El Papa entre dictadura e ideologías
septiembre 29, 2015 4:03 am

«No sirve una mirada ideológica que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos y personales. Las ideologías terminan mal. No sirven. Las ideologías tienen una relación, o incompleta, o enferma o mala con el pueblo. Las ideologías no asumen al pueblo… Por eso fíjense en el siglo pasado. ¿En qué terminaron las ideologías? En dictaduras siempre, siempre. Las dictaduras piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo. Sí claro, ellos [los dictadores] dicen que todo por el pueblo, ¡pero NADA CON EL PUEBLO! Esas son las ideologías».

 

 

Lo anterior lo dijo el Papa Francisco antes en La Asunción, no en Cuba. Cada patio tiene su crisol y cada vasija riega su semilla. Pero en un mundo globalizado, el mensajero se confunde con el mensaje. El Papa al decir de Mires («El Papa fariseo»), no fue a Cuba a cuestionar el poder constituido. Fue a pregonar la palabra de Dios, en todos los rincones de la tierra. Palabra que no oculta el ideal de libertad, humildad y amor. Palabra que trasciende, porque para el líder de la iglesia Católica, la política, el poder o la ideología, pasa por poner su mirada en los pobres. No aprovecharse de ellos para propósitos personales, inhabilitando su derecho a pensar y tener oportunidades. Para Francisco, las sociedades deben reflexionar su habilidad de construirse «como un hogar común». Que lo haya dicho a Fidel cara a cara, no sabemos. Igual fue receptor de esa estela moralista que enbiste cada milímetro de su toga papal, por tener Mario Bergoglio, una vida que practica lo que predica. La sola presencia de Francisco, recordó las palabras sembradas por Juan Pablo II en su visita a Cuba en 1998, cuando lanzó al mundo su vigoroso mensaje:»Vengo como peregrino del amor, de la verdad y de la esperanza que Cuba se abra al mundo, que el mundo se abra a Cuba», siendo que en su homilía en Camagüey, agregó: «Debemos ser valientes en la verdad, audaces en la libertad, constantes en la responsabilidad, generosos en el amor e invencibles en la esperanza». Cuanto coraje inspiró ese mensaje. Defensa de la verdad, que encarna Francisco. Plante que recuerda a los dictadores que «la libertad religiosa no es un privilegio que depende de estrategias políticas, sino el reconocimiento de un derecho inalienable».

 

 

No es sencillo escindir ideología y poder. Desde Hobbes y su filosofía política en el Leviatán, (1651), el Estado emergía como el «contralor» de la naturaleza humana, causante de guerras y exterminios. Rousseau y su Contrato Social, «alivió» la discreción del Estado, con sus ideas de libertad civil, soberanía, república y separación de poderes. Marx denuncia al capitalismo e introduce la lucha de clases, responsabilizando a la plusvalía, los abusos y carencias de la sociedad. Y con la llegada de la ilustración y la modernidad, pensadores como Max Weber y su Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo, incitaron el trabajo puntual y bien pagado, abogando por un capitalismo «cuyos hábitos favorezcan la búsqueda racional de ganancias económicas y una forma de vida bien adaptada que supere a otras, de tal forma que sea una vida común a grupos enteros de personas». Así las ideologías han sido un instrumento evolutivo de la consciencia y del desarrollo de las civilizaciones. Pero cuando se convierten en «instrumentos de dominio y de poder», aparece el fundamentalismo, que no es más que el arrebato de la buena fe. Dogmatismo denunciado por el Papa Francisco, en su discurso memorable ante el Congreso de EEUU (primero en la historia), donde pidió «luchar contra el fundamentalismo y toda forma de polarización, que divida a la sociedad». Esa es la impronta el Papa en Cuba, en América, en el mundo. Ese es el recado bien envuelto que le dejó el Papa a Fidel en el libro de Armando Llorente, padre-jesuita exprofesor del hombre de oliva. Una forma audaz de pedirle al otrora alumno de Belén de La Habana, que se reconcilie con un pasado que «no se puede seguir valorando con el criterio del presente». Un pasado no-redimible, que los dictadores anclan como una lanza para justificar su «eterna» permanencia. Ahí reposa el mensaje: «La libertad no es un privilegio. Es el reconocimiento de un derecho inalienable». Como inalienable es el derecho de los pueblos a «amarse los unos a los otros» (no armarse los unos contra los otros) e inalienable es el deber de «tratar a los demás, como queremos ser tratados».

 

 

Francisco nos emplaza a ser más lo que somos: seres humanos. Libres para vivir, libres para dar. Le habló a Cuba o América como Papa y como Mario José Bergoglio. Con su irrenunciable espíritu de humildad. Espíritu que se confiesa «va mas allá de ser religioso o creer en Dios». Un espíritu que preguntó a los mortales sobre la tierra: «¿En qué terminaron las ideologías?», y que al rompe respondió:»… en dictaduras siempre, siempre». Y no por casualidad el Papa cerró apelando a la Biblia [Mateo 7.2], mirándole al mundo a sus ojos: «Con la misma vara que midas, serás medido… pues Dios nos juzgará de la misma manera que nosotros juzgamos a los demás». Amén padre. El que tiene ojos…

 

 

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