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Ilusos y comediantes

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Ilusos y comediantes

Cuando el soldado nicaragüense al servicio de la dictadura de Anastasio Somoza descargó su fusil automático en el cuerpo del periodista que yacía con las manos levantadas en una calle de Managua, en Venezuela no había televisión a color, pero la escena en blanco y negro no ha desaparecido de la memoria. El estremecimiento del cuerpo al penetrar la primera bala y después la segunda fue suficiente para que muchas naciones que todavía dudaban endosaran la lucha por la democracia. En pocas horas, el régimen se derrumbó.

 

Quizás esa imagen que tanto repitieron los canales televisivos quedó grabada en los genes y suponemos que toda violación de los derechos humanos o todo gesto de violencia contra la población inerme automáticamente cuentan con rechazo de la comunidad internacional. Ilusos.

 

Cuando Iósif Stalin, el Koba, inauguró en 1933 el canal que unía el mar Blanco con el Báltico nadie le reclamó que tan cara como mal diseñada obra de ingeniería hubiese costado la vida de 10.933 personas, casi todas prisioneros políticos de los gulags obligados a trabajar hasta desfallecer. Al contrario, intelectuales como los esposos Sidney y Beatrice Webb, los fundadores de la London School of Economics, recorrieron la obra y vieron las inhumanas condiciones de quienes echaban pico y pala, pero alabaron a la URSS como la “nueva civilización”.

 

Más cerca, intelectuales como Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir visitaron Cuba cuando ya el régimen se perfilaba como un gran violador de los derechos humanos, con más de 18.000 fusilados sin el debido proceso y más de 500.000 presos políticos, pero nunca expresaron una sola crítica. No podía esperarse menos de una pareja que apoyó hasta el final a ese carnicero que fue Mao Tse-tung, que causó la muerte de más personas que Adolfo Hitler y Stalin juntos.

 

Los profesores universitarios venezolanos que eran invitados a Corea del Norte por la “fundación” que manejaba J. R. Núñez Tenorio jamás denunciaron que la “idea zuche” era una gran farsa, y que Kim Il-sung había instaurado en el nombre del socialismo un régimen medieval y salvaje para beneficiar a su familia, y en el que todavía abundan los campos de concentración. Atentos, no llorar con suficiente pesar al líder fallecido se castiga con la muerte.

 

Siempre hay excusas para voltear al otro lado y considerar los hechos más salvajes y crueles como sucesos pasajeros o circunstanciales, pero también es posible que un estremecimiento como el que vimos en el cuerpo del periodista al ser abaleado vuelva polvo cósmico el tinglado del socialismo del siglo XXI. Cedo un par de capítulos de la historia patria y de la historia universal de la infamia.

 

Ramón Hernández

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