El costo de la realidad
julio 12, 2015 11:04 pm

El régimen vive al día. Su única estrategia consistente es tratar de escamotear la realidad e imponer al precio que sea –pero siempre creciente- los contenidos de la propaganda oficial. Goebbels sostenía que toda propaganda debía ser popular, vulgar  y simple. Pocas ideas, ideas sencillas, pero repetidas una y otra vez, sin  fisuras ni dudas. Todos insistiendo en lo mismo y negando las mismas cosas. Todos ellos tratando de sustituir la pesada carga de la realidad por una versión más ligera y con menos responsabilidades atribuibles. Porque, a estas alturas, la realidad tiene para ellos un altísimo costo político. La gente, sometida al intenso bombardeo propagandístico, tiene que estarse preguntando cómo un gobierno tan poderoso, que maneja toda la maquinaria del gobierno, que hace ínfulas de sistemas tan sofisticados de inteligencia, ahora no es capaz de reconocerse en sus resultados. Cómo es posible que ellos quieran deslindarse de la responsabilidad si tienen absoluto control y todo el poder. Cómo siendo primera y última palabra, porque no rinden cuenta de nada ni a nadie, no pueden explicar lo económico, lo político o lo social sino acusando al resto del mundo de conspiraciones, conjuras y enemistades. Y por qué a sus amigos del eje Alba-Cuba no les va tan mal. La verdad les pesa, es una flecha clavada en el pecho, es la mirada suspicaz de sus seguidores y la crítica creciente que sienten en cada contacto con la gente.

 

La propaganda solamente se contrarresta manteniendo el foco en la realidad. Y compartiendo un conjunto de afirmaciones que funcionen como brújula eficaz en medio de toda esta confusión patrocinada por el socialismo del siglo XXI. Del régimen hay que desconfiar. Sus excusas tienen que ser sistemáticamente impugnadas. Sus argumentos desmontados por relaciones entre los efectos que vemos y causas plausibles. Y sobre todo no dejarnos enfocar. No permitir que sea su lupa la que nos administre la razón. Para ellos es tan interesante la algarabía con la que exageran un caso como los silencios que provocan. Tan esencial es lo que “alumbran” como lo que dejan en la “penumbra”. Tan importante lo que quieren discutir como aquello que reprimen. Y para nosotros es esencial salir del círculo y ver más allá. Por eso mismo no olvidemos los siguientes asertos:

 

1.       La guerra económica no existe. No hay ninguna conspiración instrumentada desde Fedecámaras y tampoco la posibilidad de articular un saboteo sistemático de la economía. Nadie ha propuesto estrategias de boicot o huelgas de empresas. Existen aproximadamente medio millón de empresas y trescientos noventa mil propietarios que quieren producir y comerciar, que abren todos los días sus negocios, que sostienen una nómina de 7.695.649 empleados formales, y que no pueden hacer más porque enfrentan la persecución del gobierno a través de un sistema legal y procedimental que los asfixia, los llena de obstáculos y los desalienta. Pero los resultados de plantear indebidamente esta ficción están a la vista. Somos el país donde es más difícil hacer negocios y el que está peor visto a la hora de decidir una nueva inversión. El ambiente productivo es tóxico, los emprendedores se sienten constantemente amenazados y la reputación represiva del gobierno es unánime y global.

 

2.       El régimen de controles colapsó. No somos el país potencia que ellos prometieron. Todo lo contrario, nuestra soberanía está comprometida en sus premisas fundamentales. Dependemos más que nunca de un régimen de importaciones insostenible. Los controladores, -esa burocracia cívico-militar opaca y prepotente- se han corrompido en términos absolutos. Esa corrupción no solamente significa el uso indebido de recursos públicos para el lucro privado, sino el envilecimiento de cualquier proceso, la desinstitucionalización del país y su sustitución por relaciones de hecho, donde priva la ley del más fuerte y las ocurrencias del más bárbaro.

 

3.       Desconocer los costos solo produce esta escasez. La ingeniería precios justos es un inmenso fraude. El gobierno pretendió imponer por la fuerza un régimen de precios cuyo resultado está a la vista. Todos los productos a los que se les impone un precio por debajo de los costos desaparecieron del mercado y pasaron a ser preciosos en el mercado negro, que si está dispuesto a pagar lo que realmente valen. La ley de costos y precios justos solamente provoca escasez, inflación y desinversión. Y el gobierno ha tenido que pagar políticamente estos desaciertos.

