Estacionar en Plaza las Américas
agosto 19, 2013 7:15 am

Vivimos alocados como Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Caroll, haciendo la salvedad de que la imaginación de este autor jamás superará los absurdos que día a día enfrentamos los venezolanos. Lo peor de lo malo es aceptar lo malo o creer que lo malo es bueno, o peor aún, vivir cómodamente con lo malo, es decir, acostumbrarnos.

 

Inventamos cosas increíbles para imaginar que estamos solucionando entuertos, por ejemplo, si la llave del lavamanos de nuestra casa gotea, de noche atormenta y no nos deja dormir: Plic… plic… plic… Tras meses de tortura, en lugar de buscar a un plomero, le amarramos una media con una liguita a la boca del grifo y la gotera ya no suena, sino que en silencio chorrea y todos felices. El problema sigue, pero ya no molesta.

 

Nos hemos acostumbrado a que en nuestra urbanización hay alcantarillas desgastadas por el paso de los automóviles, y ningún organismo del Estado se ocupa ni se ocupará del asunto. De pronto, un día, amanecemos sin la tapa de la alcantarilla y comienzan a caer carros y motos en el hueco, a veces con consecuencias terribles. Transcurren meses hasta que un vecino de un edificio cercano se apiada y “arregla” el asunto: le pone al hueco un palo de escoba con una bolsa amarilla. Los carros dejan de caer por algún tiempo hasta que alguno se lleva por delante el palo y la bolsa. De nuevo comienza el problema hasta que otro vecino…

 

Somos el único país en donde en lugar de tapar un hueco en la calle, misteriosos obreros pintan de amarillo los bordes de los orificios y se van; más nunca vuelven hasta que la pintura se borra.

 

Estamos llenos de edificios con escaleras mecánicas que no funcionan. Qué me dicen de los magníficos hospitales construidos durante los horribles 40 años del Pacto de Punto Fijo, ejemplos a escala mundial. Incluso Pérez Jiménez construyó el ex bello y querido Hospital Universitario y por qué no hablar del Hospital Vargas que en su época también fue modelo. Y dónde queda el modernísimo Hospital Militar, la maternidad que lleva el nombre de la mamá de Bolívar y el Hospital de Niños. Todas esas maravillas están deteriorándose: no tienen ascensores, no sirven los pabellones y a veces, no hay cavas en las morgues.

 

¿Qué nos pasa? ¿Por qué todo está destruido? ¿Por qué el Jardín Botánico está cómo está? ¿Por qué nadie arregla de verdad la Autopista Regional del Centro? ¿Por qué todo está tan escoñetado y a nadie le duele? ¿Qué pasa con las carreteras de Mérida, Guárico y Anzoátegui? ¿Cuántos miles de millones de dólares costaron las enormes bases abandonadas del tren fantasma que vemos desde Maracay hasta Puerto Cabello? ¿Por qué esa sensación de tierra arrasada y sucia en la isla de Margarita? ¿Por qué las vías de penetración hacia la Colonia Tovar parecen bombardeadas? Me gustaría conocer la opinión de Fruto Vivas, el arquitecto de la revolución, tan presto a ”rescatar” edificaciones que sí funcionan en el estado Lara. “Venezuela es chévere”… ¿verdad?

 

No sólo es el Estado. No encuentro como describir el estacionamiento del centro comercial Plaza las Américas. Hay sitios donde por mal diseño, literalmente, no pueden pasar los carros. La solución: poner goma antiresbalante en las columnas y paredes para que los carros no se rayen tanto. La señalización es horrible o inexistente y si creen que exagero, visítenlo, después hablamos.

 

Locura de diseño de ingeniería y arquitectura, digno de Alicia en el País de las Maravillas.

 

Por Claudio Nazoa