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La intriga

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La intriga

Refiere Stendhal que la primera caída de Napoleón Bonaparte y la restauración de los borbones en el trono de Francia solo pueden ser entendidas por la maraña de intrigas en la que se vieron envueltos la nobleza, ministros y militares que supuestamente estaban al servicio del Emperador. El autor va desgranando, algunas veces con asombro y otras con asco moral como el miedo a perder la cabeza o las posiciones de poder que habían alcanzado les hizo negociar con impudicia unos términos que, poco a poco, fueron convenciendo al Zar Alejandro que lo mejor que podía ocurrir era desentenderse del “napoleonismo” y volver a la dinastía de los Luises, como si la Revolución y sus secuelas no hubiesen ocurrido. Eso sí, todos ellos, desde la revancha o el resentimiento, no dudaron en ponerse a disposición de los nuevos dueños. Todos ellos se hincaron frente a Alejandro, hasta ayer el enemigo a vencer, y bajo el supuesto de defender los sagrados intereses de la patria fueron olvidando al que, hasta hacía también muy poco tenían como el corazón latiente del imperio.

 

“Os habéis comportado como cobardes” se aventuró a decir Napoleón cuando fue informado de la caída de París. Ya se iría enterando del resto. No hay proceso político que se pueda deslindar de este tipo de tramas, del cuento interesado, del caos y la turbulencia que surgen cuando ocurren transiciones, y de las muchas posibilidades que tiene la historia para desenmascarar la miseria humana, la vileza y la perversidad. Y es precisamente la intriga, ese cuento interesado, esa argumentación que no tiene desperdicio porque busca ganancias en ríos revueltos, una de las parteras más notables de la verdad.

 

Como en todas partes se cuecen habas, aquí también está ocurriendo lo mismo. El país se ha convertido en la audiencia impresionada de una trama truculenta que nos ha ido mostrando que el régimen es una pesadilla de desencuentros, desconfianzas, corrupción, crimen y abusos. Que dista mucho de esos himnos patrios y de ese discurso florido en el que la conciencia y el compromiso revolucionarios auguran el advenimiento del hombre nuevo que será el soporte de una nueva era. Nada de eso. Lo que hay detrás del escenario es un caldo espeso de deslealtades, contradicciones y mucha violencia. Y muy seguramente esa olla de presión sin válvula tendrá un desenlace infeliz y vergonzoso.

 

Mientras eso ocupa el tiempo de la corte y de los cortesanos la realidad, que no perdona, transcurre mostrando el abandono y el descuido de un régimen que no tiene tiempo y talante para resolver los problemas del país. Que haya una crisis de papel higiénico solo indica cuan mal estamos. Que los dólares no terminen de otorgarse y que el régimen se afane en ganar tiempo en convocatorias a reuniones en donde abunda de todo menos lo único indispensable (las divisas) solo pueden ser indicios de un grupo que no logra encajar en las labores del gobierno. Y podemos decir por qué: porque gobernar es producir políticas públicas eficaces en la resolución de problemas sociales y ellos no están interesados en eso, o no saben cómo, o ambas cosas.

 

La escasez no se vence porque se haga una cadena televisiva mostrando cuan comprometidos son los trabajadores de un supermercado. La inflación no se abate amenazando, también en cadena, a los supuestos especuladores. La inseguridad seguirá rampante mientras Nicolás divague entre la necesidad de hacerle carantoñas a los grupos armados y busque justificaciones a la violencia en los manuales de marxismo y revolución. Los muertos por violencia seguirán acumulándose porque sin ruptura con la impunidad y el compadrazgo muchos tendrán incentivos y ocasiones para el delito.

 

No hay forma de parar este reguero de sangre inocente mientras haya algunos que se sientan con el derecho de asignar armas de guerra a civiles, y otros crean que el punto culminante de este proceso se resolverá a tiros. La delincuencia no se resuelve por la ruta de exhibir alcabalas de militares. Hace falta gobierno, congruencia, compromiso y consistencia, y eso es lo único que no tenemos, porque “el gobierno de calle” no es gobierno de verdad ni lo es para todos. Y al parecer el descontento cunde entre ellos al ver la procacidad de un emperador desnudo de talento.

 

La intriga protagonizada por Mario Silva solo indica que este rompecabezas perdió sentido y proporción porque la realidad, incómoda y demandante, se está comportando como la metástasis de esta revolución, tal y como ha ocurrido con todos los socialismos reales. Stendhal concluye su obra diciendo que Napoleón perece porque “el amor que sentía por la gente mediocre desde su coronación” lo acompaño con la estupidez de la arrogancia, la incapacidad de tener prioridades, y el desorden. Todos sabemos que Nicolás no es Napoleón, pero por lo visto sufre de los mismos males, tal vez por las mismas razones, y es que el poder absoluto no puede tener otro final que este.

 

Por Victor Maldonado

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