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Que los venezolanos padezcamos escasez de comida, medicinas y muchas cosas y, al mismo tiempo, los rigores de la inflación más alta del mundo
Que los venezolanos padezcamos escasez de comida, medicinas y muchas cosas y, al mismo tiempo, los rigores de la inflación más alta del mundo.

 

 

Que la deuda externa haya crecido tanto y que a las empresas nacionales no se les liquiden las divisas que han solicitado para comprar insumos y pagar sus deudas a proveedores extranjeros. Que la inversión esté en nivel bajísimo y no se generen puestos de trabajo. Nada es casual ni producto de la caída de los precios del petróleo, que estuvieron más altos que nunca por un período más largo que cualquier otro en la historia. Tampoco de una “guerra económica” inventada por un gobierno más diligente en buscar excusas que soluciones. Propaganda no mata realidad.

 

 

La realidad cruda, la verdad pura y dura es que todo eso lo ha ocasionado el terco empeño en imponer un modelo que no funciona y que todo el mundo ha abandonado. Un modelo que parte de una superstición según la cual la causa de todos los males está en la propiedad privada de los medios de producción y, por tanto, pasándolos a propiedad pública, es decir, del gobierno, esos problemas se acabarán. Y no se acaban, se agravan.

 

 

La superstición estatólatra versión criolla se sustenta en otro mito, bastante arraigado en buena parte de nosotros, sin mayores distinciones de clase social. Porque no están en los pobres los únicos feligreses del dorado rentista. Según esa creencia, somos un país rico y, por lo tanto, no hace falta producir riqueza, basta con distribuirla equitativamente. Y es cierto que el acceso a la riqueza es desigual, pero la raíz del problema no está ahí ni se resuelve repartiendo mejor lo que hay, en vez de hacer que haya más, y que todos tengamos más y mejores oportunidades.

 

 

Veamos un indicador. El PIB per cápita de Venezuela es de $12.730. No estamos entre los primeros sesenta países del mundo al dividir producto nacional entre población. Australia nos quintuplica y el pequeño Mónaco, cabeza de la lista, es 13 veces más rico que nosotros. En América Latina y el Caribe nos pasan Puerto Rico, la vecina Trinidad y Tobago y Chile, con vastas regiones desérticas y pocos recursos naturales, y Barbados, aún más chico.

 

 

Otro índice es el desarrollo humano, que combina el anterior con escolaridad y expectativa de vida. Tampoco estamos entre los primeros 60 del planeta. Ni crecimiento económico ni equidad social.

 

 

El modelo de atraso económico viene en combo con un modelo de atraso político-social. De eso hablaremos.

 

 

Ramón Guillermo Aveledo
@aveledounidad

 

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