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¡El gobierno… al banquillo!

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¡El gobierno… al banquillo!

 

“No se gobierna inocentemente”. Saint Just.

 

 

 

Aprendemos en las aulas los abogados a distinguir el gobierno del Estado, lo que a veces cuesta más al común advertir.

 

 

 

No es un asunto trivial o ligero. El Estado es lo permanente, es un marco jurídico y político donde el gobierno que va y viene, unos y otros en la historia, se mueve. Está llamado el Estado a constituir, además, un elenco de parámetros y referencias que de suyo instituyen orientaciones y límites al gobierno que se debe a la Constitución y a la ley. No puede ni debe entonces el gobierno ir más allá de lo que expresamente le permite el mandato normativo, y, cabe recordar para teorizar un poco, que la andadura soberana del Estado trasciende al huésped ocasional del poder político que gobierna.

 

 

 

 

Esmein lo resume en una bella frase que traigo a colación: “El Estado es la personificación jurídica de la nación soberana”. La fragua del Estado significa, en lo estratégico, la institucionalidad del orden político y social en el que la nación vivirá. Por ello, también debe dejarse prístino el sentido y la ontología del gobierno como la organización que conduce al Estado, el piloto de la nave, pues, ceñido sin embargo a la constitucionalidad y a la legalidad que le fijan su rango de tareas y le precisan el alcance de sus ejecutorias.

 

 

 

Se solapan, a veces, el gobierno y el Estado en la percepción del ciudadano que aspira y reconoce en sus acciones el uno y como por antonomasia lo imputa al otro cuando, a menudo, es menester cuidar la identidad de cada institución, más allá del semblante que le apreciamos en la dinámica cotidiana. Y así, volviendo a las aulas, me detengo para analizar con los alumnos y concluir con ellos un aserto capital y es aquel que encierra, por cierto, la definición constitucional del ejercicio del gobierno en el artículo 236 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Son atribuciones y obligaciones del presidente o presidenta de la República: 1. Cumplir y hacer cumplir esta Constitución y la ley.

 

 

 

Gobernar es, pues, en nuestro criterio, asegurar el imperio de la Constitución y la ley actuando como complemento público que gestiona el poder público en las áreas de su competencia. Más precisamente, agregaremos, haciendo lo que la norma pauta se gobierna y salvo los naturales márgenes propios de la necesaria eventualmente discrecionalidad, gobernar es, fundamentalmente, ejecutar, llevar a cabo, concretar, y por eso se le llama esa función ejecutiva.

 

 

 

Me he detenido a sentar un criterio para desde esta colina conceptual, dirigir mi comentario hacia la crítica ciudadana que desolada se encuentra ante la evidencia de un gobierno que de manera sistemática se aparta, se aleja o pretende desconocer y sustituirlo y así usurpa el Estado.

 

 

 

En efecto, desde el inicio de la experiencia chavista se nota, como un rasgo dominante, la violencia de la decisión y la contumacia de la articulación que la materializa. Son trazos recios los que el detentador chavista utiliza para echar a andar un programa, una política, una instrumentación. Se trata de hacer lo que se quiere siempre y no lo que se debe.

 

 

 

Hugo Chávez para legitimar un estilo brusco y desconsiderado de las distintas esferas que se acoplan en el trámite político, social, económico, constitucional, legal, institucional se aferró al discurso revolucionario e inspiró una falacia retórica que llamó proceso, si bien el de Chávez nos recuerda a Kafka, convirtió sus ademanes y gesticulaciones orgánico funcionales de gobierno, en un desafío constante al Estado y a la normativa.

 

 

 

Chávez miró el país como el cuartel, y a los ciudadanos, como a una tropa a la que había que hacerle sentir los rangos y la jerarquía. Con ayuda de sus lecturas de Ceresole edificó un plan llamado a prescindir paulatinamente de los distintos mecanismos de control del poder y se dedicó a transgredir, bordear, evadir el Estado desde el gobierno y lo quebrantó todo. Nada ni nadie quedó al margen del exceso, el desvío, el abuso del poder del gobierno, ni siquiera la vida y los derechos de los compatriotas que mansa e ingenuamente creyeron en el apego del hegemón naciente al Estado de Derecho y a la constitucionalidad.

