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La cuestión indígena

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La cuestión indígena

Si empezáramos una cruzada para que nuestras naciones, las latinas, me refiero, adoptaran el latín como su idioma, en forma oral y escrita, mucha gente seguramente no lo entendería. Se trata de una lengua muerta. Tuvo una gran contribución histórica que no volverá. Si, por otro lado, tratásemos de que Egipto regresara a la época de los faraones, de la construcción de grandes pirámides, del sacrificio humano y la ofrenda de jóvenes a los dioses, la humanidad entera se levantaría en protesta contra tales prácticas. Un rotundo no al barbarismo retumbaría.

 

Se entiende que la humanidad avanza. Que el proceso civilizatorio va llevando a las sociedades del planeta a superiores estados de bienestar y seguridad. De progreso y paz. Hay casos de casos, donde por breves momentos históricos un país se descarrila y retrocede, pero nunca tanto como para ser un paria, un condenado eterno. Suena como a Venezuela. ¿No les parece?

 

La voluntad de los gobernantes, la buena voluntad, mejor dicho, genera vientos de aliento y esperanza en recuperar lo perdido. Hay costumbres bárbaras que han sido abolidas, afortunadamente. No todo lo pasado fue mejor. Recordemos que en 1809 los 66 pasajeros y la tripulación del barco The Boyd fueron asesinados y devorados por maoríes en la península de Whangaroa en la Isla Norte, como parte de un utu (venganza). El hecho permanece como la mayor matanza caníbal en la historia de Nueva Zelanda. Los maoríes o maorís son una etnia polinesia que llegó a las islas de Nueva Zelanda, en el océano Pacífico Sur, posiblemente de islas más al norte como Rarotonga o Tongatapu.

 

Es obvio que a nadie se le ocurriría decir que para conservar “la tradición” maorí sería recomendable regresar al canibalismo o afirmar que tales tradiciones conservan la cultura autóctona de los habitantes originarios de Nueva Zelanda. Hay numerosas costumbres, hábitos, formas de vida en la cotidianidad de nuestros indígenas americanos que deben ser corregidas, incluso abolidas. Vivir sin servicios médicos, sin educación moderna, sin alfabeto, una agrafia de solemnidad, sin servicios de electricidad, comunicación, alimentación balanceada, alegando para ello que de esa manera conservamos las culturas originarias, para ocasionalmente exhibirlas como fenómenos o curiosidades, no tiene para mí nada de revolucionario, de histórico o de beneficioso.

 

Mantener en el atraso cultural, científico, civilizado a grupos indígenas es un claro mentís de los supuestos propósitos de conservar lo nuestro, nuestras raíces. Defender a todo dar los dialectos indígenas bajo el concepto de que nuestras raíces primitivas se conservan, que allí encontraremos lo que somos y solo desde allí sabremos hacia dónde vamos es pura paja, descuidando de paso la implantación, la adopción, el uso de nuestro idioma oficial, del castellano, que es al propio tiempo universal para conocer el mundo y particular para conocerse a sí mismo. Todo este palabrerío vago es un despropósito.

 

Parecería más lógico defender el uso del latín que el de cualquier dialecto indígena que ciertamente no han aportado grandes contribuciones a la cultura universal. Hay la demagogia pendeja y abrumadora en todos esos llamados a la defensa de nuestros antepasados salvajes.

 

Defender, repito, los sacrificios humanos, la esclavitud egipcia o el canibalismo no suena muy histórico y mucho menos cultural. Por lo menos concédanme el derecho de opinar que no es cierto que todas las costumbres, ritos y tradiciones de los indígenas, de los autóctonos de cualquier región de la tierra son de suyo conductas que debemos conservar, amparar, desarrollar y hasta celebrar. Por ejemplo, la práctica de la lapidación proveniente de la religión judía y que se introdujo en la ley islámica con el califa Omar. Esa abominable manifestación todavía existe. Es parte de un pasado que debe ser borrado de la faz de la tierra.

 

Todo este discurso viene a colación en virtud de que el gobierno venezolano cada cierto tiempo invita a Miraflores a uno que otro cacique venezolano para que vestido a la usanza de sus antepasados de hace cinco siglos aplauda en repetidas ocasiones las dádivas y regalos, por cierto miserables y mezquinos, que el orador de orden anuncia con bombos y platillos, todo en concordancia con los supuestos propósitos de conservar y defender nuestras tradiciones que, según esos nuevos libertadores, fueron vilmente arrasadas por el imperialismo español y posteriormente por el norteamericano. Borran de un plumazo 3.000 años de desarrollo histórico, cultural, deportivo, científico. Ello sucede a la par de que numerosas mujeres indígenas pasean su pobreza y miseria, cargadas de niños famélicos y desaseados, por las principales avenidas de nuestras ciudades.

 

Estas campañas de solidaridad engañosa son siempre estrategias publicitarias y propagandísticas, de la más baja realea proselitista, llenas de lugares comunes e infestadas de populismo barato. Provoca decirles a pleno pulmón: “No me defiendas compadre”. Por todo eso y mucho más prefiero a nuestros autóctonos estudiando en las mejores universidades de mundo y viviendo en las más modernas ciudades que confinados a chozas pobres en los confines de nuestros deshabitados y descuidados territorios.

 

Eduardo Semtei

 @ssemtei

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