Reich de mil años.

 

Por lo tanto es un error político creer que hay una porción que se pueda salvar, o que funcione autónomamente. O que el régimen tenga algún perfil más benevolente al cualquiera de las áreas. Es un caro error el pretenderlo así. Contrario a eso, el socialismo, sus líderes y sus proyectos tienen una constitución monolítica. No es que lo económico se pueda deslindar de lo político, o que lo social tenga autonomía. Todos se sientan frente al mismo proyecto administrado con la misma ferocidad. Todos son por lo tanto, víctimas, victimarios, cómplices y fiadores solidarios de lo que en los otros planos ocurre.

 

Es una desgracia que haya tenido razón Lewis Carroll cuando advirtió que “a un panal de rica miel, cien mil moscas se acercaron”. El más insigne autor de los “sinsentidos” estuvo en lo cierto al proponer que la esencia del éxito es buscar el precio de cada uno, y tener la capacidad de hacer una oferta a la que no pudieran renunciar. En eso el régimen se ha manejado con maestría. A cada quien según su miseria, a cada cual según su necesidad.

 

El régimen ha sabido administrar a su favor todos los escenarios posibles del viejo “arte de la guerra”. A diferencia de su alternativa, maneja escenarios y no tiene vergüenza alguna en enmascarar su estrategia, hacer virajes tácticos, racionar la verdad y administrar con abundancia el engaño. La impudicia tiene buenos réditos en la política y en cualquiera de sus alternativas. Al otro lado pulula “la ética de la estupidez”, una versión ingenua de lo que hay que hacer cuando delante se tiene un reto totalitario como el que nosotros estamos sufriendo. Carlo María Cipolla detalló el poder de la estupidez en un magnifico ensayo llamado “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”. Para el famoso economista italiano “una persona estúpida es aquella que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”. Schiller llegó a decir que “contra la estupidez hasta los mismo dioses luchan en vano”, entre otras cosas porque cuesta entender sus porqués.

 

Lo cierto es que ante la tormenta de ingobernabilidad que se le vino encima el régimen tomó la iniciativa. Para comenzar a rescatar la deteriorada imagen institucional convocó a un diálogo espurio que tuvo como contraparte a una porción de la alternativa democrática, que se sentó incondicionalmente bajo la promesa (anzuelo) de “compartir más equitativamente” la titularidad de los poderes públicos. Me refiero a dos puestos de cinco de los rectores del CNE y una porción también minoritaria de los magistrados del TSJ. De esta forma el régimen comenzó a lavar su cara sin perder su hegemonía. Todos en el exterior comenzaron a dudar sobre la malignidad del régimen, “no podía ser tan totalitario quien se sentaba a dialogar en cadena nacional”, a pesar de que pasados los días esa sensación de renacer democrático mostró ser fútil, una jugada excelente por la que todos juntos escenificaron una nueva disposición hacia la apertura sin que nada cambiara en la realidad autoritaria.

 

Lo mismo ocurrió con la maltrecha economía. Nuevamente convocaron al rimbombante diálogo, y utilizando el mismo procedimiento lograron los mismos objetivos. Disolvieron el foco en el derrumbe económico y pusieron a pedir a buena parte del empresariado nacional. ¿Qué pidieron? Pago de la deuda acumulada, mayor fluidez en el acceso a las divisas y una mayor diligencia en la resolución de conflictos laborales. Nada de eso ha ocurrido. El régimen en tanto organizó una nueva ofensiva económica alrededor de la infame ley de precios justos, salió a la calle a inspeccionar empresas, partió el país en cinco toletes, cada uno a cargo de un súper ministro, y en medio de todo ese barullo, sigue la procesión hacia la nada, el estancamiento es un hecho, la escasez se sigue acumulando, y el país va sumando una mayoría que no cree en las capacidades y posibilidades de un régimen que lleva tantos años equivocándose.

 

Las ilustres contrapartes también se sentaron sin condiciones. Ni siquiera invocaron un compromiso solemne para respetar el derecho de propiedad, o la revocatoria de las leyes de la intervención socialista. Confundieron una sesión de retórica con la necesidad de cambio o la oportunidad para remover siquiera uno de los obstáculos sustantivos que asfixia el emprendimiento. Ahora andan de gira, diciendo lo que no es, tratando de salvar la honrilla, tomando para sí méritos que no son suyos, asumiendo como propios los triunfos de los otros, y diciendo en público lo contrario a lo que dicen en privado. El país se hunde, pero ellos se seguirán reuniendo, y tal vez el régimen conceda que algún ministro, o el mismo vicepresidente sea el que instale algún congreso anual. Pero el país seguirá en lo suyo, entre escasez, inflación y deterioro de los servicios públicos.

