El gran susto de Fidel Castro
diciembre 3, 2016 4:17 am

 

Los guerreros no mueren en la cama, como cualquier hijo de vecino. Entregan la vida en el campo de batalla, después de lanzar una consigna patética. Al grito de patria o muerte muchos latinoamericanos cayeron en la guerrilla o asesinados en las ciudades. El inventor de la frase falleció anciano, achacoso, buscando excusas para su final, convertido, fatalmente en un abuelito bueno, olvidado por su verdadero enemigo, Estados Unidos, abriéndoles las puertas de la isla a los que podían sacar de abajo a su país, los turistas. A los cubanos quedó entrenarlos, recibirlos en prostíbulos, bailar, atenderlos. Los turistas vienen ahora de todo el mundo y Cuba vuelve a ser lo que siempre ha sido, una isla cuyo atractivo son los propios cubanos, las playas, la rumba. Los últimos cubanos que se atreven a hazañas heroicas son los que se lanzan al mar en una improvisada balsa para llegar a la Florida. Los cubanos no sueñan con la revolución sino con Miami.

 

 

 

¿Reconoció Fidel esa verdad? Después de tantos discursos, guerras, luchas, el destino de Duba sigue atado como nunca a Estados Unidos. Es natural, Cuba jamás escapará de Estados Unidos.

 

 

 

 

Fidel supo aprovecharse del poder de la radio, otra de tantas cosas que le ha copiado Chávez solo que empleando la televisión. Desde ella dirigía sus arengas a la población, solo alguien lo retó alguna vez en vivo y en director y lo colocó casi en ridículo.

 

 

 

A la hora de su muerte hay que recordar aquel 20 de enero de 1960. Fidel había incluido a España y su embajada en objetivo de sus ataques, compartidos con Estados Unidos, acusando a todos de colaborar con la contrarrevolución. El embajador Lojendio estaba viendo el programa desde su casa, pero no tuvo paciencia de verlo terminar. Llamó al chofer y le pidió que le llevara a la sede de la televisión. Pocos minutos después entraba en el estudio, sembrando el desconcierto entre público y profesionales. Castro tuvo que callarse al ver al español dirigirse hacia él mientras alzaba la voz con decisión: “¡Mentira! He sido insultado y exijo poder dar una respuesta. Usted no puede insultar a mi gobierno sin derecho a réplica”. Castro se calló, mientras hacía retroceder su silla ante el avance del fornido vasco. Incluso se incorporó e hizo el gesto de llevar la mano a la pistolera, aunque nada de todo aquello podía calmar a Lojendio, al que ya sujetaban los guardaespadals de Fidel.

 

 

 

A Lojendio le dieron 24 horas para abandonar Cuba, le llovieron felicitaciones y agradecimientos, y por supuesto muchísimas críticas. Las dos cosas tuvo al presentarse en el palacio de El Pardo. “Muy bien, Lojendio, como español, muy bien… Ahora, como diplomático, muy mal”, le dijo Franco. Y continuó: “¿Qué hubiera pasado si, tropezando con cable, hubiese usted rodado por el suelo?”.

 

 

 

Juan Pablo de Lojendio había nacido en San Sebastián en 1906. Marqués de Vellisca, grande de España, abogado y diplomático, fue fundador y presidente de la Derecha Vasca Autónoma, miembro del consejo nacional de la CEDA y de la Asociación Católica de Propagandistas. A pesar del incidente que le hizo un hueco en toda la prensa mundial, tuvo una brillante y condecorada carrera diplomática. Murió en Roma, el 13 de diciembre de 1973, cuando estaba al frente de la legación española en la Santa Sede.

 

 

 

Hoy nadie recuerda a Lojendio, el hombre que asustó a Fidel Castro. Su hazaña ha sido olvidada, ni se le menciona en la vida de Fidel, pero para los que vieron por televisión, porque el programa se transmitía en vivo y en directo, la imagen de este gallego enloquecido nunca se borrará, como le ocurrió también, seguro, al propio Castro que probablemente recordó toda su vida a este gallego enloquecido, quizá hasta con un poco de admiración.

 

 

Fausto Masó