Empobrecimiento
julio 2, 2016 4:12 am

 

Quienes recordamos que nuestra moneda actual perdió tres ceros en 2008 para, supuestamente, convertirse en un Bolívar Fuerte, robusto y buchón, no podemos evitar los sobresaltos y las angustias, cada vez que vamos a comprar algo -o nos cotizan alguna reparación- y nos dan el monto. Ahora todo puede estar por el orden de las cinco cifras “altas” o seis cifras “bajas”. Esto no les pasa a los más chamos: ellos crecieron oyendo que 150 mil bolívares, son tan solo 150 mil bolívares. Muy al contrario de lo que me ocurre a mí y a muchos de mis coetáneos. Porque cuando me dicen que debo pagar 150 mil por la reparación de la lavadora, irremediablemente le pongo a la cifra los tres ceros que Chávez le quitó en el 2008. Y me espanto con la millonada. Porque eso, señores, antes de la reconversión, era una millonada que ni siquiera se aproxima a lo que pagué por la lavadora en su momento.

 

 

 

Cuando veo que la panela de papelón –tan cotizada en estos días por la falta de azúcar- pasa de 500 a mil quinientos, para venderse hoy en día en 3500, me escandalizo pensando que, si le agrego los tres ceros que Chávez le quitó al Bolívar para disfrazar la devaluación, son tres millones quinientos de los de antes. Y pagar eso, por el papelón que era tan popular y tan nuestro –por más orgullo nacional que me despierte el dulce producto- es una millonada.

 

 

Me parece desproporcionado que un caucho –solo uno– para un carrito normal, pueda cotizarse en 70.000 bolívares el más barato. Cada vez que llueve, veo más vehículos coleados por culpa de los neumáticos lisos. Pero ¿qué trabajador clase media gana lo suficiente como para desembolsar de un solo golpe 280.000 para sustituir los cuatro cauchos? Unos cauchos que, además, tampoco se consiguen. Como las baterías, que se cotizan hasta en 80.000. O un simple bombillo, de esos de los ahorradores, que puede costar hasta 5.000. Cuando le pongo a las cifras los tres ceros que a Chávez se le ocurrió eliminarle al bolívar en 2008, no puedo evitar el sobresalto. No es mentira eso que dicen algunos economistas: los salarios van por las escaleras, pero la inflación, por el ascensor.

 

 

Como también es una millonada lo que tenemos que invertir para alimentarnos, pagar la educación de los hijos, sus uniformes si aún están en edades escolares, comprar los útiles y honrar los compromisos de siempre: condominio, electricidad y teléfono. Sin más inventos ni extravagancias que alteren el presupuesto familiar: los venezolanos estamos sobreviviendo y haciendo malabarismo para salir adelante en medio de este sopor asfixiante en lo que se ha vuelto nuestra economía. Una economía cuyo mayor –y vergonzoso- logro ha sido su habilidad para fabricar pobres ¡a pasos agigantados! ¡Qué gran éxito éste de la Revolución!

 

 

 

Nuestros ingresos, a duras penas, cubren lo básico. El presupuesto familiar ya no incluye idas al cine, un helado a la salida del colegio, un combo completo de alguna cadena de comida rápida o cualquier invento recreativo que involucre sacar la billetera. Los venezolanos somos cada vez más pobres y muchos de los que ya ocupaban este estrato, ahora no solo están en pobreza crítica o extrema, sino que están pasando hambre y muriendo por causa de ésta.

 

 

 

Y la situación no se vislumbra esperanzadora. Conindustria advierte que dos tercios de las empresas industriales del país han cerrado y que tan sólo queda operativo el 25% del sector agropecuario privado. No hace falta ser experto, mucho menos un adivinador para saber lo que estas reducciones significan: el régimen está expandiendo el virus de la pobreza con la misma rapidez con la que saquea al país y se roba sus riquezas.

 

 

 

Me vuelco de nuevo a sacar las cuentas. Me paseo por todas las prioridades que tengo pendiente: reparar o no la lavadora, comprar los repuestos que necesita mi carro, pagar la inscripción de mi hija, renovar la póliza de seguro…Chequeo todo para ver en qué rubro haré los recortes. Y mientras afilo el lápiz, comienzo a rogarle a Dios para que no surja un imprevisto que descuadre el presupuesto. Repaso las cuentas y vuelvo a escribir los montos. Y así, de la nada, los ceros que existían en el bolívar antes del 2008, van apareciendo como un espejismo para torturarme con la millonada.

 

 

 

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