 

La educación se sumó a la comparsa. Esta vez fue a través de la convocatoria a una gran consulta nacional a la que se sumaron con euforia incomprensible los que creen que no es elegante el negarse a expresar opinión en temas tan cruciales. Nuevamente se dividió la opinión pública, mientras las escuelas privadas no podían ni debían negarse, so pena de perder la licencia o ser víctimas del embate de inspecciones y requisiciones sin fin de parte de “la zona educativa”. Las escuelas privadas sienten en las costillas la dura realidad de la amenaza, sorteando precariamente el texto de la resolución 058 y tratando de no perder en el trance la escasa autonomía en el marco de una sociedad polarizada, negada a un proyecto común, y por lo tanto expuestos a la vigilancia panóptica de padres chavistas, rojos en su discurso pero que prefieren la exquisitez de hijos educados en escuelas privadas, bilingües y confesionales. Consultas y la implantación a juro de la democracia tumultuaria en las escuelas no ocultan el desmadre en la infraestructura de las escuelas públicas, la falta de maestros y profesores de biología, física, química y matemática. O que en días resientes, por primera vez en nuestra larga historia republicana, seis directores de colegios privados, las más importantes de Puerto Ordaz, fueron removidos de sus cargos, (sin debido proceso, sin presumir su inocencia, sin expediente) por tener posición política. Solamente ellos pueden tenerla. Nosotros, los de la alternativa, tenemos que ser impolutos, o mejor dicho, comprar todo el paquete de mentiras organizados en los libros de la Colección Bicentenaria.

 

“Divide y vencerás” ha resultado una consigna muy rendidora para el gobierno. Mientras tanto, el régimen administra con bastante comodidad su propia agenda, como un conjunto de decisiones y de procesos irreversibles, que la colocan en una posición más cómoda y a la vez más frágil. La primera decisión es derogar el estado de derecho. El régimen allana, apresa y juzga sin atenerse a la ley. Venezuela es una inmensa sala de espera hacia una reclusión que nadie merece y nadie desea. La segunda decisión es transformarse (el régimen) en la víctima de una serie de conspiraciones que la obligan a defenderse sumariamente. Ya no tienen que ser sofisticados en la invención de la trama. Simplemente tienen que interpretar una foto, o convertir en versión oficial un rumor, para que los involucrados se vean envueltos en un laberinto de simulación judicial que los anula, los encarcela, los incomunica, y los hunde en un drama del que cuesta salir.

 

La tercera decisión es organizar y darle sentido a un clima de delación generalizada. Los “patriotas cooperantes” son los viejos sapos intrigantes, que tienen esta vez la oportunidad de saldar viejas facturas. El estado general de sospecha coloca a los ciudadanos en condición de indefensión. Cualquiera puede ser objeto de una celada sin que nadie le pueda advertir o salvar. La cuarta decisión es el uso indiscriminado del terror. Apresar ancianas, torturar jovencitas, perseguir estudiantes, allanar una universidad, irrumpir en las protestas pacíficas, da lo mismo, porque para el régimen todo vale. La quinta decisión es dejar colar en el clima social que el miedo tiene sentido, y que por lo tanto la desbandada y el silencio son opciones valiosas. Todos sentimos encima esa pesada sensación de que cualquiera puede ser la próxima víctima. De que es cuestión de tiempo, a menos que te entregues. La solidaridad es, en estos tiempos, un recurso escaso, y lo va a ser aun más.

 

Todas estas decisiones son irrevocables. Con este régimen, igual que con la leche derramada, no hay vuelta atrás. Todas estas condiciones son ahora ganancias para el gobierno y pérdidas para los que lo adversamos. Los que cooperaron con ellos en la consecución de esta nueva posición merecen nuestra eterna memoria y el máximo galardón de la revolución: La orden de libertadores y libertadoras… ¡Que les aproveche!

 

Por Víctor Maldonado

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