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El amansador de disparates fracasó

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El amansador de disparates fracasó

 
Amenazar y retar a combate sentado es una contradicción tanto de espíritu como de postura. En las películas y en las telenovelas, los malos amenazan de muerte y después sonríen. Lo hacía Gustavo Rodríguez cuando interpretaba a Pedro Estrada en Estefanía y lo hacía el verdadero Pedro Estada antes de sacar los 243 dólares que le entregaba al político antes de extrañarlo del país no como una ayuda, sino como otra manera de quebrarle la dignidad. También sonreía cuando el adversario, con la vista baja, tomaba el dinero y el papel membretado y sellado que le serviría de salvoconducto y pasaporte.

 

 

 

Los semiólogos y los expertos en comunicación hablan de la denotación y la connotación, de lo explícito y lo implícito, pero siempre seguimos de largo ante la posibilidad de recordar los malos ratos de la primaria en los que el complemento directo o indirecto marcaban el sufrimiento cotidiano, con las preposiciones y, por Dios, el que galicado. Los cubanos, que entendieron bastante tarde por qué Stalin abandonó el cine como herramienta de propaganda, usaron una de sus maromas lingüísticas para justificar las tropelías técnicas y artísticas de su cine y lo llamaron “cine imperfecto”. Pretendieron imponerlo como categoría, pero quedó sepultado en el renglón de lo efímero. Chao, pescao.

 

 

 

Los poetas repiten que un verso bien vale la vida, algunos lo consiguen y hasta llegan a publicarlo; otros que no son poetas, ni bachilleres ni tienen el don la palabra, insuflados de vanidad y poder, incapaces de cautivar ni de convencer, exponen sus imperfecciones, sus hondos vacíos, durante horas y horas, día tras día, por radio y televisión, sin pudor y sin gracia. Retan, insultan, reclaman, carajean, vilipendian, humillan y mienten, pero al final sonríen como víctimas desamparadas e indefensas, con los ojillos entrecerrados. Los mandones, los sátrapas, los dictadores, los déspotas, tiranos y reyezuelos, “infalibles y todopoderosos”, no saben reír. Sospechan que puede ser una debilidad; sin embargo, muestran infinidad de sonrisas, todas connotativas, ninguna sincera.

 

 

 

Los cubanos no insistieron mucho con “el cine imperfecto”, que era una versión en celuloide de los videos sin editar, en el mejor de los casos, pero sin cuidar el encuadre, el sonido ni la actuación. Nada revela más verdades que una cámara cándida o un micrófono abierto por descuido. Pasada la novelería se van identificando los trucos, las manipulaciones, los entramados y las cuitas escondidas, no importa que insulte o sonría, que lo haga sentado y de pie, es un muñeco de paja, sin alma y sin nada que decir, amarrado a un micrófono frente a una cámara. Vendo abrillantador de futuro.

 

 

Ramón Hernández

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