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El Tejado Roto

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El Tejado Roto

De vuelta al viejo asunto

 

Es necesario insistir en que el periodismo no es una línea recta al fracaso ni caer en el despeñadero de la frustración, mucho menos ser cómplice de la objetividad bobalicona que le otorga al crimen el beneficio de la duda y baja la cerviz ante la versión oficial.

 

Muchos medios ofrecen noticias con la misma alegría de quienes venden chicha o tornillos. Sus valores se relacionan más con la caja registradora que con el periodismo, con complacer más “la llamada del ministro” que las necesidades de la población. Periodismo es compromiso, hacer el bien­, no desabrida comunicación.

 

La divulgación de informaciones no solo ayudó a la independencia de las naciones de América, sino también a liberar los esclavos, a mejorar las condiciones de la mujer, a salvar a inocentes de la pena de muerte, a castigar a irredentos asesinos, a derrocar gobiernos despóticos y a hacer menos peligrosa la existencia, sino que ahora también implica exigir que los hospitales estén bien dotados y asépticos, y que los corruptos no se roben la comida que se importa porque ya el país no la produce.

 

Por supuesto, los periodistas no encarcelan las mafias ni tumban gobiernos autoritarios. Su función es más efímera y más inadvertida: decir la verdad, sin importarle quién se disgusta. El periodismo es un acto de coraje que prefiere el corazón a la razón, pero convence con evidencias. Se le pueden señalar no pocas iniquidades y demasiadas equivocaciones, y eso alienta a los que pretenden condenarlo a la camisa de fuerza de la información oficial, que puede llamarse cualquier cosa, pero no periodismo. Periodismo es combate, búsqueda de la verdad y de la justicia, defensa del oprimido, lucha contra la corrupción y muchas ilusiones más.

 

A los gobernantes les gusta aparecer en la primera página. Mientras más ineficientes y corruptos son, más quieren aparecer, y no una sola vez, sino todos los días y en todos los periódicos y noticiero. Su intención es imponer su “verdad”, su rosario de engaños, su cadena de manipulaciones, y que no se sepan las cosas que les disgustan.

 

Ahora, cuando identificarse como periodista pudiera implicar ser víctima de un linchamiento, de un cogotazo, de un juicio, de una bala perdida y de que te nieguen el pan y el agua, más ganas dan de serlo. El “asuntillo” que nos guía es la dignidad, que es el texto más cercano a la perfección. ¿Hasta cuándo Gómez? Prohibido cerrar.

 

Ramón Hernández

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