El valor de decir “no”
agosto 2, 2021 12:40 pm

Atlanta, 23 de julio de 1996. Dominique Moceanu, de 14 años, la más joven de las integrantes del equipo de gimnasia femenina estadounidense, tenía que sacar más de 9.1 en el salto del potro para asegurar la medalla de oro para su equipo, la primera que ganaría Estados Unidos en su historia. No lo logró en ninguno de los dos intentos. Antes de ese último evento, Moceanu se había fracturado la tibia en una de las competencias de piso, fue vendada e instada a seguir adelante, lo que hizo que durante su ejecución en la barra fija perdiera el equilibrio y se golpeara fuertemente la cabeza. Sin embargo, sus entrenadores, los esposos Bela y Marta Karolyi (los mismos de Nadia Comaneci, que después de los triunfos de esta fueron contratados como entrenadores del equipo femenino de Estados Unidos) decidieron que debía seguir adelante, sin siquiera haber pedido una radiografía de la cervical de la niña. Es decir, que cuando Moceanu saltó el potro, tenía encima de ella fractura de tibia y un fuerte golpe en la cabeza.

 

 

Todo quedaba en manos (o en el cuerpo) de su compañera Kerri Strug. Kerri saltó la primera vez y cayó mal. Tan mal, que se rompió dos ligamentos y tuvo esguince de tobillo. Visiblemente adolorida y cojeando, regresó al punto de salida para ejecutar el segundo salto. El resto es historia: Kerri realizó un salto impecable (aterrizó sobre un solo pie antes de caer al piso doblada del dolor) que le dio al Team USA los puntos que necesitaba para hacerse con la medalla de oro. En todas las primeras planas de la prensa mundial salió la foto de Bela Karolyi con Kerri, enyesada, en sus brazos, y Dominique Moceanu parada a su lado, ambas luciendo sus preseas olímpicas

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Foto Frank Kleefeldt via Getty Images

 

¿Cuánto vale una medalla de oro? ¿Vale acaso la salud –mental o física- de un atleta? Tanto Moceanu como Strug expresaron su absoluta solidaridad a Simone Biles cuando esta tomó la muy valiente decisión de retirarse de las competencias de los Olímpicos de Tokio. Los tuits de Moceanu expresaron su absoluta frustración acerca de cómo fueron manejadas en su momento sus dos lesiones: “En nuestro deporte, básicamente nos sumergimos en una piscina sin agua. Cuando se pierde la capacidad de encontrar el suelo, que parece ser parte de la decisión de @Simone_Biles, las consecuencias pueden ser catastróficas. Ella tomó la decisión correcta para el equipo y para ella misma”.

 

 

Kerri Strug, por su parte, también manifestó su apoyo: «Envío mi amor para ti @Simone_Biles». Incluyó un corazón y un emoji de cabra (GOAT, en inglés, “greatest of all times”), la más grande de todos los tiempos, como es conocida Biles.

 

 

Mientras que el mundo aclamaba a Strug por su valor y perseverancia, muchas compañeras gimnastas que soportaron los rigores de los entrenadores del rancho de Bela y Marta Karolyi, pensaban que Strug estaba condicionada “para superar su dolor en un ambiente abusivo donde las niñas tenían miedo de desafiar la autoridad”, según NBC Sports.

 

 

Hoy, la hazaña de Strug ha sido usada por miles de críticos de Simone Biles para resaltar lo que esta ha debido haber hecho. Lo que sucedía en el rancho de los Karolyi, donde los padres dejaban a sus hijas y cortaban su comunicación con ellas, incluye los abusos sexuales del médico de la selección, Larry Nassar, hoy condenado a 175 años de prisión sin derecho a libertad condicional. Entre sus alumnas se encuentra la misma Simone Biles.

 

 

En su libro Lovescaping, mi hija Irene Greaves escribe:

 

 

«La doctora y autora de gran éxito Brené Brown, quien se ha especializado en el estudio sobre la vergüenza, define la vulnerabilidad como ‘incertidumbre, riesgo y exposición emocional’. Desmiente el mito más grande que rodea la vulnerabilidad: que es una debilidad. La Dra. Brown sostiene que en realidad es todo lo contrario, y que la mayoría de los sentimientos que experimentamos en nuestras vidas son, en esencia, un acto de vulnerabilidad. En otras palabras, la vulnerabilidad nos permite amar.

 

 

Nuestra sociedad hace un muy mal trabajo de alentar la vulnerabilidad, particularmente para los hombres. En la cultura en la que crecí, el machismo es predominante. A los hombres se les enseña desde una edad temprana a ‘ser machos’, lo que esencialmente equivale a ‘nunca muestres tus emociones, y no te atrevas a llorar, ¡eso es lo que hacen las niñas!’ (y, por supuesto, no hay mayor insulto que ser llamado una ‘niña’.) Por alguna razón ser vulnerable les roba a los hombres su virilidad y los niños aprenden a poner una barrera emocional para ocultar sus sentimientos. A las mujeres también se les enseña a ‘ser duras como los hombres’ si quieren ser tomadas en serio, y, por lo tanto, hemos construido una sociedad que está privada de vulnerabilidad”.

 

 

Me pregunto también si las críticas –implacables, inclementes y hasta violentas– hubieran sido tales si Simone Biles hubiera sido blanca. Lo dejo como tema de reflexión.

 

 

El hecho es que me alegra que la joven haya tenido los ovarios de haber pensado en ella y no exponer su salud, su tranquilidad y el resto de su vida por una medalla. Las medallas son importantes, son gratificantes y premian encomiables esfuerzos. Pero nunca son más importantes que la condición de seres humanos y jamás debemos perder la perspectiva de ello. La esclavitud toma diversas formas y esta de ganar “a costa de lo que sea” es una de ellas.

 

 

En 2018, The Associated Press entrevistó a trece exgimnastas y tres entrenadores, quienes describieron “el horror que significaba una cultura de ganar a toda costa, plagada de abusos verbales y emocionales en la que las niñas se vieron obligadas a entrenar con huesos rotos y otras lesiones. Esa cultura fue respaldada tácitamente por el organismo rector del deporte e institucionalizada por Bela y Martha Karolyi, el dúo de marido y mujer que entrenó a las mejores gimnastas de Estados Unidos durante tres décadas”.

 

 

De manera que, ¡chapeau, Simone Biles! El mundo necesita más campeonas como tú, que sepan retirarse a tiempo y no más mujeres (u hombres) con lesiones de por vida, ataques de ansiedad o pánico y trastornos alimentarios. Y es que hay ocasiones, como esta, en las que se requiere tener más valor para rechazar una pelea, que para darla.

 

 

 Carolina Jaimes Branger 

@cjaimesb