Espacios de compromisos
diciembre 20, 2013 8:02 am

Al revisar el documento de identidad de cualquier venezolano, encontraremos que es igual al de cualquier ciudadano. Ello, que pareciera una simpleza, por cierto no lo es. En el siglo XIX, los documentos que acreditaban la identidad de los venezolanos estaban clasificados en categorías. Que hoy sean similares supone tácitamente una declaración de igualdad.

 

Es esa noción de igualdad la que debe privar en nuestra sociedad. Ello nos hace a todos iguales respecto de otros. Si esos otros son funcionarios del Estado, la noción de igualdad nos obliga a no hacer distingos entre los ciudadanos a quienes por ley servimos.

 

En este momento ocupamos el cargo de alcalde del municipio Baruta. Por norma y lógica no podemos privilegiar a unos ciudadanos sobre otros y nos debemos por igual a todos. Si un ciudadano que no apoyó con su voto nuestra candidatura acude al despacho del alcalde, no puedo ignorarlo ni exigirle requisito alguno para atenderlo, salvo la comprensión a cortesías y normativas de horarios de oficina.

 

No puedo exigirle que antes de atenderlo debe declarar públicamente que me reconoce como su autoridad municipal. Ningún funcionario del Estado, y menos uno de elección popular, puede condicionar la prestación de sus servicios a los ciudadanos. Carece estatutariamente de tal potestad.

 

Recordemos que los ciudadanos están autorizados para todo aquello que no les esté taxativamente prohibido; los funcionarios del Estado sólo pueden hacer aquello que les está taxativamente facultado. Así, el ciudadano Presidente de la República debe reunirse con todos aquellos que sea necesario para realizar apropiadamente su labor como cabeza del Estado. No está en modo alguno facultado para imponer condiciones o para discriminar.

 

Los funcionarios que no suscribimos la corriente política del Presidente de la República no estamos en lo absoluto interesados en que la situación en Venezuela se ponga peor de lo que está. Es nuestro deseo, aspiración y motivación el que nuestra Venezuela progrese, prospere y se desarrolle.

 

Que se solucionen los problemas que aquejan a los ciudadanos, sea cual fuere su inclinación política. Que se encuentre manera de solventar graves situaciones como la inseguridad, el estado precario de los servicios públicos, el alto costo de la vida y un largo etcétera. ¿Es posible lograr eso sin diálogo? La evidencia de años determina que no, que el divisionismo sólo agrava los problemas e impide el buen desempeño del Estado en cualquiera de sus niveles.

 

Por razones de fecha de entrega de este artículo, no puedo comentarles las resultas de la reunión de los alcaldes, de gobierno y oposición, con el Presidente de la República. Puedo sí asegurar que acudiremos abiertos a trabajar por Venezuela y por nuestro municipio. Para nosotros como autoridad municipal nada hay más importante que nuestros ciudadanos, todos nuestros ciudadanos.

 

Estamos convencidos que la unidad no es sólo una senda, es el camino inevitable. Claro, siempre en el espíritu del respeto a la dignidad, la Constitución, la democracia y el país. Un alcalde no puede convertirse en sumiso, pues al hacerlo estaría haciendo de quienes son sujetos de su mandato súbditos y no ciudadanos.

 

Hablando se entiende la gente. Frase que por manidano deja de ser una verdad del tamaño de un templo. El diálogo democrático, que es el que necesitamos, se basa en la concepción de que debe ser entre iguales, sin condicionamientos que no hacen sino ahondar las disputas y dinamitar el camino al logro de soluciones.

 

Recientemente el Papa Francisco ha puesto empeño en invitar a los católicos y a quienes profesan otras confesiones a esforzarnos en hablar. Él es un promotor del diálogo. Afirma que la base del diálogo civilizado es el respeto de los interlocutores, muy en particular si ellos son representantes elegidos. Le sobra razón a Su Santidad. Y haremos bien en prestarle atención a sus sabias palabras.

 

Dialogar no significa pisotear o imponerse. No significa forzar al otro a someterse a cambio de ser acreditado con ventajas o prebendas. El verdadero diálogo es un ejercicio inteligente entre iguales. Si alguien siente que sólo alcanzará un objetivo si inclina la cerviz, el que lo obligó estará en permanente cuestionamiento y deuda.

 

En cambio, si la conclusión del diálogo es un ganar-ganar, las partes no estarán pendientes de cobrar facturas y agravios sino de trabajar en conjunto. No se trata, por cierto, de pretender convencer al otro y sumarlo a nuestra causa. Sabemos que los participantes en este diálogo social tenemos definidas nuestras posiciones políticas. El objetivo por tanto no debe ser el convencer al otro, sino el generar espacios de compromisos.

 

Por Gerardo Blyde