El arte como tragedia
enero 18, 2020 8:47 pm

 

 

Cuando Hugo Chávez ingresó a aquel quirófano cubano, un escalofrío le estremeció todo su debilitado esqueleto. Sintió que aquel cubículo apertrechado de equipos quirúrgicos y cables conectados a maquinas que no dejaban de chillar era un ataúd en el que terminaría sus días; lejano de su Sabaneta y traicionado por los que simulaban ser sus mas fieles veladores. Era un duelo a muerte con la vida que se le apagaba, pero en medio de su agónica egolatría se imaginaba reencarnar las vivencias del caudillo lusitano, Viriato, que se levantó contra la dominación romana, y que fue asesinado mientras dormía por tres miembros de su más cercano anillo de protección.

 

 

Chávez suponía, en medio de sus estertores, que al final de su existencia sería llorado por sus más íntimos, tal como lo hicieron los que sintieron un inmenso pesar por la partida de Viriato.

 

 

No fue así.

 

 

A Chávez lo sacrificaron para entregarle los símbolos del poder a quien estuvo a su lado hasta su último suspiro, siempre pendiente de que efectivamente se fuera para siempre el comandante eterno y galáctico, pero eso sí, bien lejos de la tierra.

 

 

Maduro se había bajado del autobús hace mucho tiempo para viajar y ascender en el globo que despegaba desde los predios de Miraflores y una que otra vez, de las verdes praderas que bordean las mansiones de los cortesanos adinerados, gracias a la “revolución”. Otro terreno muy distante de los apretujados ranchitos de La Vega o de los simples edificios de Coche o de la parroquia El Valle. Paret, resucitado, se daría un banquete repintando su obra con estos modelos. Pintando al “hombre nuevo”.

 

 

Para mantenerse en el poder heredado, Cilia se las arreglaría con sus obedientes meninas, Tibisay Lucena y Delcy Rodríguez.

 

 

Ellas se encargarían de resolver los arreglos “florales” en el Consejo Nacional Electoral, con la peculiaridad que no serían a base de margaritas ni orquídeas, sino de actas y maquinitas muy bien aceitadas por los hermanos Rodríguez. El dilema a remediar ante la pregunta imaginaria del pintor Velázquez es, ¿quién asumiría, entre las dos, el rol de Maribárbola?

 

 

Ante la posibilidad cierta de que Maduro pierda, como en efecto ocurrió en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, entraría en acción José Vicente Rangel susurrándole a Maduro que “no se preocupe, que todo está debidamente preparado, porque el mundo es como un carro de heno, donde cada uno coge lo que puede”.

 

 

Así, el inefable JV Rangel pintó su propio “Jardín de Las Delicias”, donde las ambiciones terrenales llevan a pecar a una veintena de diputados infiltrados con la idea perversa de tomar por asalto, no con cañones, sino con dólares, el Parlamento Nacional.

 

 

Los áulicos de Maduro no descuidan los detalles, como el de las masivas protestas “de -esos escuálidos cabezas calenturientas que “chillan mas que un camión de cochinos”-, como le gusta decir al bufón mayor de la corte madurista, Diosdado Cabello.

 

 

Por eso Maduro cavila la idea de mandar a pintar su propio lienzo, que calque las imágenes de la cacería de ciervos en lugares sagrados, reputados como actos profanos, desplegadas en la ermita mozárabe de San Baudelio. Así Maduro concibió, entonces a su macabro cuerpo elite FAES para que lleve adelante las ejecuciones extrajudiciales que han cazado más de 7 mil ciudadanos, violando su ámbito más sagrado como son sus hogares.

 

 

Finalmente, Maduro no está conforme con su escritorio. Se irrita porque a veces suele ver brotando de la chapa superior, las imágenes borrosas de Chávez reclamándole sus burradas.

 

 

Por eso Maduro encargó al jefe de los pranes que controlan el Arco Minero la elaboración de un tablero que emule el mesón que el Cardenal Alessandrini, sobrino de Pio V, le envió desde Roma en 1587, como regalo a Felipe II. “Cilita, dile a Satanás que con los mejores diamantes, oro, lapizlázuli, esmeraldas y rubíes, me hagan un tablero mejor que ese que le regaló el curita al tal Felipe II».

 

 

Mitzy C. de Ledezma