 

 

 

Antes, sin embargo, penetró, contaminó, maleó de egoísmo los poderes que hubieran podido tal vez contenerlo, inficionándolos de personalismo y trayendo a portentosas vanidades, engreídas y nulas de toda nulidad, a su desempeño. Chávez le compró el alma al poder y creó entre civiles y militares una conchupancia concupiscente, que de consuno inocularon un síndrome de inmunodeficiencia administrativa que sometió al Estado y lo anuló en lo esencial. Gobernar fue entonces, y especialmente desde 2007, una permanente maniobra de usurpación del Estado por el gobierno.

 

 

 

En el camino, el gobierno arruinó el Estado asaltando las finanzas públicas como auténticas aves de rapiña. Para hacerlo, desvencijó inescrupulosamente el BCV y Pdvsa, hizo añicos los convenios cambiarios, desconoció y eludió las reglas de responsabilidad fiscal, hasta regularizar y banalizar el vicio al que más adicción tiene el gobierno de Maduro ahora y es, como antes dijimos e insistimos, la emisión de dinero inorgánico. El gobierno es un poderoso salvaje que, quebrantándolo todo y sin ninguna contención, se droga con gasto público.

 

 

 

En lo social es aún peor lo que desde el gobierno se ha hecho. Comencemos señalando el lisiado campo sindical y la malograda sociedad civil laboral. En efecto; el gobierno de Chávez y el de Maduro acabaron con las representaciones de los trabajadores educativos, sanitarios, petroleros, universitarios, metalmecánicos y cualquiera otra.

 

 

 

La hipertrofia política y el desconocimiento o ya impúdicamente la infracción de la normativa de cualquier naturaleza duplicó el tamaño del gobierno al tiempo que enanizó el Estado, lo redujo, lo vació de significación y contenido. Las misiones y su impresionante y deliberadamente incontrolado gasto se hicieron para prescindir de la estructura pública de educación y salud.

 

 

 

Otra de la misma campana observamos al ponderar lo acontecido con Pdvsa. El discurso se acompañó de la transgresión de todos los instructivos precedentes cuyo seguimiento la hacía una empresa segura operativamente. Hoy en día carece de parámetros de administración distintos de aquellos que permiten los desvíos, extravíos y apropiaciones irregulares.

 

 

 

Pdvsa está destruida y arruinada sin ninguna o muy poca capacidad para cumplir, como otrora, sus funciones y le falla lastimosamente al Estado y a la nación. Apena verla convertida en chatarra, pero lastima e indigna más constatar su condición de inauditable.

 

 

 

¿Qué decir del aparato público que administra los servicios de agua, luz eléctrica, seguridad ciudadana o aquellos de protección del ambiente? Somos testigos de una empresa depredadora inexorable e insaciable que envenena la Guayana venezolana con la colaboración del gobierno en ese grotesco pandemónium que llaman el arco minero.

 

 

 

De la Fuerza Armada Nacional ni hablar. Chávez la mediatizó a su antojo, la manipuló como quiso, la despojó de su condición más preciada –y me refiero a la que la hacía la defensora de la soberanía– y la convirtió en un apéndice militante asociado y protagónico del gobierno que, por incompetente y deshonesto, arruinó y despoja a la nación y a la república, en una guardia pretoriana fiel y leal a Nerón como aquella de Tigelino.

 

 

 

Puedo seguir enumerando y siempre lo haría enunciativamente, sin embargo, trayendo ejemplos de cómo un gobierno acabó con un Estado, lo desmembró, lo convirtió en forajido, lo desnaturalizó, pero concluiré citando el caso del Hospital Clínico Universitario, antes una gema brillante de la UCV, y hoy incapaz de llamársele realmente hospital universitario y gobernado por mafias, paramilitares, parásitos que le chupan la sangre y que gobiernan en nombre del gobierno chavista madurista simplemente.

 

 

 

Los gobiernos de Chávez y de Maduro sacrificaron la nación y el Estado para mantenerse y deletéreos ejercer contra todos sus torpes y malignos afanes. La historia, y es bueno anunciárselos, no los absolverá ni mucho menos.

 

 

 

Nelson Chitty La Roche

nchittylaroche@hotmail.com

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