El fracaso del socialismo del siglo XXI
junio 5, 2018 8:43 am

 

En el centro de La Habana en 2016, un hombre muestra su tatuaje de Fidel Castro.CreditTomás Munita para The New York Times

 

 

 

 

 

Es difícil decir si el desplome de la aeronave de Cubana de Aviación en La Habana de hace unas semanas o las elecciones simuladas del 20 de mayo en Venezuela son ejemplos contundentes del fracaso del socialismo del siglo XXI que Raúl Castro y Hugo Chávez promovieron con tanta vehemencia. Ambas son tragedias que cobraron muertes evitables y reflejo de lo que les espera a ambos países.

 

 

Cuba pagó muy caro los éxitos iniciales, y quizá duraderos, de su revolución: educación, salud y dignidad. Sin embargo, desde el comienzo —a excepción de unos cuantos años entre el colapso de la Unión Soviética y el fin de sus subsidios a Cuba en 1992 y el advenimiento del apoyo venezolano en 1999— siempre encontró a alguien que pagara la factura. Se suponía que Estados Unidos sería la siguiente opción, pero eso ya no parece posible ahora.

 

 

 

Venezuela, por su parte, se embarcó en un camino peligroso con la elección de Hugo Chávez en 1998, que cobró más impulso después de la huelga fallida de los trabajadores petroleros a finales de 2002 y principios de 2003: construyendo el socialismo después de la Guerra Fría, con el apoyo de Cuba y prácticamente nadie más. La inteligencia y el apoyo de seguridad de Cuba continúan en Caracas, pero los altos precios del petróleo desaparecieron en 2014, al igual que la generosidad al estilo Arabia Saudita que el gobierno venezolano tenía con La Habana. Aquellos días de gloria se terminaron hace mucho tiempo; ahora todo lo que importa es sobrevivir.

 

 

María Tocuyo alimenta a su hija Luismary en una cocina comunitaria dirigida por una iglesia católica a las afueras de Caracas, en abril de 2018. CreditMeridith Kohut para The New York Times

 

 

 

La sorpresa de las mujeres de La Paz

 

 

 

Apenas unos meses después del comienzo del cambio de poder de los Castro hacia una era distinta, sino es que totalmente nueva, Cuba nuevamente se enfrenta a enormes retos económicos y sociales. Se derivan de tres problemas sin solución.

 

 

 

 

Primero, el declive del turismo de Estados Unidos y la nueva mano dura del gobierno de Trump con Cuba. Durante marzo de este año, el número de visitantes de Estados Unidos disminuyó más del 40 por ciento en comparación con 2017. Esto se debe en parte a las advertencias de seguridad emitidas por Washington y en parte a las nuevas restricciones de viaje implementadas por el presidente Donald Trump y a que después del auge inicial del turismo nostálgico, Cuba ahora compite con el resto del Caribe por turistas. Su belleza y encanto no superan fácilmente los servicios y la infraestructura muy superiores de otros destinos ni sus precios más bajos. Actualmente, la miríada de negocios emergentes —que siempre se pensó eran demasiado pequeños y numerosos para sobrevivir— que florecieron para los visitantes estadounidenses están fracasando debido a la disminución del turismo.

 

 

 

Segundo, las sanciones estadounidenses y el temor cubano a las reformas económicas han hecho que el impulso para una mayor inversión extranjera sea de alguna manera fútil. Algunas empresas estadounidenses, pasada la fiebre inicial de declaraciones muy publicitadas, han sido renuentes a correr riesgos, en especial dada la hostilidad de Trump hacia todo lo que tenga que ver con Obama y por su dependencia de Florida para reelegirse.

 

 

 

La economía ha dejado de crecer, ha resurgido la escasez y las nuevas oportunidades de empleo y ganancias en una moneda fuerte no aparecen. Si añadimos a esto la decisión del gobierno cubano de suspender nuevos permisos a cuentapropistas o de empleo independiente en el sector privado, no es una sorpresa descubrir que las expectativas económicas son poco prometedoras. De ahí lo adecuado de la metáfora del desplome del avión a las afueras de La Habana: al igual que la economía cubana, la aeronave era vieja, con mantenimiento inadecuado, rentada por la aerolínea nacional porque era lo único que podía costear y el resto de la flotilla doméstica de Cubana de Aviación ya no podía despegar.

