logo azul

El populismo es el enemigo

Categorías

Opiniones

El populismo es el enemigo

Tuvimos el inmenso honor de conocer, departir y escuchar las reflexiones de Gloria Alvarez. Me refiero a una joven politóloga guatemalteca que está recorriendo América Latina explicando la verdadera razón de nuestras miserias. Se ha convertido en un fenómeno mediático y en una paradoja. No habla en el tono ni en los contenidos que supuestamente gustan a las masas. No es complaciente con los jóvenes. Tampoco lo es con las élites. Es, por el contrario, clara y precisa en su combate contra la demagogia y el populismo que se practica a lo largo y ancho del continente. Es firme en la denuncia sobre lo que está detrás del mensaje que ofrece la redención de los pueblos sin que a cambio se exija ninguna otra cosa que esa sumisión, esa licuefacción de las libertades en un concepto gaseoso, ambiguo, impreciso, y muy manipulable, que nos coloca a todos en la gradas del pueblo, circunstancia o categoría que permite a los gobernantes acumular poder, disfrutar de los privilegios del poder, corroer las bases institucionales de nuestros proyectos republicanos, y confinarnos en ese estadio primitivo del que odia, resiente y rumia sus pesares buscando el culpable.

 

 

 

 

En twitter la conocen como @crazyglorita y  su pensamiento sintético se recoge bajo el hashtag #RepvsPop. Es una mujer joven y con una inmensa capacidad para conectar con sus contemporáneos, usando eficientemente las redes sociales y blandiendo como arma  el debate de las ideas. Se proclama defensora del libertarianismo, y por lo tanto sostiene que es urgente la construcción de un orden social y político asentado en el respeto por tres derechos esenciales y unívocos: el derecho a la vida, el derecho a la propiedad y el derecho a la libertad. Ni uno más, ni uno menos. Sostiene igualmente que se nace libre y que cuerpo y mente de cada uno son la propiedad más elemental, con la que venimos y que convierte el derecho a la propiedad como uno esencial, inalienable e indiscutible. Nacemos dueños de nosotros mismos. Pensar lo contrario es imaginarnos o recrear las atrocidades de violación y esclavitud que han marcado los momentos más oscuros de nuestra historia civilizacional. Y la libertad es capacidad de autorrealización, proyecto de vida, talento y buena fortuna enhebrados para construir lo singular de cada uno en términos de logros y de fracasos. Ser libertario es asumirse tanto autónomo como heterónomo. Es comprendernos como titulares responsables de nuestras aspiraciones, pero respetuosos de las del resto del mundo. Es reconocer que cada uno es egoísta en tanto y en cuanto busca realizar y satisfacer sus anhelos, pero de lo que se trata es ser también racional, y por lo tanto asumir que toda libertad y derecho termina en donde comienza la libertad y derecho de los demás. Eso sí, nos referimos a los tres derechos enunciados: vida, propiedad y libertad.

 

 

 

 

Por eso es tan importante para Gloria Alvarez dejar sentado que el revolcón latinoamericano debe comenzar por rescatar el poder judicial, para que deje ser el coto de privilegios y relaciones amorales, y comience a ser la instancia que administre justicia con criterios universalistas. Debe exigirse una sola justicia para todos, en igualdad de condiciones, con respeto absoluto por el debido proceso, la presunción de inocencia y la preservación de la dignidad de las personas, y no esta deformación vergonzosa por la que el Estado se convierte en enemigo del ciudadano que disiente y que reclama sus espacios, en la misma medida que proporciona impunidad a los secuaces del caudillo de turno. Que no haya justicia es la razón de muchas sumisiones y de tantas confusiones insólitas, como la que recientemente hizo que una víctima pidiera la intercesión de Diosdado para resolver un caso judicial. El detalle está en que el diputado y presidente de la Asamblea Nacional nada debería tener que ver con eso, pero la gente sabe que estos populismos autoritarios operan gracias a esas ambigüedades por las que todo es posible. El populista es un administrador de favores que luego cobra dentro de una lógica mafiosa.  Además, la justicia no puede ser ese compendio incomprensible y distante de leyes redactadas con lenguaje barroco y prosopopéyico, que de tanto querer proteger y garantizar en ámbitos y dimensiones que van mucho más allá de lo efectivamente esencial, lo único que logra es la indefensión del ciudadano y la incomprensión del estado de derecho, especialmente para los que viven en condición de vulnerabilidad. La justicia, decía Adam Smith, debe ser para controlar la propensión natural del hombre a hacer daño al otro. Dicho en otras palabras, debe evitar que el egoísmo propio del ser humano, sea tan irracional como para perjudicar al otro en la búsqueda de ejercer sus derechos.

 

 

 

 

Al demagogo le gusta que dependan de él. Juega a la cuerda floja de las expectativas insatisfechas. Le gusta que la gente viva esa lotería que por demostración refuerza el sometimiento servil. Esa es la esencia del populismo. El problema para la viabilidad del populismo del siglo XXI consiste en que por estas latitudes se ofrece más de la cuenta y se cumple mucho menos de lo esperado. Y es que no puede ser de otra manera. El modelo es fraudulento e imposible de rectificar. Eso lo saben quienes lo usan, pero nadie deja de ofrecer. La política se ha desvirtuado porque es una montaña rusa de ofertas increíbles, con demostraciones de éxito dosificadas, haciendo ver que el premio es espectacular, y que por lo tanto tiene sentido seguir esperando el próximo turno. La política demagógica es un acto de ilusionismo barato que sin embargo vende ese “pare de sufrir” que ansían los muy pobres y otros que se han especializado en ordeñar intensivamente la teta rentista. El resultado es una sociedad dividida entre muchos defraudados y unos pocos beneficiados. Los más viven en condiciones de deterioro constante, y los menos en un mundo de prerrogativas fantásticas.

