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El exitoso fracaso cotidiano y oficial

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El exitoso fracaso cotidiano y oficial

 

Salvo unos cuantos discos de pasta y un cúmulo de libros que mis amigos recomiendan incinerar como hacía el detective Pepe Carvalho en las novelas de picaresca policial que revitalizó Manuel Vázquez Montalbán, mi acumulación de riquezas y de otros tranquilizantes de la codicia ha sido un fracaso ensordecedor. Ahora mismo no solo he estado a punto de abandonar la batalla contra el alto costo de la vida, por la imposibilidad de evitar que se agrande la distancia entre el sueldo y el valor de la canasta básica, sino también porque he aprendido que los productos que la integran son tan virtuales como la partidas de nacimiento y las declaraciones de bienes de los funcionarios del alto gobierno.

 

 

No hay leche ni papel tualé, tampoco jabón de baño y cientos de otros productos indispensables para vivir como criaturas del siglo XXI y no como aborígenes precolombinos. Tampoco hay abundancia de puestos de trabajo ni ancianatos gratuitos para acogerse a un retiro digno; mucho menos dónde arrancharse en el Cajón del Arauca y ver el amanecer desde el chinchorro. Lo que siempre está presente es la duda: ¿En qué fallé? He trabajado desde que otros de mi edad estaban en el kinder adquiriendo destrezas con las tijeras y la goma arábiga y he sido afortunado en ganar buenos sueldos, pero siempre me ha costado alcanzar la cesta básica.

 

 

Creo que soy uno de los venezolanos que el Estado más ha victimizado y que más ha sometido al empobrecimiento en los últimos 20 años. Muchas veces para ser un ciudadano solvente, no digamos ejemplar, y poder pagar los impuestos en marzo he tenido que usar los aguinaldos de diciembre y, además, pedir prestado para completar. En cambio, ahora, veo que muchachos que apenas se han graduado y han sido escasamente unos meses ministros alternos, una vez en un despacho y un par de semanas en otro, sin que oficialmente se les haya asignado un paquete salarial que sea la envidia de un CEO de Manhattan, exhiben relojes y piezas de vestir, además de jet privado, que ni el más afortunado de mis amigos contemporáneos se ha podido aproximar.

 

 

Desconozco las habilidades comerciales de quienes han sido gobernadores de Aragua, pero es casi milagroso que, sin tener las actitudes y destrezas para el ganado y los emprendimientos industriales del general Juan Vicente Gómez, todos han hecho una gran fortuna en ejercicios de poder regional relativamente cortos. El único que aparece acusado es Rafael Isea, pero no como corrupto, desfalcador o ladrón, sino de traidor. Quizás le envidian haber sido el hombre de extrema confianza de Chávez. Vendo declaración de bienes impoluta.

 

 

Ramón Hernández

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