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El 2015: disolución o reconstrucción

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El 2015: disolución o reconstrucción

Dos hechos fundamentales sucedidos durante el 2014, le imprimirán su marca a las tendencias políticas que irán dándole identidad al año que recién comienza.

 

El primero, la rebelión estudiantil que tomó las calles  de febrero a junio, y fue decisiva, tanto para rediseñar a la oposición, como que la dictadura de Maduro sacara las garras y las hincara en la piel de toda Venezuela.

 

El segundo: la firma del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, de una ley emanada del Congreso de ese país, por la que se sanciona a 56 funcionarios del gobierno de Maduro acusados de “violación de los derechos humanos”.

 

Acontecimientos concomitantes, segregados uno del otro, y a causa de los cuales, la política empezó a conocer unos tiempos en los que ya no es imposible establecer que la democracia venezolana no está sola y sus enemigos sufrirán el aislamiento que una vez vivió Cuba y viven connotadas satrapías de Europa, Asia y África.

 

En cuanto al gobierno de Maduro, no hay dudas que la tormenta lo sorprende en días de aguda debilidad, en unos en que su rechazo ha escalado niveles de hasta del 80 por ciento, y, lo que será más decisivo en cualquier desenlace, con precios del crudo que se desplomaron de 100 a 50 dólares el barril.

 

En otras palabras, que fin de la untuosa chequera que nutrió la estructura clientelar más agresiva que había conocido  la región, y fin también, de la política de sobornos (camuflada de ayudas) por la que, durante 16 años, Chávez primero y Maduro después, mantuvieron una suerte de mafia de gobiernos que apoyaba y votaba siempre por el capo mayor.

 

De modo que, los sacudones del 2014 se dieron, tanto en el gobierno, como en la oposición, y la gran pregunta es ¿cuál de las dos fuerzas remanentes, de las que se enfrentaron en los hechos violentos de febrero a junio, se impondrá a la otra?

 

En el contexto, no es peregrino afirmar que, si el 2015 estará determinado por los sucesos que se iniciaron en febrero y terminaron en diciembre, el sucesor de Chávez tendrá como nunca urgencia de decidir entre estas dos opciones: la disolución con la que pretendió enmarcar su dictadura, o la reconstrucción del conjunto de sus escenarios políticos, entre otros,  la crisis de una economía que pide a gritos deshacer la estatización y darle otra oportunidad al sector privado.

 

No hay dudas que por “el continuismo disolutivo”, por la conversión de Venezuela en una suerte de Numancia del siglo XXI, Maduro terminará asfixiado en un aislamiento que es difícil de sostener en el modelo del “Socialismo petrolero” o del “Siglo XXI”, acostumbrado a la “vida loca” de los altos precios del petróleo que tantas “embriagueces” le granjeó en sus andanzas por América Latina y el mundo.

 

En otras palabras: que no visualizamos sino a un Maduro cada vez más solo, abandonado por familiares y amigos y negociando con sus “enemigos” la salida del poder y su viaje a un país extranjero que ya no será Cuba, sino Corea del Norte.

 

Si, por el contrario, la opción es de la “reconstrucción”, el “hombre del pajarito” tendría la posibilidad de extender su mandato hasta un próximo referendo revocatorio que se realizaría en el 2016, o quién sabe si al final de su mandato en el 2019.

 

El reto para el presidente residiría en que “reconstrucción” es también abandono del modelo de “estatización forzada” y el inicio de una liberalización de la economía que, si no es un regreso puro y simple de la economía privada, si podría ser una variante del modelo chino pero sin implicar el fin de la democracia, ni la alternancia en el poder.

 

Una situación inédita, en definitiva, pero que en ningún sentido tendría que implicar la “ruptura violenta” que traería la salida “disolutiva”.

 

En cuanto a la oposición, sus retos no son menos urgentes e inaplazables, pues incluyen: resolver el problema de la unidad (o la existencia de dos oposiciones pero en sana paz), y la adopción de un programa conjunto que acepte cualquiera de los enfrentamientos que  planteé el madurismo.

 

Pero al lado de su estrategia y táctica frente al gobierno, la oposición debe enfrentar los desafíos que le impone el ser la mayoría política del país, con las tareas para fortalecer su nuevo rol y no alejarse de una línea donde el crecimiento debe ser persistente y creciente.

 

Circunstancias que, son tanto más manejables, cuanto que el liderazgo opositor entienda, que el chavismo no pasó por el país en vano, que por más inenarrables que sean sus desatinos y despistes, dejó una cultura social de cierto peso que se debe atender y resolver.

 

Claro, sin reeditar el populismo, la demagogia, ni debilidades con una estatolatría que debe ser expulsada (de ser posible) hasta del código genético de venezolanos y latinoamericanos.

 

Un tema importante que ha sido discutido, pero no resuelto en las agendas opositoras, es el de la polarización del país, el de la división entre blancos y negros, revolucionarios y contrarrevolucionarios, buenos y malos, chavistas y antichavistas e implica una intolerancia de parte y parte que le asigna muy poco futuro a la normalización de la constitucionalidad.

 

Y que debe ser sometida al cedazo de una apuesta por la convivencia, frente a la cual, hay que dejar prejuicios, sectarismos y fundamentalismos sean del signo que sean.

 

Porque también existen “fundamentalismos democráticos” y no admitirlo es autoexonerarse de una culpa que incluye a todos los venezolanos, porque, por acción u omisión, por excesos o falta de celo, participaron en la conspiración por la que Venezuela dejó de ser lo que fue y devino en una república bananera o del quinto mundo.

 

Las tareas, entonces, son inevitables, convocan a todos los venezolanos y si bien los chavistas y maduristas convictos de crímenes contra la humanidad deben dar cuenta de sus delitos, no debe pensarse que toda una comunidad de millones de venezolanos los avaló, respaldó y se hizo cómplice de ellos.

 

Por tanto, unidad, pero no solo para los partidos de oposición sino para todos los venezolanos.

 

Manuel Malaver

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