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Día de la independencia

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Día de la independencia

El martes pasado la República cumplió doscientos cinco años. Tal efemérides nos encuentra en medio de una lucha crucial por la soberanía que la ciudadanía de este país se decidió a ganar y ganará.

 

 

 

Somos menos independientes, porque producimos menos y dependemos más de importaciones que ahora, gracias al desbarajuste fiscal, la corrupción y la acumulación de errores, ya no podemos pagar. De allí las colas, el desabastecimiento, los precios altos que suben sin freno. Escasean los productos de primera necesidad para comer y para curarse. Escasean los repuestos para automóviles y para las maquinarias y los equipos. Escasean semillas, fertilizantes, pesticidas, insumos industriales, materiales elementales para el comercio. Es heroico sembrar y cosechar, fabricar, empacar, comprar y vender.

 

 
Somos menos independientes porque todos sentimos que muchas decisiones finales de nuestro gobierno no se toman aquí ni están guiadas por los intereses superiores del pueblo venezolano. Su centro de gravedad es una nación extranjera en la cual un poder decrépito se aferra a la vida que su fracaso le niega, sojuzgando a un pueblo hermano.

 

 

Somos menos soberanos porque habiendo votado, clara, contundentemente, nuestra voluntad es ignorada. Marramuncias de tinterillos son la última trinchera de gobernantes cada vez más solitarios, para esterilizar a la Asamblea Nacional, cuyas facultades constitucionales se desconoce. Lo mismo que trucos baratos buscan escamotearnos con retrasos un derecho constitucionalmente consagrado.

 

 

 

Para quienes han privatizado el poder público, el sentido único y exclusivo de la lucha política es preservar su privilegiada posición, a la cual han despojado de toda noción del deber y la consideran solo una fuente de derechos. De derechos para ellos, se entiende. Derechos semejantes a la propiedad que han adquirido por herencia sobre los recursos públicos, la organización del Estado y la Constitución y las leyes. Una propiedad quiritaria, romana. Un poder pleno e ilimitado sobre la cosa para obtener de ella todo el interés que puede procurar. Una propiedad carente de limitaciones o condicionamientos, desprovista de función social. Una noción antigua que ya ni siquiera existe en el derecho más individualista y más capitalista.

 

 

 

Esa idea absurda, revestida de un discurso de reivindicación social insincero e ineficaz, e impregnado de una argumentación justificante que más que una ideología es ya una superstición, es la base de un comportamiento indiferente al bien común.

 

 
Una República es derechos y deberes para todos por igual. Gobernantes sometidos al “imperio de las leyes bien cumplidas” como diría Gallegos, cuya tumba fue vandalizada por fascinerosos. Gobernados responsables que cumplen. Esas son las bases de la convivencia republicana, para que haya libertad, prosperidad, justicia social.

 

 

 

Nadie se desanime. Nadie se rinda. Es lo que quiere y busca el poder arrogante. En el aniversario de nuestra Independencia, luchemos unidos en el civismo por una Patria de todos. Sin divisiones, sin exclusiones, sin discriminaciones.

 

 

Ramón Guillermo Aveledo

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