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¿Estrategia o Principios? El dilema venezolano

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¿Estrategia o Principios? El dilema venezolano

En los primeros años del régimen chavista casi no existió oposición y si mucha colaboración. Hasta los líderes políticos más institucionalistas, sobre todo los de corte izquierdista, aceptaron el nuevo régimen porque lo veían como una radical ruptura con un pasado en el cual la democracia bipartidista se había ido mediocrizando. Al cabo de poco tiempo esos mismos entusiastas admiradores y colaboradores que le permitieron a Chávez consolidarse en el poder comenzaron a advertir que lo que se le venía encima a Venezuela era un intento de convertir a Venezuela en una nueva Cuba, país sometido por décadas al bestial régimen de los hermanos Castro. Sin embargo, la fuerza de la ideología era y es tal que, aún hoy en día, algunos líderes de la izquierda se resisten a catalogar al régimen venezolano como una dictadura, oxigenándolo y reblandeciendo el espíritu de resistencia de los venezolanos.

 

 

 

Cuando finalmente estos líderes políticos democráticos se dieron cuenta de la verdadera naturaleza del régimen su oposición fue ambigua porque entró en escena un factor que siempre ha estado latente en la política venezolana: el mito de la izquierda progresista combinado con el tradicional resentimiento del sector político venezolano, desde la izquierda hasta la derecha, en contra de los Estados Unidos. Esta combinación de mito político y complejo de inferioridad hizo que el régimen dictatorial de Hugo Chávez no encontrara la oposición decidida que ha debido encontrar durante sus años de principal consolidación. El alza sostenida de los precios del petróleo ocurrida entre 2004 y 2008 inundó de dinero al país generando la corrupción más horrenda que ha sufrido Venezuela en toda su historia. El dinero que comenzó a correr por las calles venezolanas terminó de asfixiar todo intento digno y decente de oponerse a la dictadura populista de Hugo Chávez. Se enterraron los sueños de verdadero progreso y los principios y el país se dedicó a la francachela populista. Asistimos a la creación de una nueva fauna de corruptos, una obscena “melange” de los llamados boliburgueses y bolichicos, gente de “buenas familias” chapoteando alborozados en el pantano con los nuevos ricos “revolucionarios”.

 

 

 

 

Las absurdas políticas, las acciones arbitrarias del régimen, el evidente empobrecimiento de la clase media, los controles asfixiantes, la conducta cada vez más imperial del sátrapa en Miraflores, todo ello dejó pocas dudas en los venezolanos de que Venezuela iba camino del desastre. La muerte de Chávez pareció coincidir con el final del régimen fascista.

 

 

 

Sin embargo, no fue así. Ya para ese momento se había consolidado en Venezuela un nuevo cuadro de poder político, con la Fuerza Armada como socio principal de la dictadura inepta del difunto. La Fuerza Armada había descubierto dos fuentes de riqueza adicionales a la petrolera que les permitía acceso al dinero fácil: el narcotráfico y el contrabando de extracción.

 

 

La muerte de Chávez y su remplazo por Nicolás Maduro puso en evidencia la blandura oposicionista. El proceso que llevó a Maduro al poder estuvo plagado de fraudes y abusos, desde la designación de Maduro como candidato hasta su elección presidencial. Y, sin embargo, ello fue aceptado en su momento por la oposición, invocándose el respetable deseo de hacer las cosas en paz, de acuerdo a la constitución. Deseo muy respetable si no fuera porque el otro bando había mandado esa constitución al diablo múltiples veces y bajo las narices de la oposición. En ese momento el deseo de paz a toda costa se acercó peligrosamente a la traición de los principios. La imagen de Neville Chamberlain bajando del avión, trayendo de regreso a Inglaterra, lo que él llamaba “la paz permanente para Europa”, pareció replicarse en Venezuela.

 

 

 

Mientras este drama de actitudes equívocas sigue su curso el deterioro, la miseria, han llegado al punto de que se habla sin mucha exageración de una crisis humanitaria en el país. Las diversas alternativas existentes para salir de este régimen han dado paso al referendo revocatorio, una medida prevista en la constitución y totalmente encuadrada dentro de la ley, la cual presenta el problema de tardar meses y de presentar un alto riesgo de demora causada por las maniobras de un régimen que ya ha abandonado el camino de la constitución y de las leyes. Otras alternativas más relancinas, como la de exigir la prueba de nacionalidad a Maduro han sido desechadas porque se piensa que el régimen las desvirtuará a punta de fraudes y maniobras. Sin embargo, ese es exactamente el mismo riesgo que presenta el Referendo Revocatorio.

 

 

 

Más allá de las alternativas que pudieran implantarse está el asunto de fondo de la estrategia y los principios. Todas las estrategias consideradas por la oposición corren el mismo riesgo de ser desvirtuadas por un régimen que depende del abuso de poder. No importa cuál sea la alternativa elegida por el pueblo para acelerar la salida del régimen ella será enfrentada con el fraude por un régimen que ya se ha declarado abiertamente divorciado de la ley. Por ello estoy convencido de que el país tiene que ir a una movilización general, la cual también está enmarcada dentro de la constitución, a fin de enfrentarse a un régimen que no va a ceder nunca en el terreno de las leyes con las cuales ellos alegremente se limpian el trasero.

 

 

 

La movilización general en contra del régimen es un asunto de principios y es constitucional. Más allá de lo puramente estratégico la protesta generalizada, el ponerse de pie de un pueblo humillado y abusado, es la única alternativa que le permitirá a Venezuela recuperar su sentido de dignidad. Hoy en día somos muchos los venezolanos quienes no nos sentimos orgullosos de ser venezolanos. Somos un pueblo degradado que tiene que buscar la manera de recuperar su dignidad y ganarse, de nuevo, un lugar entre las comunidades civilizadas del planeta. Y esa recuperación de la dignidad nacional no es un problema estratégico, es un asunto de principios.

 

 

 Gustavo Coronel

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