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Jaque al estado omnipotente

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Jaque al estado omnipotente

 

Apáguese! Muy probablemente esa fue la orden y la frase que mascullaba continuamente el que para la fecha se creía dueño absoluto del país. Ya estaba decidido. Había que acabar con esa alternativa que con tanta libertad ejercía sus derechos. No era poca cosa, porque el zarpazo se lo iba a dar al corazón comunicacional del país. Por eso mismo el anuncio público no podía ser dicho desde otro sitio diferente a un cuartel y frente a una parada de militares. Al fin y al cabo, presidía un gobierno autoritario cuyos principales puestos habían sido encomendados a sus compañeros de armas o a los secuaces de siempre. No podía ser otro el escenario para acusar al canal de golpista y a sus dueños de conspiradores. Pensaba el tirano que esa señal también era suya, que podía recuperarla y que debía arrebatarla de las manos de quienes acaparaban popularidad y prestigio. ¡Apáguese! Él que se sentía el contrincante de Dios, decretaba la reversión hacia la oscuridad y el silencio. Él quería quedar solo, flotar sobre las ondas hertzianas como única opción, sin que nadie más, nunca más pudiera proferir ni una palabra más ni una menos de las que él quisiera escuchar.

 

 

No quiso que fuera sencillo. No era su estilo. Tenía que ser todo lo peripatético que fuera posible. Optó por la sinuosidad institucional y el envilecimiento de la ley que ya había devenido en brutal y artera. Para la época ya existía esa entidad dedicada a reprimir la libertad de expresión que llamó CONATEL, y todavía no se había retirado José Vicente Rangel. El casting estaba completo y la decisión tomada irrevocablemente. Mientras el vicepresidente de la república juraba que no se debía a una retaliación política, el canciller Maduro aseguraba que solo se trataba de “avanzar hacia la democratización de los medios”. Jorge Rodriguez no podía faltar en esta comparsa. Fue él quien dijo que RCTV “había maltratado la concesión”. El eufemismo perfecto, blindado entre las alusiones a la responsabilidad social de los medios y los emblemas revolucionarios. Pero salió Izarra y con esa ingenuidad burlesca que lo ha caracterizado siempre atinó a decir que “el socialismo necesitaba una hegemonía comunicacional”. Tan sencillo como eso. Tan elemental como ese odio originario a todo lo que pudiera lucir diferente. ¿Nos ha ido mejor con la hegemonía comunicacional impuesta tan bárbaramente?

 

 

En un primer momento se salió con la suya. Lo hizo pagando un alto costo social y político, pero apostando a que podía sobrevivir a su propia turbulencia autoritaria. Algo se rompió sin duda alguna. El carisma del caudillo se tergiversó hasta mostrarse en su esencia sectaria y punitiva. Ordenó que se apagara la señal y efectivamente eso fue lo que ocurrió. Crujieron las adhesiones sociales y por primera vez la gente se preguntó si tenía sentido el curso que estaba tomando la revolución. ¿Por qué se empeña en apagar a RCTV? Era una pregunta que se transformó en inquietud social. No obstante el gobierno todavía lucía omnipotente e imbatible y podía salirse con la suya.

 

 

En el estado venezolano se había cumplido una profecía apocalíptica. Se había convertido en el amo de la libertad y la responsabilidad que había arrebatado a los individuos. Se había transformado en esa entidad cada vez más imprecisa y voraz, cuyo gigantismo había sido cuidadosamente alimentado por ciudadanos que se habían ido despojando de derechos y garantías. Nos habíamos convertido en sus víctimas propiciatorias. El estado venezolano había sentado las bases de su omnipotencia en la cesión total de toda voluntad a los caprichos de un caudillo. Ahora éramos montoneras obligadas por las circunstancias, el machete y la gavilla. Con el chavismo comenzamos a vivir a plenitud el recalcitrante siglo XIX con sus desencuentros, guerras y pugnas personalistas. Marcel Granier lo advirtió en 1984 y lo pagó muy caro 23 años después. RCTV fue clausurada, sus activos expropiados, su talento disuelto y desperdigado, y sus directivos perseguidos implacablemente.

 

 

Sus derechos fueron violados pero no se permitieron una negociación indigna. No vendieron la señal a un grupo convenientemente cercano, como luego ha ocurrido con profusa repetición, ni se hincaron ante el proceso para pedirles perdón. La historia chiquita tal vez haya dejado registrado cuantas veces les habrán dicho pendejos, soberbios o malos negociadores. A fin de cuentas la envidia es libre y los estrategas de sofá y bata de baño pululan por nuestro desierto intelectual. Para ellos comenzó la hora menguada, y la necesidad de inventariar cuales eran los verdaderos amigos, diferentes a los adulantes de ocasión. Se reinventaron solamente para ratificar que la persecución iba a ser implacable, porque el régimen simplemente quería borrarlos del inconsciente colectivo venezolano. Una larga noche oscura se había iniciado.

