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La democracia comienza por casa

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La democracia comienza por casa

 

Insisto en lo esencial y contrario, a pesar de lo afirmado por algunos analistas desde finales del siglo XX: la gente quiere bienestar y poco le importan las abstracciones políticas de la democracia o el Estado de Derecho, o la libertad de expresión y de prensa, que interesa solo a los políticos de oficio o los editores y periodistas.

 

Luego del tiempo transcurrido hasta ahora –son casi 25 años desde cuando se advierte la emergencia de ese torvo paradigma– lo veraz, sin embargo, es que al final de las cuentas la mayoría de nuestras naciones hoy acusa un grave deterioro de sus libertades básicas y la bonanza económica y social sigue en la sala de espera.

 

Así que, cabe repetir, en el caso de Venezuela, la reflexión que hace Rómulo Betancourt al concluir su mandato, en marzo de 1964, luego de su abierta confrontación con los gobernantes de La Habana, quienes siguen vivos y fosilizados mientras el primero se despide de los mortales en 1981:

 

 

“Venezuela es… acaso el país de la América Latina donde con más voluntariosa decisión se ha realizado junto con una política de libertades públicas otra de cambios sociales, con simpatía y respaldo de los sectores laboriosos de la ciudad y el campo”, son sus palabras. Y los hechos no le contradicen, pues el venezolano supera la edad promedio de 53 años de vida, para 1958, llegando a 74 años en 1998, una vez como Venezuela deja de ser un país de letrinas y conoce el agua blanca y el tratamiento de sus aguas servidas.

 

 

El tema no es baladí. Eso lo entienden a cabalidad los autores del Pacto de Puntofijo, hacedores de nuestra república civil: el mismo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba; pero solo y una vez como superan los odios “mellizales” y padecen el ostracismo o la cárcel durante la década militar que finaliza el 23 de enero de 1958.

 

 

Los fundadores de nuestra democracia civil, desbordados por las ideas y ahítos de la esterilidad de las divisiones, sobre todo aprenden lo que me apunta hace años, a inicios de la corriente y ominosa experiencia criminal revolucionaria que nos tiene por presa a los venezolanos, el fallecido dirigente clandestino Jorge Dáger: ¡Mi generación supo del miedo, lo sufre en carne propia!

 

 

De modo que, la narrativa unitaria democrática –no la unidad despótica– la descubren los primeros al verla como el ferrocarril en el que todos caben y hasta pueden viajar en vagones separados. Saben de “la responsabilidad de orientar la opinión pública para la consolidación de los principios democráticos”; respetan la “autonomía organizativa y caracterización ideológica de cada uno” de los concurrentes a la unidad; sostienen las divergencias partidarias “dentro de pautas de convivencia”; aceptan la “despersonalización del debate” democrático y proscriben “las desviaciones personalistas”; y admiten que el reconocimiento de la “constitucionalidad estable” mal se alcanza sin la participación de las distintas organizaciones de la sociedad. La estación de llegada es, en efecto, una, “el afianzamiento de la democracia como sistema”.

 

 

Las coordenadas del siglo XXI son otras y eso nadie lo discute. Pero las exigencias, por lo visto, siguen siendo las mismas y emergen con carácter de urgencia.

 

 

La consideración de las mismas es agonal, en síntesis. Sigue presente y se acrecienta, pues a los venezolanos nos golpea en la cara y rasga en nuestros estómagos su carencia, por desmemoriados y bajo presión de los utilitarismos políticos de ocasión.

 

No hay bienestar sin libertad, salvo para los hermanos Castro, contritos acaso y ahora, al borde del otro mundo (¿?) y en búsqueda de otra tabla que los salve. Rómulo piensa distinto, de allí el parteaguas que provoca en 1958, cuando el mayor de dichos hermanos, Fidel, pide de este petróleo gratuito para financiar su aventura y expandirla, y este le tira las puertas encima.

 

 

Su discurso al separarse del poder es premonitorio:

 

 

“Fácil resulta explicar y comprender por qué Venezuela ha sido escogida como objetivo primordial por los gobernantes de La Habana para la experimentación de su política de crimen exportado. Es la principal proveedora del Occidente no comunista de la materia prima indispensable para los modernos países industrializados: el petróleo… Resulta así explicable cómo dentro de sus esquemas de expansión latinoamericana, conceptuaran que su primero y más preciado botín era Venezuela, para establecer aquí otra cabecera de puente comunista en el primer país exportador de petróleo del mundo”, finaliza.

 

 

La cuestión es que nadie aprende en cabeza ajena. La democracia, para enseñarla y vivirla como casa común, requiere de algo más que de razones o discursos de oportunidad. Solo saben de libertad y derechos quienes los pierden, no los otros. Aquellos son sus dolientes.

 

 Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

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