La ignorancia perfecta
noviembre 29, 2014 5:58 am

Con la eliminación de los libros y revistas de las listas de productos que podían recibir dólares preferenciales, los estantes de las librerías y de las bibliotecas públicas y privadas quedaron anémicos. Cuando las restricciones monetarias alcanzaron el papel, las rotativas de las imprentas se llenaron de orín y telarañas. Cada vez más los puntos referenciales se limitan a la superlativa estrechez mental del funcionario provisionalmente a cargo, que lo primero que ignora es su función.

 

En una revolución en la que un oficial de caballería puede ser designado hoy director de un hospital y mañana presidente de un banco, y un latonero encargarse de la historiografía del país, no debe extrañar que la lectura sea una actividad sospechosa y perseguida. No se castiga el talento sino el conocimiento, su tenencia y la creación de saber. No quieren competidores ni que les señalen los errores, que son tantos y tan disímiles.

 

Es muy honda la tristeza que revela la mirada de Juan Barreto y muy complejas las correspondientes disfunciones endocrinas que pudieran generarse en su organismo. Debe sentirse tan incomprendido y vejado como Mijaíl Bulgakov, el autor de El maestro y Margarita. Cada vez son menos los que entienden y digieren su escritura atrabiliariamente posmodernista, tan llena de retruécanos dignos de la epistemología de la ciencia, y tan buen blanco para la burla.

 

Si casi ninguno de los tres millones y medio de militantes del oficialismo favorecidos con un ejemplar de Los miserables de Víctor Hugo lo ha hojeado, si esa proeza del saber corrió la misma suerte que la “obra” de István Mészáros en las acogedoras oficinas de los altos funcionarios del gobierno –otro adorno–, obviamente triunfó la praxis que pondera la moto de alta cilindrada, la pistola, los dólares y la santería, pero no los intríngulis de la plusvalía, mucho menos los derechos humanos.

 

Que desaparezca la investigación en las universidades públicas y que al IVIC lo transformen en un centro de yerbateros y “curiosos” es la consecuencia obvia de un régimen que ha perfeccionado el disimulo e inculcado que el cargo habilita. Antes de ser poder en España, Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y los suyos impidieron que se publicara la versión completa de El libro negro del comunismo que coordinó Stéphane Courtois y que saca a la luz los crímenes e imbecilidades de los discípulos de Marx en el siglo XX. A Venezuela nunca llegó. Subasto carpeta de Cadivi.

 

Ramón Hernández