 

 

 

 

Esto nos lleva a la tercera fuente de preocupación. Venezuela ya no puede subsidiar la transición de Cuba a una economía socialista estilo Vietnam como lo hizo antes.

 

 

 

Es cierto, informes del mes pasado sugieren que Petróleos de Venezuela, conocida como PDVSA, la empresa petrolera propiedad del Estado, compró 440 millones de dólares de crudo en el mercado abierto y se los entregó a Cuba a un precio más bajo y a crédito. Cuba consume unos 170.000 barriles de crudo al día y produce solo alrededor de 50.000. Venezuela ha compensado la diferencia, e incluso antes proveía suficiente crudo para cubrir todas las necesidades de la isla, lo que le permitía a Cuba reexportar parte de ese petróleo con ganancias y pagarlo a través de mecanismos muy subsidiados. El hecho de que PDVSA tuviera que comprar el petróleo para Cuba en el mercado abierto demuestra que Venezuela ya no tiene esa capacidad. La escasez de efectivo en el país, debido al colapso de la producción petrolera —que disminuyó 28 por ciento en los últimos doce meses— también ha disminuido su capacidad de pagar precios elevados por los médicos, maestros y personal de inteligencia cubanos.

 

 

 

Se pensó que la alternativa para Cuba residía en la normalización de las relaciones con Estados Unidos, que se detuvo después del fin del gobierno de Obama. Sin embargo, Venezuela significa más para el país insular que el efectivo y el petróleo. A pesar de los guiños continuos con China y Rusia, es el único aliado incondicional de Cuba en el mundo, razón por la cual la debacle de Venezuela es tan preocupante.

 

 

 

El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, y el presiente venezolano, Nicolás Maduro, en La Habana en abril de 2018 CreditYamil Lage/Agence France-Presse — Getty Images

 

 

 

La comunidad internacional ha intensificado las sanciones contra la dictadura del presidente Nicolás Maduro. Sin embargo, esto producirá poco efecto en Caracas salvo que Washington imponga restricciones al petróleo: la expropiación de Citgo —la empresa petrolera propiedad de PDVSA— o la prohibición de la exportación y la importación de petróleo desde y hacia Venezuela. No obstante, a fin de que esto no le dé ventaja a Maduro, los latinoamericanos y los europeos estarían obligados a apoyar las medidas y adoptar otras similares.

 

 

 

Ahí radica la interrogante fundamental relacionada con Venezuela, y en última instancia, con Cuba. La Organización de Estados Americanos (OEA), en su asamblea anual del 5 de junio, podría considerar una moción para suspender a Venezuela; algo que probablemente fracasará, pero las democracias de la región habrán adoptado una postura.

 

 

En la confrontación resultante, todo puede ocurrir. La comunidad internacional puede decidir —de manera cínica, pero no ilógica— que la crisis del país es demasiado peligrosa para dejarla en manos de los venezolanos. En este caso, la única forma de presionar al gobierno de Maduro parecen ser las sanciones relacionadas con el petróleo, encabezadas, entre otros, por Washington.

 

 

 

Este resultado sería un golpe particularmente duro para Cuba. Si la actual recesión económica produce un descontento generalizado (como, por ejemplo, en 1994, con el llamado Maleconazo), el régimen de la isla enfrentará una crisis social que carecerá de los dos remedios fundamentales de los que siempre gozó. Primero, por supuesto, estaban los Castro: Miguel Díaz-Canel, el nuevo presidente, tendrá que lidiar con un predicamento importante sin el prestigio de Fidel ni el de Raúl Castro. Segundo, no puede contar con la válvula de escape a la que recurrieron en repetidas ocasiones los hermanos gobernantes: la migración a Miami, porque la eliminación de la política de los “pies secos, pies mojados” supone el final del ingreso de los cubanos a Estados Unidos en barco, mediante el contrabando o nadando. Cuba no ha enfrentado el descontento sin esos factores desde la Revolución, en 1959.

 

 

 

Nadie sabe qué sucederá con el régimen si estalla la revuelta social. La única certeza es el fracaso absoluto del llamado socialismo del siglo XXI, en Venezuela como tal y en Cuba bajo otro nombre.

 

 

Jorge G. Castañeda fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003; es profesor de la Universidad de Nueva York y miembro del consejo de Human Rights Watch.

 

 

New York Times

 JORGE G. CASTAÑEDA