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La ética del resentimiento

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La ética del resentimiento

El resentimiento social es el abono del populismo y la demagogia. Una sociedad resentida siempre anda buscando, no la explicación racional sobre lo que le sucede, sino el culpable del paraíso que deberían estar disfrutando y que, por alguna perversa intervención, perdieron definitivamente. La nostalgia por lo que nunca tuvieron y la esperanza de la redención son dos conductas que provocan esa entrega ciega e incondicional al caudillo que se conecta con ellos ofreciendo una redención que luego resulta imposible de sostener.

 

Así ocurrió en Venezuela a partir de la década de los 80´s. Una sociedad pesimista, mal formada y peor informada, fue el caldo de cultivo donde crecieron el desconcierto y la exigencia creciente de que descendiera del Olimpo un líder que resolviera los entuertos, pusiera orden, abriera el circo y garantizara el pan.

 

Las clases medias pretendieron que ese “hombre fuerte” les diera bienestar sin cobrarles la debida cuota de productividad. Los pobres encontraron en su discurso la mejor plataforma posible para mejorar sus condiciones materiales, empoderarse socialmente y obtener ese protagonismo que les permitiera el linchamiento constante de cualquier factor opositor al nuevo estado de cosas.

 

Al final el pueblo en acción, participativo y protagónico pasó a ser el pueblo en armas, esa la milicia dispuesta a defender los logros de la revolución aun a costa de su propia vida, entendiendo mal que ellos debían ser el muro de contención contra cualquier exigencia de sentido común, porque lo cierto es que hay una verdad irrefutable: “no hay almuerzo gratis”, aunque Chávez pretendió que podía convertir al país en una fiesta interminable de repartición a cambio de nada.

 

El gobierno encontró en la renta petrolera la supuesta palanca para la transformación. Una ilusión de riqueza sin requisitos se fundamentó en la capacidad distributiva del gobierno, que abandonó cualquier pudor presupuestario o económico ante la meta de presentarse como la nueva potencia continental. La propaganda presentaba el milagro de la incorporación social acelerada, de la apropiación pública frenética de los bienes privados para ponerlos al servicio del pueblo, y de la conducción imponente del continente, todo a la vez.

 

El país se vio sometido al tráfago de una misión tras otra, presentadas estruendosamente, manipulando consignas y resultados, que luego a través de la propaganda se transformaban en esa “verdad para consumir” luego transformada en votos y adhesiones histeroides. Es fácil gritar “con hambre y sin empleo con Chávez me resteo”. Lo difícil es practicarla en carne propia.

 

Un montaje tan extravagante necesitaba contar con una hegemonía comunicacional que se consiguió, no sin esfuerzos y pérdida de capital político. Pero todo fue debidamente calculado, y después de haber devastado una institución tras otra, le tocó el turno a RCTV, las radios independientes y finalmente a Globovisión. En el camino el régimen aprendió que el cierre podía ser sustituido por la compra forzada y la asfixia económica. Pero ese era el precio que se debía pagar para que la mentira oficial no se viera competida por la realidad.

 

El gobierno hizo de la renta petrolera una inmensa fiesta. Todos los sectores se veían aquietados por la porción de recursos que recibía. Todos fueron parte de un montaje, algunos como protagonistas y muchos otros como extras, en el que se envilecieron las instituciones del país y se corrompió el funcionamiento económico. Expropiaciones y cierres de empresas pasaron agachados ante el circo que ofrecía dólares baratos, casas bien equipadas, títulos universitarios “fast-track”, carros chinos, comida barata, ropa de marca y pare de contar.

 

Pero había un problema. Para que el modelo tuviera sentido y permanencia debía contar con un ingreso petrolero creciente. Que todos los días el precio del barril petrolero se incrementara y que la producción no tuviera techo. Pero los productores del espectáculo nunca contaron con que los precios petroleros se estancaran y la producción declinara. Tampoco creyeron que la industria petrolera necesitara gerencia eficaz y mantenimiento.

 

Mucho menos se imaginaron que el sistema eléctrico requiriera nuevas inversiones y capacidad para gestionarlo. O que era mucho más fácil decretar Mercal que distribuir alimentos y que buenas empresas privadas cuando eran tomadas comenzaban a quebrar estrepitosamente. Y todo eso ocurrió en simultáneo.

 

Pero la sorpresa más grande fue cuando el protagonista, animador y jefe de la comparsa desapareció. Quedaron a cargo los enanos, que no tenían ni la más remota idea y de paso mantenían malas relaciones entre ellos. La fiesta comenzó a parecer un velorio interminable, los anfitriones, tan sobrados antaño, comenzaron a tener mala cara, y era más que evidente que la fiesta estaba por concluir. Habiéndose consumido todo lo que podía ser consumido, quedo en evidencia que nadie quería recoger los platos y ordenar el salón. Y como siempre, acudieron al expediente desgastado del chivo expiatorio, porque “alguien diferente a su ideología y a ellos mismos, debía ser culpable de la súbita interrupción”.

 

Ante los resultados, cada vez más inocultables, el gobierno apela nuevamente al resentimiento. Tiene que haber un malhechor y no puede ser tan gentil dueño de la fiesta.

 

Es por eso que inventan la “guerra económica”. Necesitan de nuevo una “mano pelua” que les exima de responsabilidad para que nadie les pregunte qué se hicieron los reales, cómo es que no alcanzan ahora, y por qué se debe considerar tan valioso el tener acceso a papel higiénico, leche en polvo, azúcar, mantequillla y otros bienes que tienen asegurado el resto de los ciudadanos de América Latina.

 

Lo que tal vez no entiendan los jerarcas del régimen es que el disfrute de la demagogia y del populismo genera en estos casos un peligroso síndrome de abstinencia. La gente lo siente en el bolsillo y en la inseguridad. La gente siente el fraude en la cotidianidad de sus vidas, ahora sometidas a carencias reales. Y no quieren excusas. No quieren nuevos culpables. No quieren escamoteo. Quieren que el nuevo encargado del circo les de la cara y les diga por qué ahora es tan diferente, y qué va a hacer al respecto.

 

Por víctor Maldonado

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