 

 

 

 

Con más de dieciséis años de populismo intensivo no es casual que seamos el país más peligroso del mundo, que el gobierno se solace entre amenazas y decisiones expoliatorias, y que todos sintamos ese miedo sistémico que nos pesa como una sentencia de muerte postergada momentáneamente.  No es casual que aquí y ahora esté comprometido el poder vivir, el poder hablar, el poder comer, y casi cualquier cosa que signifique sosiego y felicidad. Lo sorprendente es que la gente no caiga en cuenta de la relación causal que hay entre esta situación y las malas políticas instrumentadas por el gobierno. La razón está en que los populistas son excelentes en el uso de la propaganda justificatoria.

 

 

 

El régimen populista nunca se da por aludido. Si algo no sale como se prometió tiene que haber un culpable. Gloria Alvarez tipifica tres tipos de culpas: la culpa anterior –que en nuestro caso es la cuarta república y el tiempo perdido en esos cuarenta años-, la culpa interior –la guerra económica, los pitiyanquis y escuálidos apátridas vendidos- y por supuesto, la culpa exterior –el imperio, a veces transmutado en Obama y otras en  Rajoy, dependiendo quien haya sido el último en incomodar la inercia autoritaria-. El populista que ofrece y no cumple nunca reconoce culpa o responsabilidad por los desastres que provoca. Las cosas salen mal, y en lugar de rectificar, el populista no cesa de ofertar. Hay una trama de locura en esa trayectoria inflada de promesas que luego no se honran y que por eso mismo provocan ese descontento y decepción masivos que rápidamente se trasforman en resentimiento y por lo tanto, en la ratificación de ese círculo perverso que afecta la autoestima y reproduce cierto tipo de individuos cuyo única misión en la vida  es extender la mano para que el providencialismo estatal resuelva sus propias incapacidades. La lotería de promesas opera como un narcótico social o si se quiere, la propaganda provoca un insensato condicionamiento operante en el que la suntuosidad de los corruptos ratifica que si vale la pena seguir esperando. En el populismo el gobierno siempre es una piñata que consiste en  darle palos hasta que se reviente.

 

 

 

Aníbal Romero en uno de sus libros dijo que el populismo es el ejercicio de la política como manipulación, como mero intento de preservar el poder en lugar de utilizarlo en función de objetivos de interés público. Es así. El populismo es el planteamiento de una relación mafiosa que pretende súbditos dependientes de la dádiva y del “favorcito”. Por eso mismo no intentan justicia eficaz, división de poderes, límites presupuestarios, debate, pluralismo y democracia responsable. No les sirve el escrutinio ni los balances de poder. El populismo es un consumidor voraz de poder para satisfacer esa doble vida donde el discurso es redentorista y la práctica es corrupción y privilegios. Gloria Alvarez,  aludiendo a ese libreto que con menor o mayor intensidad se replica por todo el continente, repite en cada una de sus presentaciones que el verdadero enemigo es la demagogia de estos proyectos políticos –los socialismos del siglo XXI-  que los lleva a ofrecer más de lo que se puede lograr, y a generar expectativas que no se pueden satisfacer, pero que sin embargo, no dejan de prometerlas para engañar e hipnotizar a los que sienten que la libertad es un desafío que no está a la altura de sus propias capacidades.

 

 

 

El populismo es la práctica sistemática de la mentira aun sabiendo que sus efectos serán nefastos. Y es la repartición de los haberes de un país, sin pensar en la producción, sin respetar la propiedad, y sin considerar la suerte de las generaciones futuras. Es un depredador de las esperanzas bien fundamentadas en la libertad y en el poder realizador del individuo.

 

 

 

El esfuerzo de Gloria Alvarez es sorprendentemente exitoso. No hay auditorio que no se llene y que no aplauda con entusiasmo. Ella es la demostración itinerante de que si es posible romper con esa incapacidad de las élites para ver el abismo que ellos mismos han creado, contemplarse en él, y virar a tiempo para evitar el colapso. Ella no tiene miedo a señalar esa tragedia y a reconocer todo lo mal que como sociedades lo hemos hecho. Pero no se queda allí. De lo que se trata es de derrotar al populismo con mejores ideas y mejores prácticas. Se trata de imponer la sensatez de la libertad sobre la mentira como forma de gobierno. Nadie apuesta a que sea fácil. Tal vez el camino sea largo y tortuoso porque todos estamos infectados. Tal vez debamos esperar un tiempo antes de ver resultados, @Cedice lleva treinta años en el empeño, pero ya el debate comenzó y algún día culminará con éxito.

 

 

 

 

Víctor Maldonado C

victor.maldonadoc@hushmail.com

victormaldonadoc@gmail.com

Twitter: @vjmc

 

Comparte esta noticia:

Contáctanos

Envíe sus comentarios, informaciones, preguntas, dudas y síguenos en nuestras redes sociales

Publicidad

Si desea obtener información acerca de
cómo publicar con nosotros puedes Escríbirnos

Nuestro Boletín de noticias

Suscríbase a nuestro boletín y le enviaremos por correo electrónico las últimas publicaciones.