En la granja de los cerdos…
mayo 17, 2016 5:55 am

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Venezuela atraviesa un momento crucial de su historia republicana.  La política y la antipolítica, nos han llevado al punto de impedir un impostergable proceso de reconstrucción nacional, cuyo deterioro acumula a lo menos tres décadas. No es sólo la era Chávez la que nos ha colocado en una profunda crisis de valores y en un pobrecitismo colosal.  Son años de clientelismo político, de parasitaje social, de manejo irresponsable de la renta petrolera, poniéndola en boca de los venezolanos como limosna, con lo cual se ha destruido la base real de una sociedad productiva: el talento creativo ciudadano. Es doloroso, pero es la adoración al taita de turno y a vivir a merced de las huestes del Estado.

 

 

 

Tengo buenos amigos. Catedráticos, politólogos, columnistas. Gente muy típica de nuestra Venezuela preparada y talentosa, con la cual seríamos otro país.  También hablo de jóvenes con un ímpetu y formación extraordinaria, que están en el país o esperan regresar.  Por ello nos resistimos creer que Venezuela sea cubanizada. Repetimos que «no somos la Cuba del 58…, que Venezuela es un país rico… que somos aspiracionales; dignos herederos de próceres libertarios, que no nos hemos ido y seguimos dando la pelea».  No falta el pareto de rigor: «Chávez no era Fidel y Maduro no es Raúl». Entonces, ¿por qué si así nos diferenciamos, todo ha ido en otra dirección? ¿Qué hace que los pueblos sean finalmente sometidos, manipulados  y depauperados, sea que estemos en Cuba,  en los Balcanes, en la Alemania aria o en la Rusia de la Unión Soviética? O por el contrario: ¿Qué es lo que permite que la política triunfe, que las masas se movilicen y luchen emancipándose de sus opresores? La respuesta es si acaso es muy humana, muy consciente, muy terrenal.  Las masas siguen al líder que les ofrezca un sentido de familiaridad y resguardo. No precisa­mente en lo material, sino en lo afectivo. A las masas no las asiste la reflexión crítica. Carecen de ella, por lo cual se les induce, se les orienta y se les rebaña.  Las multitudes las conduce la pasión, el sentido de supervivencia, el control de sus sentimientos y la construcción de esperanzas, aunque no siendo reales, sean empáticas por razones de credo, raza, procedencia y discurso.

 

 

 

¿Ha sido el liderazgo opositor asertivo en el proceso de integración de las masas? Me temo que la respuesta es no. Desde el mismo momento que triunfó la polarización cómo estrategia divisional, el mango del sartén lo tiene quien la promueve desde el poder. Un gran colectivo quedó relegado y en olvido en los últimos lustros del bipartidismo. Y  encontró en el chavismo una respuesta a ese estado de abandono, ostracismo y castración grupal.  ¿Ha recogido esas velas la oposición? No sólo los líderes políticos ¿Ud., yo? ¿Aquellos que disentimos hemos asumido alguna reflexión autocrítica (por tener educación para hacerla), sobre el divorcio social experimentado por las clases pobres, de las clases medias, altas, profesionales o corporativas? El problema es que estructuras como la MUD (otrora Coordinadora Democrática), manejan un lenguaje gerencial, ejecutivo, lírico, vertical e institucional, cierto en lo formal, pero distante en lo popular, quiero subrayar,  en términos afines e incluyentes.   Una masa que viene de soportar generaciones de pobreza crítica, humillaciones y arrebatos afectivos, no será saneada de sus reflujos y resentimientos (además de revanchismos), con un lenguaje crítico y epistolar, preñado de un sentido de justicia y valores democráticos que desconocen. Desde hace rato ni los buenos días nos damos;  hablamos mal de nosotros mismos, y no debatimos las «ideas», sino nos insultamos con un desprecio desgarrador. Qué queda para los demás…

 

 

 

«Ese algo que nos falta” (dixit Carlos Dorado, El Universal 15/05/16) es una profunda reflexión moral, autocrítica, que nos permita aceptar y expresar nuestras culpas.  Es practicar con nobleza aquello que reza: «confesión, constricción y propósito de enmienda», porque sólo la humildad y el recogimiento es lo que permitirá a las masas confundidas embriagadas de inquina por el discurso proletario, vencer la polarización.

 

 

 

Lo semiótico y lo originario es vital para comprender los procesos de fractura social. A la Cuba de la revolución, a la Alemania de Hitler o la Serbia de Milošević, los atrapó los bajos instintos de la trifulca sanguinaria, barnizados con los gimmciks  de «soberanía, patria y pueblo», que le dieron cara de muerte al capital, la raza, la oligarquía o la religión…Venezuela no ha sido la excepción. Y ha sido vulnerada por nuestra destemplanza, por el «ese no es mi problema» o «yo no fui”.  Es la práctica de la peor de las violencias que es  la indiferencia  y desconocimiento de los que piensan y sienten diferente.  Es hora de reinventarnos. Estamos a riesgo de quedar atascados  en décadas de maquinación ideológica. Si no consultemos a Orwell en su rebelión en la granja, donde la nueva tiranía fue la de los cerdos, por lo que quien camine en dos patas es enemigo, quien lo haga sobre cuatro o tenga alas es amigo y donde todos los animales son iguales.

 

 

 

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