Fe, esperanza y caridad
junio 22, 2018 6:40 am

 

 

 

Son las virtudes teologales, actitud que Dios infunde en la inteligencia y la voluntad humana para ordenar sus acciones: fe, esperanza y caridad. El todopoderoso nos invita a que abramos el corazón a esas dignidades y erradiquemos de nuestra vida todo lo que nos separa del verdadero humanismo.

 

 

 

En estos tiempos tan arduos que padece Venezuela lo de la caridad está un poco difícil, pero se practica, quizás no tanto individualmente por los ciudadanos aplastados por la angustia de la miseria e incertidumbre, sino por las actividades de numerosas organizaciones comprometidas y activas en buscar alimentos y medicinas, defender los derechos humanos, vigilar la aplicación de la justicia, denunciar y catalogar los excesos y la demasiado frecuente violación de los derechos democráticos.

 

 

 

La esperanza es una condición personal, mucho más que una apagada resignación producto de la persistencia de perversidades y estrategias de dominio político, como le ha pasado a numerosos –aunque no todos, afortunadamente– sobrevivientes del tenebroso mar de la falsa felicidad cubana. Tener ilusión y expectativa es conocer el presente y tener la fuerza de mirar al futuro, de no permitir que se nos escape, de tenerlo siempre a la vista, al alcance de un poco más.

 

 

 

Esperanza es que tantos venezolanos nacidos dentro del tiempo del actual sistema, que en vida y formación no han conocido otras alternativas, sean justamente quienes más frecuente, empecinada y osadamente reclamen derechos y expresen sus desacuerdos.

 

 

 

Esperanza, en la Venezuela de las últimas décadas, es el más firme muro contra el cual se han estrellado mentiras, promesas y proclamas infladas de populismos y artimañas, que como globos de los niños se alejan flotando en la corriente del viento y estallan, se convierten en lo que son en realidad, aire y nada.

 

 

 

Viendo salir de cárceles injustas e infames a algunos de los presos políticos, liberados para que respiren las brisas de su país, pero con los gestos y actitudes firmes de quienes no han dado sus brazos a torcer, vemos que la esperanza sigue ahí, que no ha cedido un ápice, que, con hambre, enfermedades, pobreza, seguimos siendo los mismos venezolanos irreverentes capaces de sonreír en el más duro momento y de persistir en sus principios y propósitos.

 

 

 

La esperanza es un activo en las mentes, corazones y actitudes de los millones de venezolanos que salen cada día a las calles, bajo un sol inclemente, aguaceros brutales, tráfico interminable y transportes públicos repletos y hacinados, a cumplir sus labores, seguir luchando, conseguir el sustento familiar, hacer las colas para comprar un pedazo de pan, jugarse hasta la vida en camiones humillantes –conocidos como perreras y en Maracaibo chichirreras– que la incompetencia ha puesto de moda, cumplirles a sus familiares aún en las enfermedades, el abandono público y la injusta y perversa escasez.

 

 

 

La fe es la perseverancia, el seguir adelante, echarse al hombro sufrimientos y ansiedades, ponerle la cara a la miseria, desgracia e infortunio con el orgullo de su propia voluntad de no dejarse derrotar. Dios tarda, pero no olvida; aprieta, pero no ahorca, aseguran viejos refranes; pero los venezolanos no se limitan a rezar y esperar, siguen pateando calles a diario, persisten en la supervivencia con tesón, sortean la inseguridad, y ese es su gran triunfo.

 

 

 

La fe la lleva cada mujer, cada hombre, cada joven venezolano en la sangre y en el espíritu de no echar para atrás. Esa es la confusión del sistema actual, que cambia promesas y funcionarios a cada rato solo para darse cuenta de que ni tiene ni acepta relevos, que da vuelta a los nombres para que todo siga igual, gatopardismo endógeno que puede que logre borrar recuerdos, pero cuando termina de suprimir encuentra nuevamente, profundamente grabada, la fe ciudadana en que todo va a cambiar, porque el cambio es la convicción de que, como suele decirse, “pa’lante es pa’llá”.

 

 

 

La ciudadanía no debe bajo ninguna circunstancia declinar ni decaer en su derecho de solicitar responsabilidades y balances a sus dirigentes. Es obligatorio hacerlo. Sin embargo, hoy y con fe concluya pronto, existe un complot silencioso encubridor, temeroso y de compasión mal entendido de los que, conscientes o no, han ayudado a esta ignominia. Para algunos cómplices cooperantes, enchufados participantes y obsesivos dialogantes, criticar es delito; solicitar renuncias, pecado mortal, y decir la verdad, un crimen imprescriptible de firme humanidad.

 

 

 

Porque los venezolanos tienen en el alma el refrán completo: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Que no es hacer propaganda ni burlarse u ofender a los demás, sino confiar en Dios y actuar independientemente de cuanto tarde el Creador. Ese es el espíritu que recorrió los llanos hasta liberar a Venezuela del dominio extranjero, y que cruzó los Andes para dejar muy claro que la soberanía y la libertad eran para siempre.

 

 

 

Armando Martini Pietri

@ArmandoMartini