El acostumbramiento
marzo 18, 2013 3:18 pm

Hace poco más de un año, el 22 de febrero de 2012, el Cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, Arzobispo de Buenos Aires, pronunció su mensaje cuaresmal. El ahora Papa Francisco I dedicó sus reflexiones a uno de los males más arraigados de nuestra época, que él llamó el acostumbramiento: “Nos acostumbramos a levantarnos cada día como si no pudiera ser de otra manera, nos acostumbramos a la violencia como algo infaltable en las noticias, nos acostumbramos al paisaje habitual de pobreza y de la miseria caminando por las calles de nuestra ciudad, nos acostumbramos a la tracción a sangre de los chicos y las mujeres en las noches del centro cargando lo que otros tiran. Nos acostumbramos a vivir en una ciudad paganizada en la que los chicos no salen a rezar ni hacerse la señal de la cruz. El acostumbramiento nos anestesia el corazón, no hay capacidad para ese asombro que nos renueva en la esperanza, no hay lugar para el reconocimiento del mal y poder para luchar contra él”.

 

 

 

Nunca han sido sus palabras más oportunas para diagnosticar lo que nos está ocurriendo a los venezolanos. Estamos sufriendo una enfermedad espiritual que suprime cualquier capacidad de reacción, que nos hunde en la paradoja y nos impide reaccionar para cambiar lo que solamente nosotros podemos cambiar: una situación política que nos esclaviza, una situación social que nos enfrenta y una situación económica que nos arruina. Nos hemos ido acostumbrando al escándalo chiquito, a la estupidez gobernante, al desplante autoritario, a la amenaza del militar, a la impudicia del ministro, a la riqueza injustificada, al ocio improductivo, a la depredación tributaria, a la violación constante y sistemática de las reglas del juego, a la gavilla institucional, a los eufemismos legales, a la asfixia de la opinión, a la persecución de las empresas privadas y al encumbramiento de la mediocridad.

 

 

 

Nos hemos acostumbrado al gobierno de las turbas, a las invocaciones indebidas al pueblo, a la supresión del diálogo social, al ahogo de la esperanza y a su sustitución por el vivir al día como si el futuro fuese inmarcesible. Nos hemos ido acostumbrando a la pereza y a la derrota. Nos hemos convertido en una colectividad que pasa de la euforia sin sustento a la depresión sin justificación. El acostumbramiento nos ha hecho perder destrezas para la estrategia y pensamos que ninguna otra cosa vale la pena que no sea la propia trinchera, cada día más pequeña, cada día más atroz.

 

 

 

Nos hemos acostumbrando al hampa impune, al robo artero, al no poder decir, al tener precaución al pensar. Nos hemos acostumbrado al odio y a la sequía del amor fraterno. Hemos perdido nacionalidad y la hemos sustituido por esa invasión por goteo que nos diluye en una integración pre-pagada, concebida, administrada y tarifada por los cubanos. Nos hemos acostumbrado a la jerga castrista de Nicolás, que bien podía haber nacido en Cienfuegos o ser el hijo perdido de Fidel Castro. Nos hemos acostumbrado al secuestro que nos confina. Nos hemos acostumbrado a la extorsión del malandro, a la inflación que nos devalúa, a la escasez que nos hace peregrinar insensatamente, a los apagones que nos impiden vernos entre nosotros, a las sequías, a los gritos insolentes de Diosdado, a la ignorancia supina de los destructores de nuestra economía y a la cerrazón conceptual de los que gritan socialismo o muerte.

 

 

 

Nos hemos acostumbrado a unos funerales infinitos, al manoseo de los muertos, a la lágrima pactada para la TV, a la entrega y al me rindo. Nos hemos acostumbrado a tener razones para sentirnos vencidos que es el único requisito que necesita un tirano para vencer. El acostumbramiento nos ciega y nos invalida para la lucha porque es pereza y fatalismo.

 

 

 

Por eso el mensaje de nuestra larga cuaresma no puede ser otro que un nuevo comenzar. Un “ya basta” que se oiga como un trueno y que nos permita tomar contacto con esa realidad que nos convoca a desafiarla. No nos podemos acostumbrar a la mediocridad. No podemos seguir siendo cómplices del embrutecimiento nacional. No podemos. No debemos conceder espacios a la vergüenza que significaría para todos los que vivimos hoy el ser recordados con sorna como los que arruinaron el resto del siglo XXI. El llamado es a no rendirnos y dar la pelea por lo razonable y lo justo, porque hay que seguir luchando hasta que la semilla de la decencia republicana vuelva a florecer entre nosotros.

 

 

 

¿Cómo hacerlo? El desafío es superar el inmovilismo y comenzar a andar. Andar a pesar de que los cálculos no nos dan ninguna probabilidad. Andar porque tenemos convicciones. Andar porque así queremos ser recordados: Movidos por nuestros principios, movilizados en defensa de lo que apreciamos y valoramos: vivir sin perder la dignidad, vivir en libertad. /JM

 

Por: Víctor Maldonado