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El Estado es mío

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El Estado es mío

Cuenta un ex alto funcionario del gobierno de Chávez que Fidel Castro habría recomendado a su dilecto discípulo centrarse en el control total del poder político y no ocuparse de la corrupción en su gobierno.

 

Era el comienzo de su gestión y pensaba Fidel, según esta fuente de alto crédito, que si Chávez se proponía atacar a sus corruptos podría quedarse solo. Que su interés debería estar en «controlar» las instituciones y no en la asepsia gubernamental. Total, en un país lleno de petrodólares resultaba muy difícil evitar cierto desliz de quienes llegaban con «hambre» al poder.

 

Tal parece ser el guión seguido por el difunto gobernante. Basta recordar declaraciones de Giordani quien aseveró que los llamados Boliburgueses se habían llevado 25.000 millones de dólares de las arcas nacionales, y por supuesto, cabe preguntarse: ¿Cómo fué posible semejante desfalco sin la mirada cómplice del jefe mayor? Si lo supo un ministro, ¿cómo no haberlo sabido el todopoderoso presidente?

 

Le resultaba urgente hacerse con el control absoluto sobre las instituciones claves del Estado antes que gobernar con transparencia. Porque gobernar es mucho mas que detentar el poder, claro está que lo incluye, pero supone mas que eso.

 

Gobernar supone un compromiso con todos los ciudadanos y no sólo con quienes en principio te apoyaron; es generar calidad de vida para toda la población y no solo para un sector. Supone inclusión y diálogo permanente. Esto por supuesto, si hablamos de gobernar en democracia.

 

Controlar el Estado y sus instituciones mas que gobernar, ha sido el patrón que los define. Por ello la angustia y afán permanente por «aplastar» toda disidencia, cualquier voz que desentone con el coro de adláteres que se reúnen a su alrededor.

 

El Poder Judicial pasó a ser instrumento para criminalizar la acción opositora. Para mis amigos todo, para mis enemigos todo el peso de la ley, decía Stalin y tenía a Siberia reservada para quienes disentían. Aquí los presos políticos y los exiliados crecen y cada vez se torna mas difícil la acción política opositora. «A Caracas no entrarán» grita ufano quien intenta hacer las veces de presidente, obviando que la constitución consagra el derecho a la protesta pacífica en todo el territorio nacional.

 

Ven el diálogo como síntoma de debilidad. No asumen responsabilidad sobre la inflación o la escasez y culpabilizan al capitalismo y la guerra económica promovida por los «lacayos del imperio». En un mes de protestas callejeras ya van 23 muertos y la tendencia represiva se incrementa, la GNB se hace acompañar por los llamados «colectivos» propiciando una espiral de violencia que no sabemos hasta donde nos llevará. Usan la fuerza porque «así es que se gobierna». El Estado ha sido reducido a mero instrumento de dominación al servicio del autócrata y los ciudadanos a condición de servidumbre, o se someten o se van.

 

Quienes abogamos por el diálogo y la tolerancia, estamos en medio del campo de batalla donde la sordera de un poder autocrático y su desmedida acción represiva alimentan la respuesta radical de ciudadanos que están cansados de ser insultados, marginados y que no ven perspectivas de futuro.

 

La sangre en las calles nos aleja cada día mas de la posibilidad de caminos constitucionales y en paz, deslizándonos al terreno de la violencia. ¿Hasta donde nos llevará esto? Impredecible. Quizás sirva mirarnos en la experiencia colombiana que se sumergió en una lógica de confrontación política violenta y hoy, cinco décadas después y luego de decenas de miles de muertes, aún busca la paz.

 

Por César Morillo

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