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La democracia en vilo

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La democracia en vilo

 

“El pueblo francés encomienda la presente Constitución a la lealtad de los poderes públicos y a la vigilancia de los padres de familia, las esposas y las madres, al afecto de los jóvenes ciudadanos, al coraje de todos los franceses”. Constitución francesa del año III

 

 

Un vistazo por el mundo permite concluir rápidamente que la democracia que Loewenstein llamará constitucional y luego también Ferrajoli insistirá en así denominarla, está en jaque.

 

 

 

En efecto, una fuerza centrífuga polivalente se genera y expresa altisonante en los escenarios democráticos. Al ejercicio populista siguen la xenofobia, el racismo y el nacionalismo, el resurgir de la derecha excluyente, pendenciera e insolente, la denuncia de la globalización y la vuelta a políticas que conducen al aislacionismo se suman en el primer mundo a una fenomenología en esencia compartida en América Latina que destaca específica en la agresión sistémica a la constitucionalidad. Horas complejas y difíciles le toca vivir a la propuesta democrática que se funda en el respeto y garantía de los derechos humanos y en la sujeción a la Constitución y a la ley.

 

 

 

Paralelamente, constatamos la pérdida de influencia de las izquierdas tradicionales que se muestran acaso pragmáticas y calculadoras, pero poco atractivas para los electorados. La maniobra de Sánchez en España no viene sino a confirmar el aserto. Del otro lado, en Suramérica reaparecen los éxitos electorales de tendencias que los antagonizan como se ve, en Argentina, Chile, Ecuador, Colombia y, por otra parte, hundidas en el descrédito y desnudando su lado oscuro. Deletéreos y ominosos vemos a Nicaragua, Venezuela y a la gárgola mayor, Cuba. Veremos qué pasa y en qué se convierte México, que anticipadamente convulsiona y presagia un cataclismo.

 

 

 

En Asia, los chinos, fascinados de su rol de potencia económica y aspirante a liderar política y militarmente al mundo, convierten al presidente chino en una hegemonía viva. Rusia, que es europea y asiática, tiene a Putin, un gobernante cínico que se desempeña como un auténtico capo di tutti capi. Corea del Norte con su satrapía no sugiere evolución democrática ni muchísimo menos. Japón hace de excepción que confirma la regla. La India, Pakistán e Indonesia sobreviven a sus contradicciones, en tanto que ofrecen un discurso que simula una unidad en la diversidad. La democracia no es prioridad por esos lares, me temo.

 

 

 

África merece comentario aparte porque es el continente en que la violencia, los conflictos y forcejeos religiosos, la pobreza, las facciones de todo tipo disputándose el poder conspiran al unísono para mantener un cuadro de inestabilidad. Una democracia constitucional es todavía una aspiración que no ha llegado a caracterizarlos.

 

 

 

Estados Unidos de América renuncia al rol de república imperial que les descubrió Raymond Aron y de la mano del populismo transita hacia un imposible aislacionismo. Su dinámica interna muestra contrastes interesantes y la política como espectáculo reserva al presente y al presidente todo su escenario. Una apuesta económica basada en los guarismos internos constituye un desafío para la otrora defensora del comercio internacional a rajatablas y de la globalización.

 

 

 

La coexistencia de culturas y razas es una fuente de tensiones que sujeta a Estados Unidos de Norteamérica a una dimensión siempre turbulenta. A ello hay que agregarle una presidencia ególatra, egocéntrica, caprichosa que habla más de lo que la prudencia aconsejaría. Falta también determinar si el texto de Huntington sobre quiénes somos y la evolución de la identidad nacional tiene una secuencia menos pesimista que la que se percibe desde las lecturas del politólogo.

 

 

 

¿Y la democracia en los países islámicos? Hay en ese mundo musulmán gestos, formas de consulta eventualmente, pero no puede seriamente hablarse de democracia ni tampoco de república siendo que la empresa religiosa actúa como un cepo determinante existencial y compromete la sinceridad de una estructura que tendría que privilegiar los derechos humanos y el Estado de Derecho basados en la igualdad de todos ante la ley y ello, de distintas maneras, es negado por la practica islámica.

 

 

 

Este balance incompleto y apurado, no obstante, evidencia que la cuasi totalidad de la academia reconoce a la democracia como el sistema de vida legítimo por excelencia. Más justo aún, conoce sus momentos de dificultad y tal vez incluso de crisis, por cuanto, recordando a Popper, no es suficiente para que haya democracia una experiencia de traspaso del mando de unas manos a otras sin derramamiento de sangre; aunque es capital para que funcione, es verdad, pero otros elementos concomitantes deben convocarse y concurrir para que haya un sistema democrático.

 

 

 

Sin derechos humanos reconocidos y garantizados no puede haber democracia, sin control del poder tampoco, sin responsabilidad de la institución y de los actores el poder se puede aparentar, pero nunca asegurar un accionar democrático y por esas costuras precisamente se puede ir el hilo que llega a comprometerla.

 

 

 

Cabe una interrogante entonces, ¿a quién acudiría la democracia para rehacerse, para reivindicarse, para regenerarse? Creo que emerge una respuesta de varias, pero, infalible. A la gente, al común, al ciudadano corriente y al discurso que aloje nuevamente una norma de cohesión e integración societaria en la dignidad de la persona humana y ubique a cada ser humano en el otro que es también, su alter ego. Por allí y en la casa, la escuela, la fábrica, la universidad, el gremio, el sindicatoy sobre todo, en el corazón y la consciencia del ciudadano.

 

 

 

En estos tiempos de aridez del espíritu, debe echarse a andar nuevamente la utopía de la democracia republicana y constitucional.

 

 

Nelson Chitty La Roche

@nchittylaroche

nchittylaroche@hotmail.com

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