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En la boca del lobo

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En la boca del lobo

 

 

 

Como la mayoría de las calles en Caracas y con seguridad del país, rotas, con botes de aguas, abandonadas, así avanza a trompicones el régimen. Con un presidente que ni entiende ni resuelve y cuando soluciona se equivoca; un equipo que comprende menos, y no solo hace pedazos a la única industria estatal que era respetable, Pdvsa, sino que la nación entera no es más que un montón de hilachas.

 

 

Colas de vehículos, nada como las de antes cuando teníamos problemas, se criticaba libremente pero había oportunidades de prosperar. Había pobres, clase media y ricos también; se disfrutaba de abundante transporte público popular; operarios y equipos trabajando; empresarios de todo nivel coincidían en quejarse de la situación, pero mantenían y montaban nuevas empresas; calles iluminadas con huecos y sin ellos; semáforos operativos que muchos no respetaban, pero que persistían en mostrar sus luces rojas, amarillas y verdes. Venezuela no era un paraíso hace 21 años, sin embargo, había suficiente comida, medicina, empleo, esperanza y fe.

 

 

La claridad del día, oscuridad de la noche y Venezuela en general se convierte en boca de lobo: pavimentos plagados de trampas; conductores manejando como si estuvieran en una competencia, pero sin la prudencia ni experticia de los profesionales; policías enconchados en alcabalas que ralentizan –disminuyen la velocidad– del tránsito pero no a los delincuentes; promesas oficiales que suenan tronantes y semanales en interminables y repetitivas cadenas de radio y televisión; cajeros electrónicos cerrados o con dinero limitado a mínimos; estaciones de gasolina que desaparecen; gas que no alcanza; militares por doquier, excepto salvaguardando fronteras; ciudades, pueblos, casas y edificios a oscuras porque la electricidad desaparece sin aviso y con excesiva frecuencia; parroquias, urbanismos y localidades enteras sin servicio de agua.

 

 

Resulta aburrido, pero necesario, escribir una vez más sobre los atentos solícitos. Siguen ahí, tan presentes como el régimen. Igual que el madurismo, hablan y hablan, prometen y prometen, dibujan en el aire y en las redes sociales, un país, una población que solo existe en sus errores y mentiras autoinfligidas. En eso son persistentes, parecen hermanos de diferentes padres, pero de la misma madre, que es la constante política de aprovechar ingenuidades del pueblo sin resolver sus problemas. Es más, pensemos que son sinceros, que realmente quieren resolver dificultades, pero, en general, en detalle son incapaces.

 

 

Y por si fuera poca la ignominia, una vez más –complacientes cooperantes– en la Asamblea Nacional plantean el tema de las elecciones, en un acuerdo infame y mal redactado el martes 13 de noviembre 2018, que constituye un desatino histórico que recordaremos como una auténtica burla. ¿Hasta cuándo tanta ingenuidad o complicidad? La lucha política presa en el diálogo sin exigencias ni preparación o simples cortesías electorales, son una visión errada y reducida de la realidad. Tiene mucho de interés político que esconde proyectos personales y partidistas, que en nada tiene que ver con beneficiar a los ciudadanos. Es mantener el statu quo madurista-castrista del cual participan y reciben sus respectivos emolumentos.

 

 

Un sector estimula la celebración de fraudulentas elecciones municipales y comienza a desplegar con fuerza maniobras propagandísticas, con argumentos y explicaciones agotadas, debatidas hasta el hastío, obviando –con premeditación y alevosía– que el sistema electoral ha sido y es fraudulento –lo que debe ser delito–, bajo la infeliz premisa de que la mayoría de la población es opositora, y ante unas elecciones le ganamos el poder al régimen. Se acuerdan cuando decían con alegría efervescente “ganamos 18, 19 gobernaciones” y después los irresponsables insensatos no tenían los testigos para reclamar el fraude, desvergonzados y sin rubor, pasaron su culpa a quienes no participaron. Convalidando, partícipes e inclementes, las cuatro grandes obras del castrismo venezolano: hambre, escasez, desánimo y exilio voluntario masivo.

 

 

Así están los responsables y asociados del régimen, recorriendo a tientas un camino desconocido y oscuro como boca de lobo. ¿Qué hacer? ¿A dónde ir? ¿Cómo y dónde disfrutar la tranquilidad de los millones sustraídos del tesoro público? ¿De qué sirven blindajes y mansiones en urbanizaciones de alcurnia para andar y vivir siempre ocultos? Algunos tratan de no ser reconocidos, a ese punto llega el miedo a la reacción ciudadana ante la magnitud del desastre causado, que ha dejado al país varios niveles por debajo de la carraplana; sin dinero, en la miseria y bancarrota.

 

 

Hasta los más encantadores y sencillos gustos, como ir a un restaurante, el club, la playa, viajar a Orlando a llevar a los niños a Disney World, lo están perdiendo. ¿De qué sirve, si son señalados y objeto de murmullos? ¿Para qué el poder cuando las fronteras del país son límites imposibles de cruzar?

 

 

Caminar en la oscuridad es riesgo permanente de ir por el precipicio. Especialmente cuando el barranco es el único camino posible.

 

Armando Martini Pietri

@ArmandoMartini

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