Esto es increíble
febrero 8, 2016 7:18 am

 

Al firmar un contrato, llevamos todas las de perder, a menos que el contrato lo redactemos nosotros.

 

 

El otro día me invitaron a un programa de entrevistas en un canal de cable. Antes de grabar, una bella muchacha de producción, con un papel en la mano y con voz inocente, me dijo:

 

 

—Sr. Claudio, firme aquí. Y no se preocupe, es la autorización…

 

 

Menos mal que leí el papel que con tanto cariño me traía. Sentí ganas de salir corriendo al percatarme del contenido de aquella diabólica autorización.

 

 

De firmar, no solo me habría convertido en esclavo de la productora, sino que, además, habría perdido todo para siempre: familia, ideas, libros, casas, mujeres, mi título nobiliario de barón de Maratea, todas las fotografías que tomé alguna vez en mi vida. ¡Toda vaina!

 

 

De firmar, habría sido inútil huir no solo de Venezuela, sino del mundo e incluso, hasta de otros planetas. Ya sabrán por qué.

 

 

De firmar aquel decreto de esclavitud eterna, estoy seguro de que jamás, de ninguna forma y por toda la eternidad, me liberaría.

 

 

Sudaba. Mis manos temblaban. Todo lo escuchaba en cámara lenta. Las antes bellas productoras, en mi mente atemorizada, se convirtieron en personajes del bar de la Guerra de las Galaxias. El pánico se apoderó de mí. Sentí que estaba a punto de ser secuestrado por alienígenas disfrazadas de humanos que me tendieron una trampa que se activaría al firmar tan amañado documento.

 

 

Logré engañarlas. Les dije que al terminar de grabar firmaría. En un descuido, les arranqué el papel y salí huyendo. Corrí a lo largo de la urbanización La Castellana (ay, ya dije dónde es sin querer), hasta que me sentí a salvo. Atrás de mí, escuchaba a las productoras gritando: Firme… firme.

 

 

¿No me creen? ¿Piensan que exagero? Lean estos extractos: “…El productor y sus afiliados designados, sucesores, licenciatarios y cesionarios podrán utilizar los derechos de autor, usar y re-usar, copiar, publicar, distribuir, editar, resumir, exhibir y de otra forma, utilizar a discreción mi nombre (verdadero o ficticio), mi apariencia, persona, actuación, voz, fotos, información biográfica, identificación y declaraciones, por todos y cualesquiera métodos y en todas y cualesquiera maneras, ahora conocidas o que en el futuro se desarrollen, para la producción o cualquier otro programa a través del universo a perpetuidad. Otorgo todos los derechos, títulos e intereses de cualquier índole y naturaleza, a perpetuidad en todo el universo…”.

 

 

Increíble, pero cierto.

 

 

Claudio Nazoa