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Incendios forestales, ecología y ceguera

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Incendios forestales, ecología y ceguera

 

El presidente Evo Morales se bajó del helicóptero militar en la comunidad de Santa Rosa y ataviado con un overol azul, el color de su partido, se puso a rociar agua sobre una porción de maleza chamuscada y humeante. Las cámaras de televisión del gobierno boliviano grabaron cada paso y la poca habilidad del mandatario en esos menesteres. Una payasada.

 

 

Hasta el campesino más distraído sabe que los incendios forestales no se combaten con pistolitas de agua ni soplando. Algunos le rieron la gracia, pero fue más dañino que las brasas que mojó. Grabar esos 35 segundos de video implicó descargar, sin necesidad, una importante cantidad de carbono a la atmósfera y aumentar en unos cuantos cientos de miles de dólares las pérdidas por las quemas.

 

 

Fue mucho el combustible utilizado en transporte. Para el gesto viajaron con Morales los ministros Javier Zavaleta, de Defensa; y Juan Ramón Quintana, de la Presidencia, los ayudantes, los guardaespaldas y los adulantes que le aplauden hasta las ganas de orinar, además del séquito de periodistas invitados y los asignados por los medios oficiales.

 

 

El mandatario declaró que había sofocado cuatro vertientes de incendios y que se había perdido dos horas en la selva, pero la realidad es distinta. No acabó con ningún foco, apenas apagó unas chamizas y nunca estuvo fuera del foco de la cámara, no se extravió, pero la selva se sigue quemando y no llega el supertanquero Boeing 747-400 para lanzar agua desde el aire, como anunció la semana pasada el vicepresidente Álvaro García Linera y que costará 1 millón de dólares.

 

 

En Bolivia los incendios en los bosques de la Amazonía comenzaron a propagarse a principios de agosto y ya han destruido más de 1,3 millones de hectáreas de vegetación. Un par de semanas antes, el 9 de julio, Evo Morales –que cada vez que interviene en un foro mundial emplaza a los presentes a respetar y proteger la Pachamama (Madre Tierra) del capitalismo salvaje y despiadado que amenaza con destruirla– había firmado un decreto, el 3973, que autoriza la quema de tierras de forma masiva en dos municipios del departamento de Santa Cruz, para “impulsar el crecimiento económico del país, especialmente en agricultura”.

 

 

Antes del pirómano incentivo cada familia de campesinos podía quemar una hectárea, ahora no se establecen límites de extensión ni control. La decisión fue bien recibida en zonas rurales: expande la frontera agrícola en 4,5 millones de hectáreas, una superficie que supera en 10% la extensión territorial de Suiza. Más muerte para la naturaleza, más tierra para sembrar coca y criar ganado.

 

Aunque habla de progreso y futuro, Morales tiene la vista puesta en las elecciones de octubre, en las que aspira a obtener su cuarto mandato, no le importa que la Pachamama y su futuro arda. Cuenta con el silencio de China y Rusia, adonde dirigirá las exportaciones de soya y carne de res, y de esa inmensa red de comunicadores que ocultan los pecados y crímenes de los progresistas. También aumentarán los cultivos de coca, un asunto sagrado para el indígena Evo.

 

 

El mundo sí le cayó encima a Jair Bolsonaro, que no se dice progresista y actúa tan utilitariamente equivocado con el medio ambiente, como Vladimir Putin que considera muy caro apagar los incendios en las estepas rusas y Daniel Ortega que autorizó la construcción de un canal interoceánico sin tomar en cuenta el impacto ambiental. La Unión Europea, el G-7, grupos medioambientales y corporaciones industriales cuestionaron que Brasil aflojara sus controles antiincendios en consonancia con las declaraciones del jefe de Estado  en contra de la “excesiva” protección ambiental, pero 20 millones de euros para ayudar a combatir el fuego fue una niñería. Es mucho menor que la cantidad que los brasileños gastan en cocacola y casi similar a la que Hugo Chávez le entregó a Danny Glover para una película hace más de diez años y todavía no ha rodado la primera escena.

 

 

Ahora con el huracán Dorian los fuegos mediáticos de los desastres naturales crucificarán a otros. Quedará para otro día y para llenar los huecos que dejan los avisos, ese estilo disfuncional de la BBC, para informar sobre la destrucción rampante e irreparable que se perpetra de la selva venezolana.

 

La minería “ecológica y bolivariana” está construyendo un desierto en su sentido más literal en donde hasta ayer hubo parques nacionales, reservas forestales, monumentos naturales y demás área protegidas. La extracción ilegal, semilegal y legal de oro, coltán, niobio y diamantes en los parques Yacapana, Serranía La Neblina, Canaima, Caura y Parima-Tapirapeco, entre otros, ha convertido hermosos bosques plenos de biodiversidad y ricos reservorios de agua en auténticas catástrofes naturales: han talado los árboles, quemado la maleza, destruidos los suelos, exterminado la fauna silvestre y contaminado los ríos con mercurio y otras sustancias tóxicas en cientos de miles de hectáreas. Están convirtiendo en arenales estériles inmensas extensiones de selva a cambio de unos gramos de oro. Ahí no se podrá sembrar arroz ni soya ni nada, mucho menos criar chivos. Es la muerte de la naturaleza. La principal empresa extractora y comercializadora se llama Camimpeg (Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petrolíferas y de Gas), propiedad de las FANB. Vendo manual del buen soldado.

 

 

 Ramón Hernández

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