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El escritor tiene sed y se queja

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El escritor tiene sed y se queja

 

 

Venezuela no le cobra a los intelectuales –sean artistas plásticos, poetas, narradores, científicos, historiadores o filósofos de cafetín– sus errores, fueren veniales o catastróficos. Se conforma con reducirlos al olvido: ni el peor de los callejones recibe su nombre. Habrá excepciones, como Miguel Peña, Ángel Quintero o Fermín Toro, que son recordados más por su tramposería, las graves consecuencias de sus consejos o por un momento fundamental: “Dígale al general Monagas que Fermín Toro no se prostituye”, aunque su verdadera “obra política” fue su equivocada interpretación de la ley de libertad de contratos de 1834, con funestas consecuencias en la actividad agropecuaria y comercial.

 

 

 

Que los lectores no los recuerden ni estos nombres aparezcan en sus quehaceres cotidianos, aunque estuvieron fuertemente ligados a los primeros pasos de la república, demuestra el aserto sobre el olvido. Conscientes o temerosos del castigo que se han ganado han ido pasando al anonimato poetas que tuvieron mucho relumbrón, escritores de bien “construido” prestigio, músicos de salón y economista cuya mayor proeza no pasó de leer, sin entender, unas cuantas páginas de El capital. Los demás no superan el remoquete de artistas populares, tocadores de güiro y habladores de pendejadas, pero que han encontrado su salvación en la burocracia organizando festivales, giras y exposiciones con tanto mérito como los dulces abrillantados que Venezuela llevó a París a la exposición mundial en el siglo XIX, en plena segunda revolución industrial.

 

 

 

El socialismo del siglo XXI contó en sus inicios con no pocos ucevistas, algunos muy talentosos, pero sin probidad alguna. Los hemos visto enriquecerse y protagonizar escándalos, con senos y cosenos, tan absurdos e incomprensibles como la conjetura de Poincaré o la ecuación de Fermat; también llevarnos a la ruina, que es el caso de Jorge Giordani, aunque su condición de electricista de alicate no lo habilita como intelectual ni la pinta hace al monje. Queda uno que fue muy radical con la pluma, que a falta de mejor ocupación le ha dado por mandar “libros” a las imprentas públicas, nacionales o municipales, y todas las semanas anuncia que lleva tantos publicados.

 

 

 

Aunque la represión despiadada y sanguinaria de los estudiantes de 2014 dejó su famoso cuento “Rubén” –un emblema de la protesta juvenil en la década de los setenta– como un amoroso cuento de hadas, Luis Britto García se quedó callado. No hubo ni una línea de crítica en el artículo dominical que le mereció el Premio Nacional de Periodismo. Su apego a la realidad se limita a una posdata a Hidrocapital en la que avisa que lleva 5 días sin recibir agua aunque pagó el año por adelantado, y pone su NIC-1150176. El Seguro Social no les paga a los pensionados en el exterior desde hace más de 18 meses. Vendo talento fofo y con sed.

 

 

 

Ramón Hernández

 

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