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Hay que despolarizar al país

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Hay que despolarizar al país

No se trata de un desafío personal. Tampoco es un ejercicio de desmitificación propagandística. El fenómeno a vencer es el mesianismo. El síndrome del taita, del caudillo a caballo, del gendarme necesario.  Un liderazgo renovado pasa por un reto primordial: despolarizar al país. Mientras no ocurra seguiremos siendo una sociedad enfrentada y fracturada. Y en estas condiciones, la historia nos demuestra que la única salida, es una confrontación mayor. ¿Cómo evitarla?

 

 

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El país fue tomado por asalto en lo material y en lo moral. Fuimos ultrajados culturalmente tomando «ventaja» de reflujos paranoides que favorecieron el estímulo de odios. Chávez llega en medio de una profunda decepción hacia la clase política y una sociedad cortesana, vivaz y acomodada, que se movilizó a partir del Pacto de Puntofijo, pero que no tuvo la visión de apartarse de esos acomodos  petro-políticos-elitescos y clientelares, sustituyendo el ideal del petróleo como base del desarrollo económico (y populista) por el petróleo como base de la educación y capacitación. Ya Rómulo Betancourt lo había intuido (no era un hombre estudiado pero sí experimentado) en su obra Venezuela política y petróleo: «El problema nacional es el de una economía dominada por el más peligroso y agresivo sector del mundo financiero internacional, las compañías petroleras».  Su preocupación no se hizo esperar. Las petroleras trajeron la tiranía de la «united fruit company» (exprimieron a rabiar). La nacionalización (76) trajo al político «pavo real», vestido de gran señor y prestamista. Y con Chávez llegó Cuba y el cocktail bananero del Caribe con su «united fruit revolucionario y socialista del siglo XXI». Quedamos exhaustos y en la lona…

 

 

 

Justo decir que hubo un proceso de masificación educativa. El  problema fue «la borrachera saudita» y la ineficiencia del Estado interventor, de licencias, de patrón cepalista (de los 60 y 70), con una mutación-brusca y desmesurada (CAP II), conductor del apocalipsis redentor: el buen revolucionario. Un país castrado de una consciencia crítica, de hombres capaces e inteligentes, atrapado en el clivaje del segador de bota y sable. Y apareció Chávez de golpe y de «por ahora», en la madrugada del 4F-1992. Fue la reaparición del mandamás, del «radical» capaz de acabar con el régimen guanábana de apostolados feudales y militantes a sus pies. Hombre con fusil y boina que representaba el retorno de un Pérez Jiménez. No un llamado de sedición militar, sino a un revanchismo hepático. Un sentimiento de desquite insaciable. ¿Qué llevó a las masas a divorciarse de los partidos? Un 75% de pobreza injustificado en un país petrolero donde el Estado a la par de generar importantes procesos de industrialización, urbanismo y educación, también eligió el camino de la beneficencia populista, de la reforma agraria adjudicataria, del vasito de leche, la ruralización de la política (colinas invadidas impunemente); de la medicina ambulatoria y el carnet del partido como condición ciudadana. Tampoco la sociedad banalizada quedó atrás. Hábitos mayameros, desinhibidos de humanidad y con visiones desenfadas de un país cuenta-dante, responsable e innovador. Así llegó la marginalización, el ostracismo y la alienación. Y con ello, «el nuevo orden»: la mal llamada V República de apellido bolivariano -sic-.

 

 

 

Alguien le dijo a Henry Ramos, «no hables mal de Chávez, no lo critiques, porque si lo haces no te ganas al chavista arrepentido». Pues es un error pensar que para despolarizar hay que silenciar lo que significó Chávez (lo costosísimo de lo bueno o lo inocultable de lo pésimo). El debate hay que darlo robustamente, sin inhibiciones, sin tapujos y sin complejos. Hay que ilustrar como el pueblo fue engañado y manipulado por un hombre que nos entregó a Cuba y cómo nos sorbieron peor que cualquier «oil-fruit company». Como fuimos sorprendidos por del chantaje petrolero, vendiendo inclusiones a cuenta de migajas, de comedores populares, expropiaciones, cooperativas disfuncionales, misiones de patas cortas, reverencias y propaganda… Hay que recordarle al pueblo la importancia del trabajo como fundamento de su presente y la educación como garantía de su futuro. El Estado no debe ser más que un buen oficiante de derechos y deberes productivos. El reto es desanudar, con un liderazgo que le diga al pueblo, «yo no soy un iluminado». Soy un hombre de carne y hueso que comprende y le duele nuestra riqueza, como base de institucionalidad democrática y no de autoritarismo. Es desmentir el Estado colectivista, benefactor, contralor y regente-distribuidor. Es promover la tecnología, la innovación, la sociedad del conocimiento. Es recuperar la confianza del inversionista con reglas claras y la del pueblo, con amor. Es llamar al reencuentro ciudadano, no sólo político. Es convencer al opositor que la inversión social, (no la del Estado), es la de cada uno de nosotros: la gobernanza, la autogestión y corresponsabilidad social. Es construir un nuevo paradigma democrático que no se nutra del subsuelo sino de nuestros talentos. Un modelo civilista, humanista, liberal, donde Venezuela seas tú, y no un busto, un miliciano o un general.

 

 

 

@ovierablanco

ovierablanco@vierablanco.com

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