 

4.       La renta petrolera no es suficiente para garantizar la prosperidad.  El proyecto autoritario fundado en el monopolio público de los ingresos petroleros solo produce una condición social bipolar que fluctúa entre períodos de distribución populista irresponsable y temporadas de recesión y empobrecimiento social. El negocio petrolero en manos del gobierno solo provoca la fatal arrogancia de un sector público que pretende una hegemonía que no produce resultados fructuosos. Las riquezas del país –en manos del gobierno- solo sirven para alimentar la voracidad de una burocracia pública que ya supera los 2,5 millones de empleados, lo que significa que el 33% de los trabajadores formales trabajan para el gobierno.

 

5.       Las empresas públicas no son empresas productivas.  La estatización de la economía es un fracaso ruinoso. Los monopolios públicos no apuntalan la prosperidad sino que se han convertido en la demostración perfecta de que solamente mediante estrategias de mercado se seleccionan apropiadamente talento, tecnología y recursos. La equivocada imposición de la lealtad ideológica como único atributo necesario y suficiente para dirigir una empresa ha traído como consecuencia la quiebra técnica de todas ellas. El error de no querer entender que la empresa necesita utilidades para reponer activos, actualizar tecnología, pagar talento y retribuir la productividad las ha dejado al margen, volviéndolas anacrónicas e inservibles. Ahora solamente son consumidoras de presupuesto y fuentes de presión para la emisión de dinero inorgánico que apuntala la inflación y empobrece al país.

 

6.       No es posible vivir de las importaciones ocasionales. El socialismo del siglo XXI se bambolea entre la inercia y la urgencia. La inercia es el destruccionismo del sistema de mercado y de la empresa privada, y la urgencia a veces les exige resolver las crisis del país. Pero Venezuela consume 45,9 millones de toneladas de alimentos anuales y el desafío de abastecer al país nunca se va a lograr si se sigue anulando al sector agro-industrial y negando el libre mercado. La prosperidad nunca será posible si ella se deja en las manos de una burocracia cuyo paradigma es la planificación central de la economía.

 

7.       El DAKAZO fue un saqueo con orden. Toda violación de los derechos de propiedad y del libre comercio es un robo. La estrategia populista que juega a ser Robin Hood no es otra cosa que una fuerte apuesta a la disolución de los activos sociales del país. La especulación es un espejismo. La realidad son las distorsiones de la mala política económica que se suman al guión de la prepotencia estatista. Del DAKAZO solamente queda el mal sabor de haber arruinado al sector de comercio de línea blanca y equipos electrónicos y la sensación que muchos deben tener de haber participado en ese crimen económico.

 

8.       Necesitamos más empresa privada y menos estado. El futuro del país depende de la siembra que hagamos hoy de las empresas del futuro. Venezuela debería triplicar su parque empresarial y fomentar la presencia de una vigorosa clase media de emprendedores. Necesitamos un gobierno más reducido, enfocado y no disperso, favorecedor y no obstaculizador, promotor y no protagonista, fuerte en las garantías de los derechos ciudadanos y buen negociador de nuevas oportunidades para el país.

 

9.       No hay atajos al libre mercado, las reglas del juego y el respeto por los derechos de propiedad. Sin las instituciones de la libertad todos estamos amenazados por la barbarie autoritaria. Los resultados están a la vista en la corrupción y el desparpajo que impiden el salir del atasco en que estamos. El primitivismo es viral. La ley del más fuerte opera en sustitución de las reglas republicanas, y se expresan en “el pranato”, las “zonas de paz”, los espacios de impunidad para “los colectivos”, las invasiones, las “vacunas” a los comerciantes, y la violencia generalizada. Sin paz no hay libertad. Pero la paz es el resultado de cumplir la ley y evitar que los gobiernos se reduzcan al ansia absoluta y al ventajismo autoritario que practican.

 

10.   La mala economía es el único resultado posible del socialismo. El socialismo está diseñado para reprimir y hacer fracasar a la sociedad mientras unos pocos saquean las riquezas del país mientras narcotizan al pueblo con consignas psicodélicas. No hay otro culpable que el modelo y sus instrumentadores. No hay socialismo bueno, porque como decía Mises, los socialistas pretenden lo imposible: distribuir aquello que antes no se ha producido. Peor aún, distribuir quitándole a los que producen y dándole a los que no hacen el esfuerzo. Y eso termina cuando esta conjura termina por alejar el esfuerzo emprendedor y exiliar al talento. Eso es precisamente lo que nos está ocurriendo.

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com