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El cuerpo de las palabras

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El cuerpo de las palabras

En el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española no aparece la palabra cantinflérico. Sin embargo, sí aparece cantinflada, e incluso el adjetivo acantinflado. Se refieren a lo mismo: el mareo verbal que identifica a Cantinflas, el personaje humorístico mexicano creado por Mario Moreno. Es un clásico: te llena las orejas de palabras sin destino, habla para atrás y para delante y nunca dice nada. Muchas veces se pensó que ahí respiraba una crítica a la alharaca inútil y hueca de los discursos del poder. Roger Bartra, asertivamente, ha propuesto lo contrario: “El verbalismo confuso de Cantinflas no es una crítica a la demagogia de los políticos: es su legitimación”.

 

En estos días, los funcionarios del alto gobierno han estado más cantinfléricos o acantinflados que nunca. La crisis en las calles les hizo perder la mínima zona de control que tenían. Primero dijeron que el imperio norteamericano era el responsable de lo que pasaba, expulsaron a tres diplomáticos y acusaron a Obama de “alentar las protestas”. Después, nombraron a un nuevo embajador para Estados Unidos y convocaron a Obama a dialogar. Lo mismo pasó con CNN. De manera aguerrida expulsaron a la cadena y, al día siguiente, agachaditos, les dieron de nuevo el permiso para trabajar en el país. Todo es definitivo, tajante, final. Pero todo dura solo cinco minutos.

 

Elías Jaua repitió el nombre de Álvaro Uribe como si fuera su mantra personal. Le dijo paraco y asesino, así como si nada, sin ninguna prueba. El ministro Rodríguez denunció que los estudiantes se habían entrenado en México. Tampoco nunca ofreció una sola evidencia. La ministra Delcy anunció que un alto dirigente de la oposición quería asesinar a Leopoldo López. Todavía estamos esperando que nos diga su nombre. También aseguraron que había casi un ejército de guerrilleros con planes de invadirnos desde Colombia. Anunciaron que habían atrapado a un “mercenario árabe, procedente de Medio Oriente” que, al parecer, solo es margariteño. Delataron que el general Vivas tenía un arsenal y luego resultó que las fotos mostradas eran marca Google. Denunciaron internacionalmente que había un feroz y fascista golpe de Estado en pleno desarrollo… pero tampoco tanto, bueno, tampoco es tan grave como para suspender el Carnaval.

 

Volvamos a Roger Bartra. Todo este desorden finalmente legitima la verdadera acción del gobierno. Las palabras son parte del espectáculo. La Conferencia de Paz, instalada esta semana, es un buen ejemplo. Una ristra enorme de sonidos tapó lo principal, la ausencia de las víctimas. ¿Cómo podemos hablar de paz sin escuchar la voz de la víctimas de la violencia? No tiene sentido. Solo fue ruido, pura hojarasca del idioma. Bulla ordenada que birló la información más importante de estos días: el informe de la Fiscalía que sostiene que el 12-F funcionarios del Estado dispararon en contra de la marcha estudiantil. Esa verdad es el origen de mucho de lo que hoy vivimos. El gobierno no debería hablar de otra cosa.

 

Pero habla. Dice tonterías. Y no le preocupa demasiado. Porque también nos está hablando de otra manera. La acción represiva que hemos visto durante estas semanas es su discurso. Ahí se concretan 15 años de la violencia verbal que el poder ha ejercido en contra de la diversidad. Ese es el cuerpo de las palabras que han dominado el lenguaje oficial por tantos años. El signo del chavismo, ese puño que golpea repetidamente la mano abierta, está expresándose hoy de manera natural en la actuación de la guardia. Hay que volverlos pomada. Dales con el puño. Dales con el casco. Dales con la pistola. Se lo merecen. Son escuálidos. Son apátridas. Son asesinos.

 

Te voy a golpear duro y sin piedad, pero te voy a hablar de amor. La lengua del poder parece incoherente y confusa, sus declaraciones no tienen sentido. Pero legitiman lo que día a día nos dicen sus acciones directas, mortales. No puede haber diálogo en Miraflores mientras haya sordera en las calles.

 

 Alberto Barrera Tyszka

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