 

 

Pero toda noche tiene sus luces. Marcel Granier y el resto de los accionistas de RCTV comenzaron una gestión que sabían larga y llena de imprecisiones. Carlos Correa, director de la ONG “Espacio Público” dijo el 30 de diciembre de 2006 –tan solo 18 días después del anuncio presidencial- que “el caso RCTV llenaba las condiciones para ser llevado a la CIDH”. Tal vez ese fue el inicio de una larga jornada que se prolongó hasta el 7 de septiembre de 2015 cuando la Corte Interamericana de Derechos Humanos dió a conocer su sentencia del 22 de junio ordenando al estado venezolano: “i) restablecer la concesión de la frecuencia del espectro radioeléctrico correspondiente al canal 2 de televisión y devolver los bienes objeto de las medidas cautelares; ii) que una vez se efectúe el restablecimiento de la concesión a RCTV, en un plazo razonable ordene la apertura de un proceso abierto, independiente y transparente para el otorgamiento de la frecuencia del espectro radioeléctrico correspondiente al canal 2 de televisión, siguiendo para tal efecto el procedimiento establecido en la LOTEL o la norma interna vigente; iii) realizar las publicaciones dispuestas; iv) tomar las medidas necesarias a fin de garantizar que todos los futuros procesos de asignación y renovación de frecuencias de radio y televisión que se lleven a cabo, sean conducidos de manera abierta, independiente y transparente, y v) pagar las cantidades fijadas por concepto de indemnizaciones por daño material e inmaterial, y reintegro de costas y gastos”.

 

 

El fondo de la decisión tuvo que ver con que La Corte Interamericana consideró que las restricciones a la libertad de expresión frecuentemente se materializan a través de acciones estatales o de particulares que afectan, no solo a la persona jurídica que constituye un medio de comunicación, sino también a la pluralidad de personas naturales, tales como sus accionistas o los periodistas que allí trabajan, que realizan actos de comunicación a través de la misma y cuyos derechos también pueden verse vulnerados. Dicho de otra forma: No solo fue la señal sino el inmenso daño provocado a las personas que allí trabajaban y a la nación que exigía libertad y pluralidad de opciones. Todos de alguna manera habíamos sido violentados.

 

 

Chávez se equivocó. Tanto la decisión como su instrumentación violaron derechos sustantivos. Y esas trasgresiones se hicieron con la arrogancia y la prepotencia de quien se siente invulnerable e inmortal. Se equivocó porque no vivimos en el siglo de las montoneras impunes sino en la época en la que los derechos humanos son del interés de todo el mundo. Y frente a todo el mundo, forzando la maquinaria de mentiras, abusando del poder, tergiversando el mandato, deliberadamente infringió el derecho a la libertad de expresión, el derecho que todos tenemos a no ser discriminados, y el derecho al debido proceso. Y sin esas garantías tampoco hay derecho a la propiedad, ni libertad que tenga sentido, y mucho menos la concordia que hace falta para apuntalar las ganas de progreso y prosperidad que tienen todos los venezolanos.

 

 

El ventajismo autoritario nunca se puede ejercer ni con inteligencia ni con suficiente elegancia. Siempre deviene en primitivo y arcaico. Y por eso mismo no resiste las jugadas de la ley ni la persistencia de quienes confían en que la justicia puede tardar pero siempre llega.

 

 

El estado omnipotente y malandro está en jaque. Y sería bueno que los venezolanos revisemos las causas de que todavía tenga vigencia. Marcel Granier refiere en su libro lo que alguna vez escribió José Ortega y Gasset sobre una de las paradojas inevitables de nuestro tiempo. “En la batalla, el vencedor necesita, para vencer, que el vencido lo ayude”. Este no fue el caso. RCTV nunca se dio por vencido y tampoco facilitó el zarpazo. Y eso es cuestión de actitud y de supremacía ética. Granier tuvo la gentileza de aclarar por qué invocaba la paradoja comentada por el filósofo español. “Tenemos vocación de libertad, vocación de seguridad, vocación de justicia, pero en modo alguno tenemos vocación de debilidad. Solo el aislamiento, el silencio y la renuncia a la confianza mutua podrían forjar nuestra debilidad” y ninguna de esas tentaciones se las permitió.

 

 

La larga noche no culmina aun pero a lo lejos se escucha con mucha fuerza los bramidos de un nuevo amanecer.

 

victormaldonadoc@gmail.com

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