El antiamericanismo frívolo
diciembre 13, 2015 5:36 am

 

 

Hay un antiamericanismo asesino y un antiamericanismo frívolo o light. El primero es el antiamericanismo de los terroristas fanáticos que odian a Estados Unidos su poder, sus valores y sus políticas y están dispuestos a matar y a morir con tal de hacerle daño a ese país y su gente. Es, por ejemplo el de Syed Rizwan Farook y su esposa Tashfeen Malik, los asesinos del reciente ataque en San Bernardino, California. El segundo es el antiamericanismo de quienes se echan a las calles, a los medios de comunicación, las redes sociales o a las aulas universitarias para despotricar contra Estados Unidos, sin que necesariamente deseen su destrucción.

 

 

Tanto los antiestadounidenses light como los líderes estadounidenses comparten la percepción de que el antiamericanismo que no llega a ser terrorismo no tiene mayores costos. Y ese es un error.

 

 

Los antiamericanos light mantienen que les gusta Estados Unidos y sus habitantes pero desprecian sus políticas internacionales y que criticar al gobierno de la superpotencia es sano y necesario. Por supuesto tienen razón en que la reacción mundial en contra de ciertas iniciativas de Estados Unidos ayuda a limitar los excesos, errores y el unilateralismo abusivo de una potencia que con frecuencia comete errores (véase: invasión de Irak). Pero se equivocan cuando suponen que sus denuncias no tienen mayores consecuencias negativas. De hecho las críticas destempladas a los Estados Unidos alimentan rencores mucho más profundos y peligrosos contra Estados Unidos, su gobierno y su pueblo.

 

 

Entre otras cosas logran que los antiamericanos más violentos crean que forman parte de un movimiento mundial que suma miles de millones de personas. Eso no es cierto pero claramente los anima y hace sentir mas apoyados de lo que realmente son. Aquellos que apoyan y diseminan el antiamericanismo light aunque compartan los valores y principios que Estados Unidos representa, socavan su capacidad de defender dichos principios ante el resto del mundo. Después de todo, la influencia internacional requiere poder, pero también depende de la legitimidad. Tal legitimidad se deriva de la aceptación de los demás, que no sólo han de consentir, sino también acoger el uso de esa influencia. No se trata de abstenerse de criticar o de inhibirse de denunciar los errores de Estados Unidos. Se trata de entender que el rechazo automático, virulento y con frecuencia basado en infundios o prejuicios contra Estados Unidos podría ser tan malo para el mundo como el darle a la superpotencia un cheque en blanco para ejercer su poder sin cortapisas. Por ejemplo, las reacciones instintivas avivadas por el antiamericanismo light seguramente desempeñaron algún papel a la hora de socavar y quizá alterar permanentemente la Alianza Atlántica (OTAN). En Europa se debate con creciente frecuencia la necesidad de crear una Organización del Tratado de la Unión Europea como manera de “emanciparse” de Estados y como alternativa a la OTAN. La relevancia y efectividad de muchas agencias de la ONU se han visto también erosionadas por su sutil y a veces no tan sutil antiamericanismo, como por ejemplo en 2001 Estados Unidos perdió su puesto en la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos y fue remplazado por Sudan y Pakistán.

 

 

Además, la estridencia de este coro mundial antiestadounidense también socava el apoyo del público estadounidense al compromiso internacional de su país. Aunque el compromiso activo de Estados Unidos puede no ser siempre la mejor receta para los problemas internacionales, a menudo es la única disponible. Muchos estadounidenses ya tienen dificultad para entender por qué sus impuestos deben ser usados para financiar el rol internacional de Estados Unidos. ¿Porque debemos ser el sheriff del mundo si lo único que eso genera es resentimiento contra nuestro país? Dicen muchos. ¿Porque tuvimos que ser nosotros quienes desmantelamos la olla de corrupción que es la FIFA y no los países que más tienen que perder cuando el fútbol está podrido?

 

 

De hecho, el antiamericanismo light que prevalece en muchos países es de gran ayuda para demagogos e aislacionistas irresponsables como Donald Trump.

 

 

Pero esa peligrosa despreocupación no es sólo responsabilidad de los antiestadounidenses light. Los políticos y los líderes del gobierno de Estados Unidos han mostrado desde hace tiempo desdén por los efectos negativos del antiamericanismo light. Entre los pesos pesados de Washington, la creencia general es que no es posible hacer cambiar de opinión a los antiestadounidenses asesinos y fanáticos y que hay que ocuparse de ellos por medio de los cuerpos de seguridad y policiales, mientras que las acusaciones de los antiestadounidenses light en su mayor parte tienen escasa trascendencia y hay que ignorarla. El chiste que circula en ciertos ambientes de Washington es que en el mundo hay muchos que en la mañana queman banderas de Estados Unidos o les explican a sus estudiantes las maldades de Estados Unidos y por la tarde hacen cola en la embajada estadounidense buscando una visa de entrada.

 

 

Pero esta visión que trivializa los efectos de los light esta equivocada. Para tener un papel constructivo a escala internacional, Estados Unidos depende tanto de la buena voluntad de otros gobiernos como de la eficacia de su Ejército. A su vez, esa buena voluntad es sumamente dependiente del talante y las actitudes de los electorados nacionales. Ésa es solo una de las razones por las cuales la ascendencia mundial del antiamericanismo light es una tendencia peligrosa. Y no sólo para los estadounidenses.

 

 

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