Venezuela es un país de plebeyos; nos dimos, a costa de ríos de sangre y una larga historia de pólvora y obituarios, un sistema republicano que marca que nadie es superior a nadie. Nos llamamos «ciudadanos». Sin adjetivos. Sin títulos nobiliarios. Ser una república de iguales nos costó años y la votación directa, secreta y universal fue una meta más difícil que cruzar a nado y en noche de tempestad el Mar Caribe. Los escollos fueron abundantes. Hubo en nuestra corta y tan estrafalaria historia republicana desde el voto preferencial hasta la negación del sufragio a los iletrados y las mujeres.
El voto es piedra angular de la democracia. De la república. Los venezolanos decidimos que el voto como había sido definido en otras latitudes no era suficiente, que el nuestro debía ser universal, directo y secreto. Sin él no habría igualdad y la democracia como la queríamos sería imposible. Ese voto así definido lo hemos metabolizado e integrado a nuestro ADN. Fuimos más allá. Quisimos que nuestra democracia diera el ejercicio del poder a las mayorías, pero obligándolas a respetar a las minorías. Tan claro teníamos ese concepto de balances que en raras veces se dio la circunstancia de parlamentos totalmente oficialistas, o un máximo tribunal de justicia gobiernero, o la parcialización del organismo electoral. Por años, hubo un acuerdo no escrito, pero respetado que establecía que el ente contralor fuere encabezado por la oposición.
Los votos exclusivos, preferentes o privilegiados, eso que mientan sectorizados, garantizan el hacerse del poder aun siendo minoría. Y atornillarse en él. Va un par de ejemplos. El consejo comunal de El Cardón (Nueva Esparta) recibe recursos del gobierno. Sin esos cobres está condenado a la extinción. Entonces, ¿morderá la mano que le da de comer? Se cacarea que el voto de ese consejo es libre y autónomo. ¿Lo es?
La cooperativa de bordadoras de pañitos de Tucuciapón del Medio recibió reales para la compra de telas de piqué, agujas, bastidores, lágrimas de San Pedro, lentejuelas, canutillo, sedalina, bolsitas para empaque y elaboración de tarjeticas de identificación de cada pieza bordada. Esos reales vienen de un fondo especial del gobierno para cooperativas y comunas. A las bordadoras de pañitos de Tucuciapón del Medio la vida se les haría imposible y su cooperativa vería cerradas sus puertas sin esos aportes. Su voto, ¿será libre y autónomo?
¿Qué dirían los oficialistas que promueven una Constituyente sin referendo previo y con bases comiciales «acomodadas a conveniencia de parte interesada» si ésta fuera convocada por la oposición convertida en poder? Pondrían el grito en el cielo y ya habrían «candelizado» la calle. Dirían que eso es inaceptable. Y tendrían razón. No se puede aceptar que los poderosos nos pinten a los ciudadanos en la pared y que las comunidades sean chantajeadas.
Pero, ahora, en medio de este atroz sofocón, con la concupiscencia de otros poderes y en contra de los millones de ciudadanos que votaríamos No a una Constituyente mal parida, todo indica (o no hay evidencia en contrario) que el régimen nos va a montar en la olla. Claro, la Constituyente, hija de unas elecciones amañadas que darán al régimen mayoría absoluta, será el tribunal del Santo Oficio, el sepulturero de la constitución. Chao al sistema republicano y a cualquier olorcito a democracia. Chao a la prosperidad posible y a la Venezuela libre. La ANC comandará el ejército de ocupación que ejecutará la «solución final». Y, para quienes votaron por Chávez, adiós a su legado.
Es muy probable que con la nueva Venezuela que surja a partir del mamarracho de nueva constitución, buena parte de las naciones del planeta rompan relaciones diplomáticas o comerciales con nosotros, salvo algunas impresentables. Las sanciones serán titulares de todos los días. Mucho más que sacar la alfombra o no atender el teléfono. Quienes crean que Venezuela es «clave para el concierto continental y mundial» que lo repiensen. Dirán afuera que mucho intentaron ayudar para que el colapso no se produjese, que todo fue inútil. En los pasillos vaticanos se moverán las cabezas de un lado a otro y se santiguarán.
El petróleo, elemento ya piche de negociación (Venezuela es un productor menor y hay tecnologías en desarrollo que lo harán económicamente sustituible), dejará de ser la pistola cargada que se pone sobre la mesa de juego. El Presidente será el reyezuelo de una republiqueta; tendremos como vecino al nuevo Kuwait, Guyana, a la cual, como una fina cortesía, este régimen sin nuestro permiso le regaló la fuente de la juventud por los próximos 20 años, suficientes como para que con los inmensos recursos que recibirán inviertan en nuevas y productivas fuentes de empleo y progreso, ese desarrollo que este régimen obeso de poder e ingreso petrolero nos negó. En este país de pobres que armaron, ellos se hicieron los potentados reyes del sigo XXI venezolano.
¿Se puede evitar esto? Pregunta errada. La correcta es: ¿vamos a permitirlo o lucharemos para impedirlo? No me refiero a puntiagudas frases publicitarias. Hablo de decirle a todos los ciudadanos, en lenguaje facilito, la verdad de lo que va a pasar si Maduro nos clava el chuzo de la Constituyente. Ese debe ser el foco del Frente de Defensa de la Constitución. La Constitución contiene los anticuerpos para el virus que con el chuzo constituyente nos quiere inocular. Maduro viola la Constitución. Nosotros la defendemos.
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