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Diálogo pendiente entre los opositores

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Diálogo pendiente entre los opositores

Que las repúblicas se ocupen de lo útil para la misma gente, transando intereses recíprocos

 

Leo con cuidado y en su contexto las palabras de Henrique Capriles, quien demanda de la oposición «reunificarse». Le pide que se conecte «con los temas que más importan a la gente», si aspira situarse como «alternativa ante el gobierno».

 

Éste, según él, «no sirve», pero la oposición no calza. Las necesidades se acumulan y agravan. El primero «no quiere que se discuta» sobre «inflación, escasez, aumento del costo de la vida», y la última, por lo visto, parece no comprender que apenas enfrentamos a un gobierno incapaz y mediocre, que suscita «violencia, represión, detenciones» con el único fin único de distraer a la opinión.

 

Sus afirmaciones, como lo creo, desnudan la ausencia de empatía -fuera de la electoral- entre los distintos actores de la oposición «democrática». Explican, a la par, la aproximación de algunos de éstos al gobierno, a pesar de sus groseras desviaciones antidemocráticas. A la vez que despejan la incógnita que, a no pocos observadores, nos suscita la extraña protección que recibe Nicolás Maduro de gobernantes latinoamericanos ajenos al eje del Socialismo del Siglo XXI.

 

¡Y es que, en efecto, éstos, todos a uno, en el fondo, comparten el credo de Capriles!

 

Si lo esencial es que la gente coma, tenga techo y salud, viva libre del desorden público -sueño de todo burgomaestre- y que las repúblicas se ocupen de lo útil para la misma gente, transando intereses recíprocos para remediar los males que las aquejan, como la escasez o la inflación, obviamente que en tal punto pueden confluir, sin riesgos ni reservas, Capriles y Maduro. Y también, cabe decirlo, encontrarán como adherente a hombres como Juan Manuel Santos, por cultores de la llamada racionalidad práctica. Les importa -no lo ocultan- la adecuación de sus acciones o políticas públicas a la obtención de finalidades relacionadas con la subsistencia vital de los ciudadanos, regidas aquéllas y éstas por criterios de maximización de la satisfacción subjetiva y minimización de los costos clientelares.

 

El caso es que en línea distinta, lo apunta Max Weber, se sitúan los cultores de la racionalidad sustantiva; esa que demanda la concordancia del político con ciertos principios morales esenciales, como la trascendencia del ser humano, el vínculo entre medios legítimos y fines legítimos democráticamente sustentables, la emancipación del hombre a través de la ilustración, la búsqueda de la verdad, el abandono de toda tutela que domestique y apenas satisfaga los instintos, en suma, el avance de la persona, previo o junto al «tener», hacia el estadio de libertad y plenitud, en el «ser».

 

Dentro de la perspectiva racional práctica que postula Capriles la cuestión de los valores éticos de la democracia, de la primacía del Estado de Derecho y del sometimiento del poder a la ley, de la independencia de la Justicia, del respeto y garantía de los derechos humanos, o de las libertades de prensa y manifestación como columnas vertebrales de la democracia, sin negársela no encuentra relevancia discursiva.

 

La cuestión no es baladí. Se trata, nada menos, que del asunto crucial a partir del cual hoy se bifurcan los caminos y credos en la Venezuela de la crisis. Uno, compartido por chavistas y antichavistas quienes animan el diálogo para resolver sobre la inmediatez, es presentado como la opción de los tolerantes, y el otro, que asimismo transitan algunos antichavistas y hacen propio, incluso, militantes del chavismo, dentro de sus respectivas cosmovisiones, es acusado de radical o fundamentalista por los partidarios de la razón práctica.

 

El filósofo de Königsberg, Emmanuel Kant, recuerda, al efecto, que el hecho de que «los que mandan en el género humano lo tomen -al hombre- por una pequeñez y le traten en consecuencia, ya cargándole como un animal e instrumento suyo, ya empleándole como pieza de ajedrez es sus pugnas, para que se deje matar por ellos, esto sí que no es una pequeñez sino la genuina inversión del fin último» de la persona humana, como hija de la Creación.

 

No agrego más dado los límites de esta crónica, salvo decir que si un sector de la oposición «democrática» sostiene que el problema que nos tiene como presas a los venezolanos es de incompetencia o falta de gerencia económica gubernamental, en tanto que otro aprecia el deterioro terminal de la democracia en manos de Maduro y urge sobre su reconstitución, la unidad opositora real es una quimera.

 

El Papa Francisco dibuja bien y por lo mismo la tragedia del político contemporáneo, cuando apunta su falta de discernimiento entre el bien y el mal; le hace optar por el manejo crudo de las ventajas y desventajas para su oficio.

 

Asdrúbal Aguiar 

correoaustral@gmail.com

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