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Editorial: La bienvenida a Irán

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Editorial: La bienvenida a Irán

El levantamiento de sanciones a este país por EE. UU. y la Unión Europea aliviará a los iraníes.

En el complejo mapa geopolítico de Oriente Próximo, la nueva relación que se abre entre Irán y el mundo supone volver a barajar las cartas del equilibrio regional y devuelve la fe en la diplomacia a una zona que, como pocas, tiene múltiples polvorines, siempre prestos a estallar.

 

 

El histórico acuerdo nuclear suscrito en julio por Irán con el grupo de potencias +1 (Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania) entró en vigor el sábado, luego de que la Agencia Internacional de Energía Atómica (Aiea) constató que Teherán brinda las garantías necesarias de que su programa nuclear guarda una naturaleza estrictamente civil y no oscuras intenciones de dotarse de una bomba atómica, como fue durante años la preocupación del mundo y sigue siendo la de Israel, que porfía en su tesis de que Teherán tiene belicistas cartas tapadas.

 

 
De inmediato, EE. UU. y la Unión Europea levantaron las sanciones, y miles de millones de dólares serán descongelados para inyectarse en la economía persa, duramente golpeada por los castigos impuestos por el desarrollo de su programa nuclear. Las restricciones para hacer negocios con el país serán levantadas paulatinamente, y una nueva época parece abrirse para una población de 77 millones de personas. De la misma forma, unos 500.000 barriles más de petróleo iraní entrarán a congestionar un mercado saturado, con todo el impacto que supone para el precio una mayor oferta. Gestos como el intercambio de prisioneros, entre ellos un periodista de ‘The Washington Post’, y la liberación de diez marinos de dos barcos estadounidenses acompañaron las buenas nuevas.

 

 

Más allá de eso, el acercamiento de Washington a Teherán (que rompieron sus relaciones en 1980) por una parte es considerado un gran logro de la política exterior del presidente Obama y de su homólogo Ruhaní, y por otra implica el reconocimiento de nuevas fuerzas con miras a buscar un renovado equilibrio regional.

 

 

Los aliados tradicionales de EE. UU. en la zona, como Arabia Saudí e Israel, han dejado ver su inquietud por la aproximación al régimen de los ayatolás, en momentos en que la guerra en Siria y la lucha contra los grupos terroristas como el Estado Islámico se intensifican. Es claro que gran parte de la inestabilidad regional tiene que ver con la pugna entre la suní Arabia Saudí y el chií Irán por influir en un mundo árabe sacudido por las ‘primaveras’ y sus disparejas consecuencias, sin dejar de mencionar el inacabado proceso de paz y las latentes tensiones palestino-israelíes.

 

 

Lo que viene para la diplomacia de Obama es atemperar las inquietudes de israelíes y saudíes. Para Ruhaní, calmar los ánimos de los sectores ultraconservadores, así como enviar mensajes tranquilizadores, como ya hace al reiterar que su país no es una amenaza para nadie.

 

 

Esto no implica que estadounidenses e iraníes restablezcan sus relaciones diplomáticas –como sí sucedió con Cuba–, pues aún subsisten hondas diferencias, pero ya se están dando pasos claves para un entendimiento. Washington sabe que Teherán puede tener la llave de salida del laberinto de Oriente Próximo. Por eso, el mensaje vuelve a cobrar sentido, y se verifica que la paz hay que negociarla con los enemigos.

 

 
editorial@eltiempo.com.co

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