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Inocente Navidad

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Inocente Navidad

 

En diciembre del año pasado, mi esposa, mis dos hijos y Tania Sarabia, quien no quiere salir con nadie por mojigata, estábamos en casa de un amigo. Todo era de lujo y ni hablar de la amabilidad del anfitrión.

 

 

El profesor Alberto Soria y su familia llegaron al rato. Me alegré porque ser humano tan exquisito, de sangre azul y tan excéntrico, pasara ese día de los inocentes con nosotros.

 

 

Con algarabía entraron sus siete nietos. Traían juguetes diabólicos: arcos y flechas, un megáfono, pinturas de aerosol, dardos y un juego de bolas criollas.

 

 

No había transcurrido una hora cuando llegó el filósofo John Aizpúrua acompañado por su hermosa esposa, Yllanú, y por su hijo. Ellos se sentaron junto a mí a degustar la champaña que Luis Rafael, el mayordomo, había descorchado.

 

 

El caso es que, a las 10:00 de la noche, el profesor Soria salió del cuarto como una lechuga mientras que Aizpúrua, Yllanú, Tania y yo terminábamos la sexta botella de Moët Chandon y la segunda de Ponche Crema.

 

 

Aterrados y medio prendidos, nos dimos cuenta de que el actor Rafael Romero acababa de llegar con unas insípidas hallacas vegetarianas y con una jarrota de jugo de lechosa sin azúcar.

 

 

Soria, al mirar nuestro deplorable estado, dijo:

 

 

—¡Buenas noches…! Hay que ser bien chusma para emborracharse con champaña y Ponche Crema ligado. –Enfático y ofuscado, añadió–: Y con respecto a estas hallacas vegetarianas, ¡por Dios! ¿Quién trajo esto?

 

 

Todos miramos a Rafael quien, con una mezcolanza de temor y vergüenza, respondió tímidamente: Lo hago por ustedes. El cochino y el licor hacen daño.

 

 

Entretanto mi hijo mayor se emborrachó con anís El Mono y se bañó desnudo en la piscina. Mi hija tropezó y vació sobre Soria su jugo de lechosa. El hijo de Aizpúrua lanzó dardos sobre una pintura original de Jacobo Borges y a Tania la descubrimos besándose con Luis Rafael, el mayordomo.

 

 

Por los nervios ante tamaño desastre, al anfitrión le subió peligrosamente la tensión y se fue con toda su familia a una clínica, dejando aquel infierno prendido.

 

 

Enratonados, Aizpúrua y yo amanecimos en la piscina entre Atamel y café negro. Por su parte, Rafael Romero, en posición de loto, escuchaba música hindú sin dejar de hablar mal del licor.

 

 

El profesor Soria, indignado, se dispuso a huir de aquel aquelarre mientras sentenciaba:

 

 

—Por menos, Dios destruyó Sodoma y Gomorra…

 

 

Tania, zarataca, susurró:

 

 

—¡Aaaah, pues…! ¿Y este no fue el que escribió un libro titulado:Permiso para pecar…?

 

 

Claudio Nazpa
@claudionazoa

 

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