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En este país, tu país, mi país

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En este país, tu país, mi país

En este país, tu país, mi país, lo anormal se ha vuelto consuetudinario. En este país, tu país, mi país, la gente honesta vive encerrada en sus casas -en una suerte de toque de queda obligado- mientras los asesinos son los dueños de las calles. En este país, tu país, mi país, es el único que conozco en el mundo donde civiles son armados por el gobierno y echados a la calle a actuar como perros bravos.

 

En este país, tu país, mi país, el presidente habla de paz y manda a reprimir salvajemente a quienes con todo derecho protestan. En este país, tu país, mi país, ponen presos sin imputación, ni formulación de cargos ni juicio ni sentencia a quienes son opositores y la defensora del pueblo (mi- núsculas adrede) defiende la tortura (no me ha respondido todavía dónde se traza la línea entre «trato cruel» y tortura»?)… En este país, tu país, mi país, el fanatismo se ha apoderado de muchos y nos ha hecho daño a todos. Es casi imposible reconocer al otro y «la verdad» se reduce a la realidad de quien la pronuncia.

 

En este país, tu país, mi país, hay muertos «buenos» y muertos «malos», y dependiendo del lado que hayan caído, cada quien echa su cuento como mejor le convenga. En este país, tu país, mi país, muchos jóvenes no sienten que arriesgan sus vidas en las protestas, porque igual las arriesgan con solo salir a la calle. En este país, tu país, mi país, el presente está hipotecado y el futuro pende de un hilo.

 

En este país, tu país, mi país, las memorias son cortas y las lealtades chucutas. En este país, tu país, mi país, se cree cualquier rumor y se pisotea la obra, la trayectoria y la reputación de quien sea. En este país, tu país, mi país, estamos prestos a ensalzar a los destructores y destruir a los constructores.

 

En este país, tu país, mi país, se aplauden zanganerías mientras el zángano sea pana. En este país, tu país, mi país, el dinero lava todo, incluyendo reputaciones, expedientes y prontuarios.

 

En este país, tu país, mi país, en algún momento fuimos alegres, parejeros y despreocupados. Hoy somos presas de la amargura (aunque haya un viceministerio para convencernos de cuán felices deberíamos ser), clasistas, racistas y todos los «istas» que nos podamos imaginar, y encima, nos embarga la desesperanza.

 

¿Cuándo este país, tu país, mi país, volverá a ser «nuestro país»?

 

Por Carolina Jaimes Branger

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