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La larga noche oscura

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La larga noche oscura

El régimen hizo una de las suyas la madrugada del jueves 5 de junio. Lo hizo con desparpajo primitivo, abandonando simulaciones y formas, y desguazando cualquier alusión a lo que todo el mundo entiende como justicia. Lo hizo como si no fuera suficiente el acervo de pruebas, principios y precedentes que dan cuenta del autoritarismo en tránsito raudo y veloz hacia el comunismo totalitario. Lo hizo con saña, repitiendo el método de siempre, retardando la decisión hasta quedar ellos solos en medio de un país vencido por el sueño y presionado por las obligaciones del día siguiente.

 

Las escasas imágenes mostraron lo que ocurría dentro del Palacio de Justicia. Una espera que se desprendió de la esperanza y que terminó en desolación. Una extensa jornada que comenzó con una frágil apuesta a la decencia. La expectativa de que podía ocurrir el milagro a pesar de saber la condición agonizante de la república civil, que luce incapaz de afrontar el asalto criminal a la esencia de sus valores más fundamentales. La confianza, frágil como una gota de rocío, puesta en los residuos de pudor que debería tener el rol de abogado transformado en juez, por lo menos porque pasó años estudiando la esencia del derecho, pero que al pasar las horas caemos en cuenta que todos esos títulos son solamente una mascarada que encubre complicidades, amenazas, promesas y presiones que a lo mejor ni se tuvieron que pronunciar.

 

Lo peor de quince años de tiranía es que todo está dicho, y que la imaginación no concede espacio alguno a la reválida del recato. Debe ser horrible esperar en contienda con la esperanza, apelando a las oraciones, buscando de la nada la entereza que presientes defraudada por anticipado.

 

Debe ser horrible ir hacia la noche, debe espantar saber que el lúgubre viaje es insoslayable, y que la soledad nos va a sumergir en las tristezas de lejanas estrellas, donde nada va a ser como antes, donde la libertad se extingue y la dignidad es un acto de arbitraria condescendencia de aquel que odia sin pausa, pero que tiene la fuerza para hacer de ese odio un acto de anulación en el que nosotros somos las víctimas. Vicente Gerbasi lloró su poesía imaginando a su padre en el trance del abandono y del afrontamiento de lo nuevo y misterioso.

 

Nosotros lamentamos ese puño de hierro que nos obliga a la decisión pactada entre oscuridades, sin que alguna alternativa se preste a salvarnos del incierto futuro de barrotes y maltratos. Estamos en medio de una larga y oscura noche, huérfana de estrellas y sin luna. El poeta nos dibuja esa soledad que todos experimentamos dentro de este exilio interno, desgranando un tiempo inútil, que levanta y desgasta columnas, que nos hace engranaje de una inmensa maquinaria que viene y va hacia la nada, transformada únicamente en golpes de agonía.

 

Ya no importa la culpa. El argumento nos hace igualmente criminales ante la santa inquisición que resguarda –tal vez infructuosamente- este socialismo de una suerte que ya está echada. No es tan importante el delito sino intentar unos culpables. En ese azar tres familias desgranan el tiempo. Tres familias rezan, esperan y al final duermen sueños desesperanzados, mientras quien sabe quiénes, echan a la suerte las desgarradas vestiduras de la verdad.

 

Tres familias oyen a lo lejos el caer de los dados y el alborozo de los que ven ratificada su suerte. Tres familias comprenden que el paso del tiempo es una inmensa ratificación del encierro y de la locura de saberse inocentes pero igualmente condenados. Nadie duerme. El silencio es solo una barrera para no pronunciar esa palabra que no hace falta porque ya todo está dicho. Leopoldo López, Christian Holdak y Marco Coello están asociados a la misma mentira y corren la misma suerte: Siguen presos. A las 3:29 de la mañana todo se había consumado.

 

Tal vez, solo tal vez, alguno pudo imaginar un reporte semejante a esa escena llena de desventura y de malos augurios que escribió Shakespeare en su tragedia Ricardo II. Pronunciada la sentencia un heraldo llegó a palacio y reportó a quien esperaba ansioso que “vuestro temor ha sido encerrado aquí, en esta cárcel. Ya no sigue libre el mayor de vuestros enemigos…”.

 

Y de nuevo todo se hizo silencio y miradas cómplices. La noche cotidiana siguió su curso, haciéndose más intensa, mientras muchos intentaban dormir un sueño fatuo, creyendo despejados sus caminos. Empero, todo cálculo basado en la mentira termina siendo revocado por ese Dios que nunca juega a los dados. La calle, mientras tanto, sigue allí, expectante e invicta, esperando la resolución final.

 

Víctor Maldonado C

victor.maldonadoc@hushmail.com

victormaldonadoc@gmail.com

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