La arrogancia como política
septiembre 21, 2016 8:51 am

La oposición ha sido exitosa en las elecciones. Ha tenido instrumentos como la MUD y, antes, la Coordinadora Democrática, que condujeron con bastante acierto movilizaciones electorales o destinadas a lograr eventos electorales. Sin embargo, no ha sido muy exitosa en el manejo de escenarios no electorales. Caben entonces consideraciones críticas y autocríticas, para ver los resbalones en los que se ha incurrido.

 

 

 

Hay una situación de equilibrio inestable entre el régimen y las fuerzas democráticas. El primero carece de apoyo popular significativo y las segundas carecen de los mecanismos de fuerza para imponer el cambio democrático. Este equilibrio es lo que explica que a la victoria opositora del referéndum constitucional de 2007, siguiera la imposición de la reforma constitucional por otras vías; y, más recientemente, a la inmensa victoria de 2015 siguiera la anulación como institución legislativa de la Asamblea Nacional. Y en este preciso instante se está en el preludio de otro episodio similar: con la fuerza para recolectar sobrados el 1% y luego el 20% de las firmas, y para ganar el referendo revocatorio de manera irrevocable, no parece haber fuerza para obligar a su realización en 2016.

 

 

 

El problema crucial que se plantea a los demócratas es cómo derrotar una dictadura con los mecanismos democráticos que quiere usar y que la dictadura impide usar o distorsiona porque, precisamente, es una dictadura. A Pérez Jiménez se le ganaron dos elecciones, en 1952 y 1957; ambas trucadas por el dictador y sólo hubo el cambio en 1958 cuando a la unidad opositora la acompañó la institución militar.

 

 

 

Como el problema es severo, no resultan aconsejables actitudes retrecheras y arrogantes. Hay dirigentes que dicen “yo no le hago caso a los batracios que nos critican porque no entienden nuestra sabiduría” o lo que he comentado en otra ocasión: “si no te gusta, coge tu fusil y anda para Miraflores”. Sin faltar la bofetada proferida por los “políticamente correctos” en contra de los “guerreros del teclado”, acusados de escribir desde la comodidad de sus computadoras, sin embargo, escarnecidos desde otros teclados idénticos.

 

 

 

El asunto central es determinar cómo se produce el cambio de régimen. Aunque se pongan bravos y retrecheros los dueños de la dirección opositora, hay que recalcarlo. A esa pregunta no le hemos dado respuesta. Ni la élite dirigente ni la base contestataria. Es lo que hay que resolver con humildad y sin que se les salga el veneno a los encumbrados de hoy que, más bien, deberían hacer “pre-diálogo” con sus críticos.

 

 

Carlos Blanco