¿Hasta cuándo, Maduro?
febrero 14, 2016 7:30 am

 

 

Los 7.707.424 electores que votamos,  abrumadoramente, el 6D para darle mayoría absoluta a la oposición democrática en la Asamblea Nacional, lo hicimos porque estábamos hartos del modelo “socialista”  que solo ha traído ruina, miseria, hambre, corrupción y la peor crisis política, económica y social que ha conocido el país.

 

 

Votamos, igualmente,  para obligar a Maduro  a reconocer y  respetar la independencia de la los poderes, dejara de comportarse como un déspota, y convocara un diálogo que diera inicio a una reconciliación nacional.

 

 

En otras palabras que, el mandato de la mayoría eleccionaria no podía ser más explícito y tocaba dos puntos centrales del orden jurídico y constitucional: 1) Creaba el instrumento necesario  y suficiente para  corregir  las monstruosas aberraciones, por las que, durante 17 años, “la Carta Magna” fue violada y pisoteada por una élite de comisarios políticos y militares al margen de la ley  2) Lo facultaba para restablecer el “orden constitucional” y llamar al presidente, como cabeza del Poder Ejecutivo, a ajustarse al Estado de Derecho, so pena de someterlo a la “pena máxima” que, en este caso,  no es otra que la destitución.

 

 

En este orden, no hay dudas que el texto constitucional también es contundente,  taxativo e inapelable, pues, en el caso de que el presidente no acate el mandato que los electores confirieron a la AN, contempla, por lo menos, cuatro soluciones para que “el rebelde” salga de la presidencia, sin interrumpir el hilo constitucional, ni el espíritu de la Constitución.

 

 

No son otras que: 1) La Enmienda Constitucional que acortaría el periodo de Maduro a cuatro años, a través de una decisión puntual sobre el fin de su mandato. 2) La Reforma Constitucional que se dirigiría a un cambio estructural en la Carta Magna 3)   La convocatoria a un Referendo Revocatorio que llamaría de nuevo al electorado a decidir sobre la permanencia o su destitución de Maduro  de la Primera Magistratura. Y 4) La convocatoria a una Asamblea Constituyente que se propondría desenredar la mañana del actual orden constitucional y su sustitución por otro nuevo claro, transparente y democrático.

 

 

Ahora bien, el problema con Maduro, no es solo que, desde que se conocieron los resultados electorales, se haya puesto al frente de un grupete oficialista que, armándose de una cadena de triquiñuelas, empezaron impugnando a tres diputados electos para anular la “mayoría absoluta” de la oposición en la AN, sino que, inmediatamente después procedió a elegir (a través de  la AN saliente y espúrea) nueve nuevos magistrados, entre gallos y medianoche, fuera de lapso y violando toda la normativa legal vigente, con miras a usarlos como mampara que contuviera las leyes que la AN democrática estaba obligada a aprobar para restablecer el orden constitucional.

 

 

Pero hubo más, mucho más, pues asfixiado por la crisis económica -generada por años de ineficiencia, despilfarro y corrupción- que dejó al país sin comida, medicinas, seguridad y ahora sin luz eléctrica, Maduro, no aceptó el llamado al dialogo de la AN para empezar a corregirla, sino que publicó un infame decreto de “Emergencia Económica” para continuarla y así completar la destrucción de Venezuela que parece es la única idea que bulle en su cabeza alocada, rupestre  y totalitaria.

 

 

Desde luego que, la AN rechazó el adefesio jurídico y el autogolpe de estado que se ocultaba tras el mismo, pero Maduro, insistiendo en su vocación de ser destituido con prisión, exilio, o manicomio por cárcel, recurrió al tristemente célebre TSJ que, otra vez, en su rol de sicario judicial, aprobó un mamotreto con miras a que la destrucción, la ruina, la corrupción y el narcotráfico pasen a ser el sello y la  marca del peor gobierno que ha conocido el país.

 

 

En otras palabras que, los dos grandes poderes electivos que constituyen la esencia del mando en cualquier democracia que se precie de tal, están enfrentados en Venezuela y de cuán larga sea la guerra que empezó a desatarse el 6D y se recrudeció el viernes último, y  de  quien será el vencedor, dependerá la salud, no solo de la democracia,  sino de la República.

 

 

Un escenario cuyo “tempo”  político, no corre, sino vuela y ante el cual, no se trata solo de soluciones, sino de cuan rápidas, eficaces y convincentes sean las elegidas.

 

 

En esta tesitura, es evidente que las “salidas constitucionales” obligan a implementar mecanismos o procesos largos, e incluso, complejos y quién sabe si, al final de los mismos, no haya enfermo que salvar.

 

 

Porque, día a día, hora a hora, minuto a minuto y segundo a segundo, Maduro y sus mafias aprietan la soga de la destrucción de Venezuela, la cumplen de manera cabal y metódica, sin pausa ni distracciones  y  en la idea de reinar  en una tierra arrasada, donde solo  escombros y una sociedad esclava sean las señales de un país que se llamó Venezuela.

 

 

Tal sucedió en la infortunada Cuba, donde la  destrucción, la miseria, la desigualdad,  las injusticias y el mal gobierno no fueron suficientes para  que se activara la lucha contra la dictadura, y hoy una chatarra ideológica, mohosa y anacrónica   es un espacio congelado donde dos dictadores decrépitos que suman 175 años,  se  tambalean por un paisaje histórico no distinto al jurásico.

 

 

Espejo que -no es exagerado afirmar- jugó un papel,  tan decisivo,  como  insoslayable, en la decisión   del pueblo venezolano de eyectar del poder a Maduro y sus forajidos, y apostar por la recuperación de la democracia y el saneamiento de la economía, como únicas vías  para sintonizar al país con los espectaculares logros científicos y tecnológicos con que el siglo XXI se prepara a aterrizar en Marte.

 

 

Es una Venezuela que ya agotó el tiempo de espera, que, después de 17 años de ensayar fórmulas tras fórmulas para que los gobiernos totalitarios de Chávez y Maduro  corrigieran su rumbo, traspasó el mando a  112 parlamentarios democráticos, competentes y honestos que deben instrumentar .y sin permitir que un milímetro más de la tierra venezolana sea destruida-, que Maduro y sus compinches sean desalojados del poder.

 

 

Y desde luego que lo están haciendo sin dilaciones, con prisa, convencidos de que, si el señor Maduro y sus compinches insisten en resistir el mandato constitucional y no renuncian, será el pueblo quien se dirigirá a pedirles desocupación de Miraflores como inquilinos morosos.

 

 

Son, definitivamente, una pandilla de malhechores y malvivientes, aliados de los corruptos responsables de que en Venezuela no haya industrias ni haciendas donde producir alimentos, ni mucho menos dólares para importarles, porque hasta PDVSA fue reducida a polvo y hoy somos un país a puntos de vivir de la caridad pública internacional como Cuba y Corea del Norte.

 

 

Si no lo hacemos es porque aun el millón de barriles diarios de petróleo que explotamos nos libran de esa vergüenza, pero si el petróleo sigue bajando y Maduro gobernando pronto seremos miembros del club de pedigüeños internacionales.

 

 

Manuel Malaver