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El último viaje de Cristina

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El último viaje de Cristina

 

Debe estar haciendo las valijas. Doce años de protagonismo mesiánico convertidos en tristes rituales de cajas que acomodan recuerdos. La época dorada envuelta en periódicos sin aullidos de grandiosidad. El domingo 22 de noviembre los argentinos le colocaron una lápida al gobierno de tropelías que encarnó Cristina Fernández de Khinner.

 

 

En la exuberancia de creerse eterna, pensó en que la suerte de la gran nación sudamericana pasaba por sus atolondrados designios. Desde que su candidato, Daniel Scioli, terminó perdiendo con el abanderado de Cambiemos, Mauricio Macri. Su idilio con la perennidad rodó por los entreveros de la oscuridad infinita. Ya no protagonizará la realidad política del país, paulatinamente los 3.000 kilómetros que separan Buenos Aires de su feudo en la provincia de Santa Cruz se encargarán de convertirla en polvo cósmico. Leguas de geografías disímiles que la irán cavando en el seol del abandono, es su lago de fuego encarecedor de espíritus malévolos; dura corona de espinas para el enfermo terminal del cáncer de la megalomanía.

 

De manera gradual su teléfono dejará de recibir llamadas de aquellos que observábamos embelesados en cualquier de sus alocuciones. Grandes arquetipos de la nación abstraídos del mundo sideral; su universo vivencial eran aquellas palabras escatológicas de su patriarca de luna llena. Sin embargo, a la hora de los provechos, el virar hacia el otro lado la dejará huérfana de muchos aplausos: que se inspiraron en los ardores de los intereses. La soledad se vestirá de trajes mustios; una colección de naufragios de páginas amarillentas con eventos atados a tiempos que no volverán.

 

 

Es el sigiloso camino al destierro político. Sus discursos se atragantarán con la vorágine del desierto impenitente. Es duro el sepulcro para quien se creyó necesaria, pero que sus compatriotas le demostraron que todo proceso concede su espacio a nuevas propuestas.

 

 

Lo que sí logró durante su performance política fue convertirse en una mujer muy rica. En la declaración anual de la renta entregada a la Oficina Anticorrupción –trámite obligatorio para los funcionarios políticos– ella reconoció que su fortuna asciende a 64.629.891 de pesos –casi 6,5 millones de euros– en propiedades y metálico. Eso representa 9.325.097 (932.000 euros) más que el año anterior. Y ha atribuido ese crecimiento a los “ingresos del trabajo, de alquileres y otras rentas”. En 2012 había declarado 20% de subida y 14% más en 2013. Todas las propiedades –incluidos 3 hoteles en la villa patagónica El Calafate– se encuentran alquiladas y devengan rentas, que administra el primogénito, Máximo Kirchner.

 

 

Hace tres años un joven estudiante de la Universidad de Harvard le preguntó por lo inmenso de su fortuna. Ella le contestó que su fortuna era producto de sus “éxitos” como abogado. Lo llamativo del asunto es que ella ejerció su carrera pocos años. Sus casos fueron esencialmente defensas gratuitas de trabajadores despedidos. Es poco creíble que laborar al lado del sector más golpeado de la sociedad argentina produzca tanto dinero.

 

 

El último viaje es de los pocos amigos. Seguramente muchos sortearán estar en la foto de su realidad actual. Al sepulcro de quien deja el poder acude el verdadero compañero, son casi siempre un reducido número de lágrimas. Todo el protagonismo enfermizo convertido en la pequeña nuez que muere en el bosque…

 

 

 

alexandercamberoyugt@hotmail.com

@alecambero 

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