El sonido de una olla
septiembre 5, 2016 12:22 pm

 

 

La periodista Luz Mely Reyes lo dijo con unas frases luminosas: “Mientras más tarde el chavismo en irse, menos chance tiene de volver”. Pero el desespero de los poderosos suele ser ciego y sordo. Ni pueden leer lo que ocurre, ni tienen la capacidad de escuchar a los otros. Todo lo sucedido antes, durante y después de la marcha del 1 de septiembre solo muestra, de manera evidente, la impotencia y el desconcierto de quienes están en el gobierno. La sala situacional se ha convertido en un horóscopo errático. El oficialismo ya no sabe cómo escapar de sí mismo.

 

 

 

Es sorprendente el esfuerzo y el gasto que se realizó para promover el miedo y la parálisis, para amedrentar al pueblo, para tratar —por todos los medios— de evitar que se diera la manifestación. El gobierno que habla de la democracia “participativa y protagónica” se dedicó a impedir la participación y el protagonismo popular. Peor aun: usó el dinero, los bienes y los espacios, de los ciudadanos para actuar en su contra, para impedirles ejercer su ciudadanía.

 

 

 

Organizaron actos públicos por todo el país, realizaron dos marchas alternativas en las mismas fechas, aplicaron formas de control de la información, impusieron cadenas mediáticas…trataron todo el tiempo de imponer la idea de que marcha no era una marcha, de que el pueblo no era el pueblo, de que lo único que se pretendía el pasado jueves era dar un golpe de Estado. Descalificar la democracia es una extraña forma de suicidio: se dedicaron a deslegitimar lo único que puede darles legitimidad.

 

 

 

Todo esto tiene, además, un costado más brutal y trágico. Viene acompañado de violencia: agresiones, abusos, violaciones a los derechos humanos y a los debidos procesos judiciales. Si existe algo que pueda llamarse “madurismo” no es ciertamente una corriente ideológica, ni siquiera un movimiento político claro. Ese término define, cada vez más, una reacción de fuerza, una tendencia a ejercer el poder desde los aparatos represivos del Estado. Maduro está eligiendo la peor versión de nuestro pasado: detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, encarcelamientos sin juicios, censura…Su actuación personal en la isla de Margarita solo es una expresión de su opción como política de Estado. No tolera ni siquiera el sonido de una olla. Ante la expresión popular, tiene un arrebato de intolerancia, elige una víctima débil, se comporta de forma violenta y, luego, intenta controlar los daños a punta de maquillajes mediáticos o de silencio.

 

 

 

Siguen viviendo desde la fantasía de la eternidad. Hablan y actúan como si nada tuviera consecuencias. Maduro denuncia que descubrieron un campamento paramilitar a “500 metros de Miraflores”. Afirma que han sido capturados “92 colombianos, paramilitares y mercenarios”. Y ya. No hay nada más ¿Dónde están? ¿Quiénes son? ¿Qué han declarado? ¿Cómo llegaron a ese lugar? ¿Quién los contrató? Silencio. De la misma forma se comportan. Secuestran, detienen, encarcelan, enjuician… sin dar explicaciones, como si fuera normal esa manera de proceder. La impunidad oficial es inaceptable. Y la complicidad del llamado “poder moral” da verguenza ¿Cuál es el pronunciamiento de la Defensoría del Pueblo ante todo esto? Tarek William Saab ignora de manera deliberada la arremetida oficial y habla de civismo, de paz. Están poniendo a prueba el sentido común. El oficialismo está desafiando la capacidad de indignación de todos los venezolanos.

 

 

Hugo Chávez se enfrentó en dos oportunidades a situaciones límites, a conflictos extremos. Tanto en el golpe del 92 como en el golpe del 2002, Chávez paradójicamente decidió no actuar como militar sino como político. En ambos casos, renunció. Y, a la larga, ambas renuncias lo beneficiaron. Maduro ahora hace totalmente lo contrario. No piensa, no escucha. Solo elige la fuerza. A pesar de la derrota aplastante del 6 de diciembre del año pasado, sigue instalado en el “como sea”. Mientras no acepte su fracaso, seguirá fracasando. Las frases de Luz Mely Reyes deberían ser su mantra: mientras más tarde en irse, más le costará regresar.

 

 

Alberto Barrera Tyszka